Dando la lata

El puticlub

Ricardo V. Montoto

Ricardo V. Montoto

A ver: ¿qué sería de España sin el puticlub? Porque por todos es sabido que los grandes acuerdos se hilvanan en los restaurantes pero se cosen en los puticlubes, con un cubalibre en la mano y una señorita sobre las rodillas. De toda la vida. Y ahora nos vamos a poner tiquismiquis con el diputado canario. No hombre, no. Seamos consecuentes. Hay tradiciones que merecen un respeto. Porque funcionan.

Las estadísticas son evidentes: las profesiones con mayor índice de divorcios son periodismo, por aquello de no estarse quietos, los sanitarios, por andar todo el santo día en pijama, y el colectivo político-sindical. ¿Por qué? Pues está claro, por las duras obligaciones que impone el servicio público, que acaban desgastando las relaciones matrimoniales. Porque el puticlub no siempre es bien aceptado en casa.

Pero hay conquistas que no se logran en los despachos, en las oficinas, en los salones. A palo seco se llega hasta donde se llega, pero para ir más allá, hasta alcanzar el triunfo, hay que añadir algo de picante, una barra, musiquita, unas copas y mucha piel al aire.

¿Dónde se han pactado los mejores convenios laborales? En el puticlub. ¿Dónde se celebra el éxito de una huelga? En el puticlub. ¿Dónde se consigue la recalificación de unos terrenos? En el puticlub. ¿Dónde se decide mejor el destino de unas subvenciones? Pues dónde va a ser: en el puticlub.

De acuerdo, se puede entender que se trata de una costumbre poco respetuosa con los principios feministas y que queda un poco feo y sectario en estos tiempos de explosión de la diversidad sexual, pero hemos de reconocer que hasta la fecha no se ha inventado un instrumento más efectivo que el puticlub para el impulso político y social de este país. Algo pasa ahí que las tiranteces se alivian, las posturas se relajan y los acuerdos se sellan con el cuño de la amistad y la camaradería.

Y esos que tanto se escandalizan hoy, antes o después terminarán comprendiendo sus bondades.

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