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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Falsarios: el más difícil todavía

El gran poder de persuasión de los estafadores y embaucadores

En los años veinte del siglo pasado, Víctor Lusitg, famoso estafador y políglota checo nacionalizado estadounidense, se reunía en el Hotel Hilton de París con seis influyentes empresarios para venderles la Torre Eiffel. Se hizo pasar por subdirector general del Ministerio de Correos y Telégrafos y justificó la operación alegando que el gobierno francés no podía hacerse cargo de los gastos de reparación que los estragos de la Primera Guerra Mundial habían ocasionado en el emblemático monumento. Y en menos de seis horas logró persuadir a los empresarios que le extendieron un cheque por unos 250.000 francos, una cifra enorme entonces.

Lustig desapareció de inmediato, tomando el "Orient Express" con rumbo a Viena. Tiempo después intentó vender de nuevo la Torre Eiffel, pero en esta ocasión fue denunciado y estuvo a punto de ser detenido. Sin embargo no renunció a seguir con sus estafas en los años siguientes, como la que le hizo al célebre mafioso Al Capone de la que salió indemne.

Tras ser detenido y juzgado varias veces, por fin fue condenado a 20 años de cárcel en la isla de Alcatraz, donde murió de neumonía a los 57 años. Curiosamente, la profesión que constaba en su carnet de identidad era la de "aprendiz de vendedor".

Un segundo personaje con un amplio historial de estafas fue Albert Edward de Filek, aristócrata y militar austríaco, que protagonizó uno de los episodios más surrealistas en tiempos de la posguerra española. Filek logró convencer a Franco de que había inventado un novedoso combustible más potente que la gasolina. Y mucho más barato, porque se podía elaborar a partir de "una mezcla de agua del río Jarama, extractos de plantas y otros componentes secretos".

Asimismo, el autor del invento aseguraba que esa sustancia convertiría a España en una potencia mundial. Franco aprobó varios decretos declarando de "interés nacional" la empresa de Filke. Y para construir la fábrica en la que supuestamente se iba a producir el revolucionario producto expropió 200 hectáreas en las afueras de Madrid, calificando las obras de muy urgentes.

Pero no tardó mucho en descubrirse la magnitud del fraude, que fue silenciado durante el franquismo. Like estuvo recluido primero en un campo de concentración de Álava y después fue deportado a Alemania, donde murió en 1952. Ahora acaba de publicarse un interesante libro de Ignacio Martínez de Pisón titulado "Filek, el estafador que engañó a Franco", en el que reconstruye con una amplia documentación este desconocido y rocambolesco episodio.

Otro ejemplo de falsario aún más increíble es el del veterano pintor y escultor italiano, Salvatore Garau, que el pasado mes de mayo logró vender una escultura invisible por 15.000 euros en una puja con mucha expectación celebrada en una casa de subastas de Milán. Antes ya había exhibido otras dos esculturas también invisibles en Milán y Nueva York.

Su autor, que llamó a esta última escultura "Io sono" (Yo soy), ha declarado que lo inmaterial de sus esculturas tiene el poder de evocar los mundos que invaden nuestra existencia y condicionan nuestro futuro. Y añade que la escultura "no la ves, pero existe: está hecha de aire y espíritu". Es decir, una verdadera tomadura de pelo: lo único tangible en ese caso es el certificado de garantía.

Por último, en estos insólitos episodios queda la duda de sean éticamente más censurables los embaucadores que los que se han dejado embaucar. Además, una cualidad caracteriza a los tres personajes citados: tienen grandes dotes de persuasión. En tal sentido, los estudiosos del tema han llegado a la conclusión de que el grupo social con más empatía es precisamente el de los estafadores.

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