Velando el fuego

La mentira encuadernada

Las distintas interpretaciones que se pueden hacer de un mismo hecho histórico

Javier García Cellino

Javier García Cellino

En mayor o menor medida todos podemos estar de acuerdo en que la objetividad está llena de aristas por todas partes. La apreciación de cualquier hecho está sujeta a múltiples variantes, desde las que nacen de la propia dificultad para emitir un juicio en ocasiones, hasta la palanca de intereses con los que cada cual participa en el dictamen. De ahí que sea bastante afortunada la expresión (creo que proviene de Enrique Jardiel Poncela) de que la historia es una mentira encuadernada.

En ese libro formado por los ADN de todo tipo, han abundado –y así seguirá a buen seguro– las interpretaciones que proceden de prejuicios que al cabo acaban formando leyendas colectivas en las que nos sumergimos una gran parte de nosotros. Existen estudios y hasta tratados al completo que se han ocupado de Individualizar estas falsedades, más o menos interesadas según los distintos casos.

Así, me viene a la memoria, a bote pronto como dice el tópico, el ejemplo de Napoleón, al que los británicos se empeñaron en ridiculizar a causa de su baja estatura. Un dato que carece de toda fiabilidad pues el emperador francés medía 1,69 de estatura, como se demostró en la autopsia de 1821, y que en aquella época formaba parte de los percentiles normales. Del mismo modo, entre otros, tal parece que Van Gogh no se arrancó la oreja entera; que Darwin jamás dijo que descendamos del mono; que a Newton no le cayó una manzana o que tampoco hay certezas de Cervantes fuera manco.

Por lo que nos toca más cerca de nuestra tierra, hace unos días el escritor Juan Eslava Galán presentó un libro sobre la Reconquista, en el que afirma que sí es cierto que existió la batalla de Covadonga pero que no fue tan decisiva como se dice, y que además probablemente ocurrió en el Monte Auseva. De este modo los mitos se van desmoronando, aunque poco a poco, y vaya usted a saber si cualquier día nos enteramos de que los reyes magos (no está constatado en ninguna parte que fueran tres) formaban parte del elenco de un circo en el que actuaban como prestidigitadores.

Y no digamos nada de los infundios sobre las mujeres. Aquí el abanico de frases, citas y aseveraciones de todo tipo es tan grande que en sí mismo constituye un libro de historia particular. En todo caso, aquí si se puede afirmar, sin ningún tipo de ambages, que los juicios negativos sobre ellas, que sobresalen sobre el resto de las páginas, proceden de las versiones machistas y patriarcales que predisponen a las personas a actuar como si las mujeres tuvieran menor valor.

Si bien a la larga las mentiras no ayudan a caminar, a veces son peores las muletas que esconden en el fondo un doble traspié muy interesado. El mejor ejemplo me parece el de nuestra Guerra Civil. Cuarenta investigadores de pieles y colores a veces bien distintos, pero siempre en su caso llevados por el afán de objetivar de la manera más fiel ese episodio, dan las cifras de 130.199 víctimas de la represión franquista y 49.272 de la republicana. Un cálculo fácil establece que en el primero de los casos alcanzó un 73 por ciento, correspondiendo el 27 restante al bando republicano. A ello habría que añadir dos datos de indiscutible interés. De una, el bando republicado se vio obligado a defenderse, y de la otra, que según ese riguroso estudio quedaban 16 provincias en las que el historial de la represión franquista estaba aún incompleto, lo que indica que el número de víctimas del bando sublevado podría aumentar en el futuro.

Eso sí, la leyenda continúa volando por su cuenta. Ya se sabe: los dos bandos cometieron asesinatos. Una vez más la mentira aparece cosida y encuadernada con peligrosos pegamentos. En fin.

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