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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Alberto Vega y El Chilu

La figura del poeta langreano, el premio que lleva su nombre y el lugar en el que se reúne el jurado

Por lo común los premios literarios tienden a homenajear a personas o instituciones que hayan destacado por ciertos valores. El civismo, la defensa de la naturaleza, el compromiso social… son algunas referencias, entre otras que se pudieran citar.

Y, cómo no, en ocasiones es la literatura quien se hace merecedora de ser festejada, entendido siempre el hecho literario como parte de un proceso creativo en el que la belleza se asoma con mayor o menor profusión, según la dosis de talento o de genio con el que estén revestidos sus autores.

Siendo cierto que cualquier acto de reconocimiento es siempre digno de festejar, no es menos verdad que en ocasiones hay méritos que se avalan por sí mismos, y que incluso no necesitarían de ninguna exaltación pública, pues su trayectoria se asemeja al brillo y a la solidez del diamante más puro. Puestos a elegir algún ejemplo que lo ratifique, no habría más que sumergirse en la enjundiosa cartografía de Alberto Vega, poeta langreano de largo aliento y al que la mudanza propia de los años no ha oscurecido, sino más bien todo lo contrario.

De Alberto existen abundantes ensayos y estudios acerca de su labor. Se han reconocido, entre otros, los ecos cotidianos y el desencanto que en ocasiones pespuntea su lenguaje, la valoración de la ciudad como parte del paisaje natural, ese escenario identificativo que se va llenando con nuestros propios recuerdos. Ciudadano normal, honrado en el mundo de su propia vida y que a solas con sus sueños escribió versos profundos que sirven también para que nosotros nos tomemos en serio, destacaba en Alberto un imaginativo personal, “que no dejará de iluminar las noches más ciertas de sus lectores”, en acertadas palabras de Ricardo Labra.

Que se haya instituido un premio de poesía que honre su nombre es algo lógico para quien tenía siempre las puertas abiertas para todos. Y como cualquier itinerario importante que se atraviese, en este caso, y desde hace ya muchos años (estamos ahora en la XXII edición del premio), el inicio del viaje es también un punto de referencia inexcusable: Casa Chilu, en donde el jurado se reúne para dilucidar el resultado del concurso.

De raigambre vetusta –fundado en 1950 por Pachu, el Chilu, y su mujer Velina–, se yergue en lo algo de La Gargantada (Gargantá en asturiano), a 4 kilómetros de La Felguera. Decir que en general tiene buena cocina sería emplear un tono modesto (picadillos o callos, entre otros platos, dan lustre a la mesa), pero, además del buen yantar, al que acuden muchos visitantes atraídos por su fama, destacan la cordialidad y el afecto con el que se trata a los clientes.

Aurora y su hija Ana Cris, descendientes de ese árbol familiar, son el mejor ejemplo de ello, de lo que damos sobrada fe quienes formamos parte del jurado del concurso de Alberto Vega. Lo mismo durante el tiempo en el que en el comedor se calibran distintos registros y méritos de los jóvenes poetas participantes como después, cuando ya más distendidos tenemos que enfrentarnos a una cena copiosa (para mí cena, desayuno y casi comida del día siguiente), su exquisita amabilidad y cariño sobresale en todo momento.

Miguel Montes, el alma del premio; Casa Chilu; el Centro Social Belarmina García de la Nava, donde en otras ocasiones se entregaban los galardones; ahora La Casa de la Cultura de La Felguera que lleva el nombre del poeta… todos forman parte de un riguroso “Cuaderno de la ciudad” que nos inventa y a su capricho traza nuestras vidas. Gracias a todos.

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