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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

De Pepe Carvalho a Montalbano

La literatura de Vázquez Montalbán y Camilleri y la serie sobre el comisario siciliano

Hace unos días que la serie más visitada de todo el año (y no sé si también de otros anteriores) puso la cremallera a su larga andadura por la pantalla. A buen seguro que serán muchas las personas que, al igual que yo, habrán disfrutado de este maravilloso paseo por las novelas y narraciones cortas de Andrea Camilleri, uno de los de mayores y exitosos escritores italianos, que murió en 2019.

Como he manifestado en más de una ocasión, soy partidario de la teoría del "todo tiene que ver con todo", por lo que me resultaría muy difícil discernir la razón principal que mueve mi pasión por el comisario, aunque sin duda que su relación con un personaje como Vázquez Montalbán, a quien recuerdo con inmensa gratitud literaria, sería uno de los factores a destacar. Ambos escritores se adoraban y, entre ellos, la literatura trascendía, al mismo tiempo que confluía en el amor por el disfrute de la vida, de la gastronomía y el homenaje a la memoria de la infancia. De ahí las trazas con las que está dibujado el comisario Montalbano, un detective a la usanza de Pepe Carvalho, atípico y contradictorio personaje cuyas aventuras sirven para retratar, y a menudo criticar, la situación política y cultural de la cambiante sociedad española de la última mitad del siglo XX.

Y puesto que Vázquez Montalbán se interrogaba muy a menudo en sus novelas sobre las costuras políticas que van ribeteando el tejido social (ambos abrazaron la ideología comunista), no es de extrañar que su colega italiano sitúe el centro de la trama en el universo mágico de Vigata, en la también ficticia región de Montelusa. Pero, en todo, caso, si bien se trata de un mapa urbano imaginario, de un Macondo que pertenece a la infancia inagotable de Gabriel García Márquez o de una memorable Santa María de Onetti, no es menos cierto que Andrea Camilleri nos sumerge en un trasfondo siciliano donde la mafia y el caos no son, precisamente, solo un producto de la imaginación.

Escenarios encantadores a la vez que creíbles (el entorno rural revela una acusada atmósfera costumbrista); dosis de intriga; toques de humor; posibilidad de interaccionar como espectador en la resolución de cada caso –el comisario, sin perder su autoridad, debate siempre los detalles de cada suceso con sus subordinados–: estupendos el torpe pero entrañable Catarella; el mujeriego Mimi; el eficaz e incansable Fazio o el corrosivo doctor Pasquano entre otros muchos); Montalbano se parece más a un antihéroe que resuelve los distintos enredos basándose en el sentido común: no tiene ordenador en su despacho.

En una sociedad donde lo ampuloso y extravagante adquiere cada día más identidad –véase la cada vez más acusada presencia de los efectos especiales–, Montalbano viene a confirmarnos que no todo depende del dinero ni de la ostentación con la que se revisten la inmensa mayoría de los filmes detectivescos. Y que en ocasiones es necesario pegar un buen sopapo a las innovadoras técnicas de investigación, a los modelos del mercado de vanguardia, para demostrar que el corazón del espectador puede conmoverse de una manera sencilla: basta, como en la serie que comentamos, con el silencio de las plazas, la nostalgia de unas escaleras antiguas de piedra o la poesía, la inmensa poesía que destila siempre el mar.

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