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Ernesto Burgos

De lo nuestro - Historias Heterodoxas

Ernesto Burgos

Unas puntadas sin hilo

Los intentos de las grandes compañías para convencer al Ayuntamiento de Mieres de que adquiriera máquinas de coser para los colegios

La máquina de coser es un invento de 1833, aunque tardó en popularizarse veinte años cuando Isaac Merrit Singer y el abogado neoyorquino Edward S. Clark fundaron la compañía I. M. Singer & Co. que desde el primer momento se convirtió en uno de los mayores negocios de la historia. Era un aparato novedoso, capaz de dar 900 puntadas por minuto, cuando una buena costurera apenas llega a las 45 empleando únicamente sus manos. Con ella llegó la modernidad a muchos hogares mejorando la vida de las mujeres que en aquel momento se dedicaban mayoritariamente a los trabajos caseros mientras sus maridos desconocían por completo estas labores.

Unas puntadas sin hilo

Isaac Singer, además de ser buen fabricante, supo promocionar las ventas de su producto con unas técnicas comerciales como nunca se habían visto. Sus representantes recorrieron todos los Estados Unidos, desde las grandes capitales hasta los pueblos más pequeños, haciendo demostraciones en salones, ferias e incluso circos y cuando falleció, los herederos del negocio se decidieron a conquistar el mercado europeo abriendo una enorme fábrica en Escocia en torno a la cual nació y creció la ciudad de Clydebank.

La imagen de aquellas máquinas Singer forma parte del escenario infantil de muchos de nosotros, porque estaban en casi todas las casas, de la misma forma que ahora no puede faltar una nevera o un aparato de televisión. Tenían un magnífico diseño y estaban hechas de hierro fundido con una combinación de aleaciones de gran calidad que las hizo pasar de generación en generación hasta que la sociedad de consumo las relegó imponiendo el concepto de ropa barata de usar y tirar.

Entre las novedades que Singer aportó para aumentar sus ventas estuvieron las visitas puerta a puerta y los cursos gratuitos que sus representantes ofrecían para que las posibles clientas aprendiesen el manejo de las máquinas, y también la posibilidad de pagarlas a plazos, lo que ayudó a muchas familias a asumir su alto precio. Su fama creció tanto y sus beneficios eran tan evidentes que los gobiernos de muchos países incluyeron las clases de costura en sus programas escolares e incluyeron su compra en los presupuestos destinados a la educación.

En España sus comerciales también se dirigieron al Ministerio de Instrucción Pública y a las instituciones locales presentándose como los embajadores del progreso, pero en muchos casos chocaron con la indiferencia de unas autoridades que no consideraban primordial su adquisición.

El 10 de junio de 1926, en pleno Directorio Civil de Primo de Rivera, el vecino de Mieres Gerardo Pérez, quien había asumido la representación de Singer para la comarca del Caudal, dirigió una extensa exposición al señor Alcalde de la villa enmarcada en una campaña que la empresa estaba realizando para introducir su producto en todas las escuelas del país. Según el comercial mierense, la enseñanza de las niñas no se podía considerar completa hasta que estas no conociesen el funcionamiento de la máquina de coser y presentó su iniciativa como una manera de corresponder de un modo práctico y digno a las necesidades modernas de su clientela que “como es sabido, se encuentra por su mayor parte entre la clase más humilde de la sociedad, la que carece de medios de fortuna”.

Don Gerardo dio a su escrito un toque social admitiendo que el elevado coste de sus productos estaba en desproporción con los escasos medios de aquellas mujeres que podían mejorar su vida y su economía con su adquisición y manifestó que su empresa ponía a disposición del Ayuntamiento profesores y máquinas para impartir cursillos gratuitos gratuitamente si este se decidía a apoyar este proyecto.

Sin embargo, el día 25 el pleno municipal presidido por el conservador José Sela no apoyó la propuesta aduciendo que no había en el presupuesto ninguna partida destinada para este fin y que además, aunque podía reportar beneficios a los hogares humildes, antes era preciso “poner las escuelas en las condiciones debidas tanto en lo que se refiere a locales como a dotarlas del material necesario para la instrucción primaria”.

La compañía decidió entonces impartir por su cuenta un curso en Ujo y lo hizo con tanto éxito que el 20 de mayo de 1927 un nutrido grupo de profesoras, alumnas de instrucción primaria y demás asistentes al mismo, respaldadas por un concejal jurado de esta localidad, firmaron otra petición solicitando que “se provea a cada una de estas escuelas de su correspondiente máquina Singer, labor que sabemos están realizando otros ayuntamientos, con el fin de que las niñas o alumnas de cada colegio puedan completar, en todos sus aspectos, las enseñanzas precisas para formarse las mujeres hacendosas del mañana”.

Muy probablemente el redactor volvió a ser el mismo comercial, que esta vez volvió a intentar la venta apelando a la vanidad del alcalde, ya que en el escrito, después de señalar la actitud altruista y patriótica de Singer, que ofrecía un descuento importante en las máquinas destinadas a los colegios, se añadió este párrafo: “Por último, para el debido grato recuerdo, sería también de nuestro gusto que una vez adquiridas las máquinas para estos colegios se colocara en ellas una plaquita de metal que conmemorase el nombre de nuestro alcalde y fecha de la donación por el ayuntamiento, honrando con esto tan loable iniciativa pro-cultura”.

Pero a pesar de este esfuerzo, el pleno del 2 de junio de aquel año, que seguía controlado por el astuto José Sela y sus acólitos de la Unión Patriótica, volvió a rechazar la oferta con los mismos argumentos de la primera vez.

En el archivo municipal de Mieres puede encontrarse más documentación sobre un tercer intento fechado el 8 de julio de 1928 y desestimado el 16 de agosto, un momento en el que Singer lo tenía aún más difícil porque a la persistente negativa municipal debía sumar la competencia con otra segunda empresa que había crecido extraordinariamente y que las autoridades de la Dictadura protegían porque era nacional.

Se trataba de Alfa, una marca nacida en 1920 como consecuencia de una huelga que habían mantenido en Eibar la Unión General de Trabajadores y el Sindicato de Obreros Pistoleros, cuyo nombre se explica cuando sabemos que sus afiliados eran armeros dedicados a la fabricación de pistolas. El caso es que para poder sobrevivir tras un cierre patronal un grupo de estos obreros de la villa vasca se organizaron por su cuenta y fundaron la Sociedad Anónima Cooperativa Mercantil y de Producción de Armas de Fuego Alfa. Los siete obreros que la legalizaron eran socialistas y para ser cooperativista había que estar registrado en la Casa del Pueblo.

Aquella cooperativa reunió un capital social de 300.000 pesetas para producir pistolas semiautomáticas Browning y revólveres Smith Wesson de calibre 32 y 38, pero cuando llegó la crisis del sector armero y hubo que adaptarse a los nuevos tiempos, sus miembros viendo el éxito que estaba teniendo Singer también se decidieron a fabricar máquinas de coser. El cambio de actividad se registró el 4 de febrero de 1925 y poco a poco la marca Alfa fue ganando reconocimiento hasta tal punto que, en 1928, el Estado les encargó 880 máquinas para equipar las escuelas nacionales de enseñanza femenina.

Siguiendo el mismo camino de Singer, Alfa también presentó el 14 de diciembre de 1928 una petición para que el Ayuntamiento de Mieres adquiriese “tres, cuatro o más máquinas” con cargo al presupuesto municipal. En aquel momento el Ministerio de Instrucción Pública siguiendo las consignas del general Miguel Primo de Rivera había optado por proteger la industria nacional y en consecuencia dio preferencia a la cooperativa vasca dotando poco a poco a las escuelas con máquinas Alfa.

Así, la escuela de Ujo y el Grupo Escolar de Mieres tuvieron las suyas y lo que se pedía era que las escuelas municipales de más entidad también pudiesen contar con otras, que lógicamente debían ser españolas sin dar opción a los fabricantes extranjeros: “Como quiera que no cabe hacer dicha adquisición por concurso, puesto que, no existiendo otra marca nacional que la Alfa, de esta han de adquirirse”.

La respuesta que he encontrado en el archivo municipal, fechada solo seis días más tarde, tampoco fue afirmativa, pero sí mucho más cautelosa que las que recibió el tenaz representante de Singer: “Vista la presente moción, la Comisión municipal permanente acuerda dejarla sobre la mesa, en vista de que no se halla presente su autor”.

Finalmente, Alfa acabó imponiéndose en las escuelas de la Dictadura, mientras las familias, menos patrióticas, siguieron adquiriendo las máquinas de Singer. Las dos marcas lograron sobrevivir a las guerras del siglo XX y aún siguen en el mercado, aunque los nuevos modelos se parece muy poco a los de los años veinte.

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