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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Arriesgar

Tras medio siglo de crisis, y una vez demostrado –sobradamente– que las cuencas mineras no interesan a nadie, ni a las administraciones, ni a los inversores, ¿no va siendo hora de tomar decisiones?

Por ejemplo: hoy es patente la debilidad que conlleva la dependencia energética. ¿Por qué no apostamos por la geotermia? Y digo la geotermia porque ya tenemos los agujeros hechos y porque ya sabemos que según profundizamos hace más calor.

A ver, reconozcamos la realidad: los trenes que pasan ante nuestros ojos no se detienen. Prefieren estacionar en lugares más llanos y de tradición empresarial consolidada. La inversión privada recela de la melancolía republicana y del dominio político-sindical. El dinero es así, cobarde y de derechas. Lo tomas o lo dejas. Y nuestra sempiterna añoranza de lo que pudo ser y no fue produce urticaria en unos inversores acostumbrados a mirar al futuro. ¿Cómo van a arriesgar su dinero en una tierra anclada mental y políticamente en un pasado del que es incapaz de salir mientras el resto del mundo procura avanzar?

Si las cuencas mineras quieren burlar la previsión de extinción, habría que intentar algo distinto y potente, como, insisto, la autonomía energética. Ya se está haciendo en comunidades pequeñas. Y, por ejemplo, París lleva años aprovechando el calor subterráneo. Pues nosotros también seríamos capaces de generar electricidad y de calentarnos con nuestros propios recursos, sin depender de gases extranjeros ni cables multinacionales. Pero hay que tomar decisiones de calado, con la vista puesta en el largo plazo aunque comenzando ya a sentar las bases.

El subsuelo produce calor, del cielo cae lluvia y llegan rayos solares, el agua de los ríos mueve molinos y turbinas y los paisajes degradados por el pasado industrial aguardan nuevos aprovechamientos, como parques fotovoltaicos y eólicos.

Ya está bien de despreciar oportunidades esperando a que algún tren se detenga en nuestras estaciones. Ya está bien de no hacer nada y de exigir que alguien venga a hacerlo. Porque ya sabemos que no va a venir nadie.

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