Nicolás Redondo, persona de un solo metal

El exsecretario de UGT, fallecido el 4 de enero, ha pasado a ser patrimonio del movimiento obrero internacional

Antón Saavedra

Antón Saavedra

Debo confesar públicamente que me cuesta mucho trabajo escribir sobre un compañero y amigo como Nicolás Redondo, sobre todo cuando siempre le he considerado como referente sindical y como una persona de una enorme calidad humana, al que hubiera dejado tranquilamente la custodia de mis hijos.

Nicolás Redondo, persona de un solo metal

Nicolás Redondo, persona de un solo metal / Antón Saavedra

En efecto, el 4 de enero de 2023 fallecía a la edad de 95 años de edad el gran Nicolás Redondo, al que despedimos como una figura imprescindible del sindicalismo en España durante la dictadura, cuando para los compañeros de la organización en la clandestinidad era el compañero Juan, y durante este periodo llamado democrático.

Nicolás Redondo, junto con el compañero Marcelino Camacho, fueron protagonistas indiscutibles del mundo laboral español y, como tales, han pasado a ser patrimonio del movimiento obrero internacional.

Es verdad que, durante las primeras campañas electorales, el PSOE había usado el slogan de "cuarenta años de honradez", al que el Partido Comunista agregaba "y cuarenta de vacaciones", pero no es menos cierto que el Partido Socialista, con su dirección en Toulouse, aunque había tenido muy poca actividad en la lucha antifranquista, tenía honrosas excepciones en algunos lugares de España, siendo Euskadi una de ellas, donde Nicolás Redondo llevó a cabo un papel predominante.

Con apenas diez años de edad había sido deportado a Francia en el barco Habana, junto con otros dos mil quinientos niños, para librarse de los bombardeos de las escuadrillas de Mussolini y Hitler sobre la población vasca, siendo acogido por una familia española –la de José Pérez, minero de profesión, y Josefa Calvo– en el pueblo de Bedarrieux.

Ya de regreso a Euskadi, después de permanecer tres años en Francia, es cuando se entera de que su padre había sido condenado a muerte, después de haber sufrido la tortura a manos de la policía franquista por el delito de haber defendido el gobierno legítimo de la República. Posteriormente sería él mismo quien sufriría los mismos castigos policiales que su padre, siendo encarcelado en varias ocasiones por sus actuaciones sindicales en la factoría de La Naval – la primera vez en 1951–, hasta ser desterrado al pueblo de Las Mestas, en Las Hurdes extremeñas, un lugar donde no había nada, ni transporte público, teniendo que presentarse todos los días en el cuartel de la Guardia Civil.

Sin embargo, Nicolás nunca solía alardear de sus actuaciones, más bien procuraba mantener un pudoroso ocultamiento. Tan solo en algunas ocasiones en que estábamos en la vivienda de Madrid, compartida con Manuel Garnacho, Jesús Mancho, Javier de Paz y yo mismo, cuando tenía que pernoctar en la capital por asuntos sindicales, surgían conversaciones –Nicolás con su copita de coñac y sus almendras– y salían a relucir aquellos tiempos infaustos. Él descorría parcamente el velo y dejaba traslucir la amargura y la tristeza que le producían aquellos acontecimientos.

Nicolás era un paisano sin dobleces, una persona de un solo metal que te decía las cosas a la cara, contrastando la aparente dureza de sus posiciones con la humildad de sus planteamientos personales, siendo siempre muy consciente de su papel en la sociedad, de lo que podía y no podía hacer, de cuáles eran sus limitaciones. Se sabía un trabajador de la metalurgia, un luchador obrero, y fue por eso por lo que, en el congreso de Suresnes, apareciendo como el candidato indiscutible a la secretaria general del PSOE, se quitó de en medio para proponer en su lugar a Felipe González –cosa que éste ha intentado siempre que no se airease demasiado–, prefiriendo Nicolás quedarse al frente de la Unión General de Trabajadores y conseguir la gran transformación sindical que se produjo durante los años que estuvo al frente de la organización.

Pero aquella luna de miel PSOE-UGT duró muy poco, a partir de que el llamado felipismo fue derivando hacia las posiciones del capitalismo neoliberal –"el sistema capitalista es el menos malo de los conocidos, es el que mejor funciona"–, lo que casaba muy mal con los planteamientos propugnados por el sindicato liderado por Nicolás, produciéndose el primer encontronazo en 1985 con la ley de reforma de las pensiones. Tanto Nicolás como Antón Saracíbar votaron en contra de ella en el Congreso, rompiendo la disciplina de voto y dejando luego ambos sus escaños de diputados por Euskadi.

Nicolás siempre se había negado a la transformación del sindicato como una mera correa de transmisión del partido y del gobierno, logrando incluso la unidad de acción con las Comisiones Obreras, para llevar a cabo la huelga general del 14 de diciembre de 1988, motivada por las medidas que se pensaba aprobar en materia de precariedad en el empleo y de impuestos.

El país entero había quedado paralizado, y Felipe González pensó en la dimisión y en dejar en su lugar a Narcís Serra. Pero una vez más se demostró que quien aguanta termina ganando, o al menos no termina perdiendo, iniciándose desde ese momento por parte de todos los felipistas la defenestración de Nicolás, hecho que se producía en 1994, en que no se presentaría a la reelección como secretario general de UGT. Dos años más tarde, Felipe González perdería el gobierno.

Algunos conocemos muy bien su postura crítica, a través de alguna que otra conversación telefónica, su desasosiego e incluso su tristeza por la orientación seguida por su partido y su sindicato. A sus 95 años mantenía una cabeza totalmente lúcida y no perdía ocasión de enterarse de todo y de analizar todo. Te echaré mucho de menos, amigo. Descansa en paz, compañero.

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