Dando la lata

Tiempos desconcertantes

Ricardo V. Montoto

Ricardo V. Montoto

Que malversadores y sediciosos vean aliviadas sus condenas, dado el pelaje de la representación política, puede considerarse hasta normal y consecuente con el devenir de la presente legislatura. Chorizos y golpistas –bueno, algunos chorizos y algunos golpistas–, son ahora tratados con mayor benevolencia. Nunca entendí que, por ejemplo, un alcalde no pueda cambiar el destino de un dinero presupuestado a otro propósito, no por capricho sino por urgencia, porque la vida es eso que pasa mientras uno hace planes y la sociedad es dinámica, so pena de vérselas con una acusación por prevaricación. No se queda con la pasta, no la deriva a su partido para financiar campañas, no la adjudica a familiares y amigos. No, solo antepone la necesidad, la conveniencia y el sentido común a la inmovilidad de las partidas presupuestarias. Pero, qué casualidad, los que se verán beneficiados por la reciente reforma serán los corruptos, los que utilizaron nuestro dinero para sus chanchullos personales y partidistas.

Pero lo que ya escapa a la lógica, al menos a la mía, es que agresores sexuales condenados y en prisión vean rebajadas sus penas por obra y gracia de otra gloriosa reforma legislativa. Y no lo entiendo porque lo que me pide el cuerpo es que esa gentuza jamás vuelva a vivir en libertad. No lo soporto: hay crímenes imperdonables y hay criminales que nunca se corrigen, que en cuanto pongan los pies en la calle volverán a lo suyo, a lo que más les gusta, a lo que se les da bien: abusar, agredir, violar.

Y que, a pesar de los avisos de los expertos, haya salido adelante una ley que, queriendo o sin querer, suaviza las penas de los que han desgraciado intencionadamente las vidas de decenas de mujeres y niños, me supera.

Y la desvergonzada reacción de culpar del monumental despropósito a los jueces fachas y al empedrado, en vez de asumir responsabilidades, es la imagen más fiel del estado en que nos hallamos. Y no pasa nada.

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