Velando el fuego

"Apocalípticos e integrados"

La vigencia de los razonamientos que ya expuso Umberto Eco en 1964 en su ensayo

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Hay espejos en los que aprendemos a mirar mejor la vida, a comprender cada una de sus arrugas e imperfecciones y también a saborear los dulces tornasoles que nos acompañan a diario. Y uno de ellos es sin duda el azogue mágico de la literatura. Así, en "Madame Bovary" entendemos el choque entre los sueños y la realidad; en "Don Quijote de la Mancha", las reflexiones sobre valores tales como la libertad o la justicia, entre otros muchos, siguen alumbrando nuestros ojos; o en "Moby Dick", donde más allá de la persecución del monstruo marino, el capitalismo ya asoma sus cuchillas en la historia de un emprendedor enloquecido, el capitán Ahab, que arrastra en su caída a una plantilla de trabajadores migrantes precarios.

El ensayo que da título a esta columna pertenece a un libro de Umberto Eco, publicado por primera vez en italiano en 1964, en el que el autor nos instruye sobre la influencia de los mitos modernos, entre otras muchas e interesantes aportaciones: cultura popular, medios de comunicación…

Con cierta frecuencia, alguno de los postulados claves del tratado reaparece de una manera u otra a modo de debates y discusiones, y más aún cuando hay unas elecciones políticas a la vista. Por hacer un breve y apresurado resumen diría que en el mar de los "Apocalípticos" chapotean aquellas personas cuyos pensamientos siguen hundidos en el pasado aferrándose a sus antiguas costumbres, y que se oponen a todo lo que signifique avanzar. Razones hay que lo explican: desde las propias de una personalidad insegura que encuentra así un mecanismo de defensa hasta el miedo a que su cultura sea erradicada en el futuro merced a las nuevas tecnologías. (Resulta evidente que inseguridad y miedos forman parte de una misma familia).

De otra parte, las aguas de los "Integrados" formarían la orilla de un grupo que apuesta por las nuevas tecnologías como elementos liberadores (a pesar de las manchas de aceite que en ocasiones afean la corriente marina, se proponen hacer todo lo posible por sanearla), pues opinan que los modernos adelantos contribuirán a un futuro mejor.

De la visión negativa de los primeros sobre los jóvenes, ocupados solo en sus consolas y maquinitas que parecen cargadas por el diablo, dicen, y que han dinamitado las buenas costumbres de antaño: cuando se jugaba en la calle o se conversaba largamente en las tertulias familiares, continúan, se pasa con una frecuencia peligrosa a añorar revivales que, como no podía ser de otra manera, estuvieron cargados no solo de una incomparable belleza sino también de una indiscutible veracidad (sic). Por decirlo de un modo tópico: nunca segundas partes fueron buenas. Nada habría que objetar a quienes oponen reparos del tipo de: "Pero no me digas que con los adelantos actuales no tendríamos que estar mejor", o frases así. Aunque, si bien ello es cierto, también cabría responder que ese es un razonamiento comodín que sirve siempre para todas las épocas ("es razonable tener la perfección en nuestros ojos, pero sabedores de que nunca se podrá alcanzar").

Mas lo peor llega cuando el tren de los "Apocalípticos" se para en la estación de la política. Aquí el gran problema es que la nostalgia se tiñe de azul y, como consecuencia, se llena de voces el viento del pasado: "Vuelve, por favor, vuelve porque no solo te echo de menos, sino que en esta coyuntura te necesito más que nunca". Palabras que, de una u otra manera, se escuchan con peligrosa frecuencia. Basta con aguzar el oído en tertulias y chigres para comprobarlo.

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