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Ernesto Burgos

de lo nuestro Historias Heterodoxas

Ernesto Burgos

Morir en la niebla

El accidente de helicóptero ocurrido cerca de Pajares en junio de 1999 debido a la mala visibilidad y en el que fallecieron tres jóvenes militares

Aproximadamente a la una y media del mediodía del 8 de junio de 1989 una avioneta “Piper P-32” de 1.400 kilos de peso que había sido alquilada en el aeroclub francés de Auxerre se estrelló en la parte alta de la zona de La Cascada en el monte Celleros, cerca de la estación invernal de Valgrande-Pajares. En el suceso perdieron la vida cinco personas: el piloto, tres empresarios franceses y otro cántabro que estaban realizando un viaje de negocios por el norte de España y habían salido del aeropuerto de Asturias con dirección al aeródromo de Cuatro Vientos. La culpa la tuvo la falta de visibilidad provocada por una niebla densa y los restos de la catástrofe no fueron encontrados hasta el día siguiente.

Diez años más tarde, y con solo un día de adelanto en el calendario, el 7 de junio de 1999, en la misma zona se repitió un accidente tan similar que para describirlo solo tenemos que repetir las últimas frases del párrafo anterior, aunque en este caso el aparato siniestrado fue un helicóptero “Super Puma” del Ejército de Tierra, con un diseño moderno para aquella época, similar al que utilizaba entonces el rey Juan Carlos en sus desplazamientos por el territorio nacional.

Hay quien quiere ver la mano del destino en estas casualidades, pero lo cierto es que Asturias es una región donde la conjunción entre el relieve escabroso y el mal tiempo hace que se repitan con cierta frecuencia los accidentes que afectan a los aparatos que vuelan a poca altura, de manera que no es extraño que alguno de estos desastres ya forme parte de nuestra historia. Es lo que ocurre con el que se produjo el 17 de junio de 1987 en las laderas del Sohornín, junto al lago Enol, cuando se buscaba al niño Germán Quintana Blanco que había desaparecido en una excursión escolar.

El aparato hacía el vuelo de regreso desde Vega de Enol a Cangas de Onís y en el suceso perdieron la vida el coordinador de Protección Civil en Asturias Corsino Suárez Miranda, el piloto, el copiloto y cuatro adiestradores de perros, entre ellos una mujer, que se habían sumado a la operación voluntariamente desde el País Vasco. El accidente del lunes 7 de junio de 1999 es menos conocido y por eso quiero recordarlo hoy en esta página basándome en la documentación que me aporta mi amigo el sargento primero reservista voluntario Juan Carlos García Palacio. Ese día perdieron la vida tres militares que pretendían llegar hasta el acuartelamiento “Cabo Noval” para iniciar la búsqueda de otro soldado, el valenciano Miguel Panach Molina, de 22 años, que también había desaparecido seis meses antes en las proximidades del refugio de Vegarredonda, en los Picos de Europa.

El aparato en que viajaban había despegado a las cuatro y media de la tarde desde la base aérea de Colmenar Viejo y alrededor de las seis sus tripulantes comunicaron por radio con la torre de control del aeropuerto de Valladolid para anunciar que la niebla les impedía atravesar la Cordillera Cantábrica por Pajares. Según la investigación posterior, el helicóptero hizo entonces un giro hacia la izquierda, buscando mejor visibilidad que les permitiese regresar a León para esperar allí a que cambiasen las condiciones del tiempo, pero se encontraron con que la niebla era aún más cerrada, lo que precipitó la catástrofe y les hizo estrellarse contra la montaña.

Entonces se produjo una fuerte explosión que calcinó los cuerpos de dos de los ocupantes, mientras que el cadáver del tercero salió despedido unos cincuenta metros.

La alarma no se activó hasta las ocho y media, cuando se hizo evidente que el helicóptero ni llegaba a León ni restablecía su comunicación. El Ejército, siguiendo el protocolo, avisó a los servicios de emergencia y a la Guardia Civil, dándose la casualidad de que precisamente una de sus patrullas había podido divisar al aparato sobrevolando el puerto de Pajares antes de su intento de cambiar la ruta.

Por ello los primeros rastreos se centraron en esta zona, aunque la llamada de un ganadero que también aseguró haberlo visto en el valle del Huerna obligó a los equipos a dividir sus esfuerzos entre ambas vertientes.

Ya a las diez y media de la noche, el sargento de la Guardia Civil José Manuel Llamazares, buen conocedor de los montes de Pajares, pudo hablar por teléfono con José Prieto Estrada, uno de los residentes en los apartamentos turísticos del Brañillín, quien le dio otro dato: el testigo afirmó que cuando descansaba en su habitación había escuchado una gran explosión, lo que le llevó a asomarse por la ventana, aunque no pudo ver nada porque la niebla cerrada lo impedía. Después lo comentó en bar de la estación invernal, sin decidirse a avisar a las autoridades ante la posibilidad de que pudiese tratarse de una falsa alarma provocada por un fenómeno natural.

Después, otros residentes en el complejo de la estación invernal también dijeron que alrededor de las seis de la tarde habían sentido vibrar sus cristales por el paso el helicóptero y poco más tarde un golpe seco seguido por dos explosiones que provenían del monte Celleros.

Tras estos testimonios, la búsqueda se dirigió hacia allí, aunque la bruma persistente y la oscuridad de la noche hicieron que el rastreo se ralentizase hasta que el amanecer empezó a romper la bruma en algunos puntos. Aun así, alrededor de las ocho la patrulla que mandaba el propio sargento Llamazares pasó a cincuenta metros del lugar del siniestro sin poder observar ninguna anomalía. Una hora más tarde, con la niebla ya disipada, el desastre quedó al descubierto y se pudo comprobar que los tres ocupantes del aparato no habían sobrevivido.

La operación coordinada por el coronel Abilio Gutiérrez Fuentes, jefe de la Guardia Civil en Asturias, y el teniente coronel Pedro Laguna, responsable de la Comandancia de Oviedo, no se dio por concluida hasta las doce y veinte del mediodía. En ella habían participado otros dos helicópteros y un avión del Ejército de Tierra junto a miembros del Grupo de Rescate e Intervención de Montaña de Mieres, del Seprona y soldados del Ejército de Tierra al que pertenecían los fallecidos.

Se trataba del teniente madrileño Juan Milans del Bosch, de 41 años y sobrino del conocido general golpista en el 23-F Jaime Milans del Bosch; el brigada vallisoletano Carlos Camino Núñez, de 38 años, y el cabo Higinio Canella Calvo, de 22 años y natural de Rioseco. Los dos primeros eran pilotos con más de quince años de experiencia mientras que el cabo, que solo llevaba tres años en la milicia, era especialista mecánico y había solicitado participar en la operación de búsqueda para poder visitar a sus padres y amigos en Asturias

Otro helicóptero de la Guardia Civil se encargó de evacuar los restos hasta la explanada de la estación donde esperaban el gerente y la coordinadora del CEISPA junto al subdelegado del Gobierno en León y más autoridades. Desde allí, unos coches fúnebres ya pudieron trasladarlos al Hospital comarcal Álvarez-Buylla de Mieres para que se efectuasen sus autopsias después de que el magistrado Luis Rivera, del Juzgado de Instrucción número uno de Pola de Lena, levantara acta del siniestro.

Ya por la tarde, los tres cuerpos fueron conducidos al tanatorio de Los Arenales, en Oviedo, donde se instaló la capilla ardiente y al día siguiente los restos del teniente y del brigada se evacuaron en un helicóptero “Chinook” para ser enterrados en Madrid mientras el cadáver del soldado asturiano era incinerado en Gijón.

El ministro de Defensa Eduardo Serra presidió la ceremonia fúnebre por los pilotos en un hangar de la base de las Fuerzas Aeromóviles del Ejército. Por su parte, veinticinco soldados llegados de la base de Colmenar Viejo para velar los cadáveres de sus compañeros llevaron por turnos el ataúd del cabo asturiano desde su casa hasta la iglesia de Santa María de Oviñana donde unos cuatrocientos asistentes participaron en una de las ceremonias más numerosas que se recuerdan en esta parroquia.

Pero, como ya hemos dicho más arriba, en Asturias estos accidentes nunca han dejado de repetirse y todavía el 17 de marzo de 2004 otros cuatro ocupantes de un helicóptero de la Guardia Civil murieron en San Tirso de Abres tras colisionar contra un cable cuando vigilaban el río Eo antes de la apertura de la temporada del salmón.

La fatalidad es un enemigo al que no podemos combatir y solo nos queda el recurso de poder honrar la memoria de nuestros muertos: en la montaña que guarda la entrada de Asturias un monolito recuerda para siempre a aquellos tres jóvenes fallecidos por culpa de la niebla en junio de 1999.

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