Necrológica

Tino Lombardía, un ejemplo

El Entrego pierde a un vecino tan discreto como admirable

Melchor Fernández

Melchor Fernández

La inesperada noticia de la muerte de Faustino (Tino) Lombardía me ha devuelto, con un golpe de dolor que pronto evocó a la nostalgia, a los años de mi niñez en El Entrego, que él contribuyó como pocos a hacer más feliz todavía. Vivíamos muy cerca, en el barrio de El Llaposu, él en un edificio que conocíamos como la Casa Espiña, pues así se llamaba el constructor que la había levantado. Era aquella una época, los años 40, en la que los guajes hacíamos mucha vida en la calle, pues nos veíamos a todas las horas que dejaba el horario escolar para disfrutar de aquellos juegos –los banzones, les chapes, la peonza, a la una pica la mula– que se ajustaban a un calendario tan imprevisible como seguido por todos. Tino se comportaba como un padre cariñoso con los más pequeños del grupo, y, sabiendo imponer una protectora autoridad, nos hacía todavía más agradables esos juegos. Hasta donde yo sé, esa actitud de generosidad hacia los demás la mantendría durante toda su vida.

Al llegar a la edad juvenil se convirtió en un buen futbolista, aunque no tanto como su hermano Quicu, que llegó a jugar en la Segunda División de la República Federal Alemana, país al que emigró y donde encontró trabajo y amor, pues allí se casó, aunque sin olvidar nunca a su pueblo natal, al que continuó volviendo. Siguiendo la profesión de un tío suyo, Graciano El Norte, un personaje que se hizo muy popular en El Entrego, por una excentricidad muy llamativa, aunque nunca agresiva, que hizo compatible con una admirada calidad como ebanista, Tino se hizo un excelente carpintero, que, por ideología, prefirió integrar su trabajo en una cooperativa a ejercerlo por libre. Cuando se jubiló se hizo agricultor, estrictamente ecologista, en la finca familiar de Tariz, en el valle de Lantero, donde también, con la colaboración de su admirable mujer, Covadonga, hizo de apicultor eficaz. Y, mientras la salud se lo permitió, fue también un esforzado ciclista, afición que compartió con Jose Bernardo, otro de nuestros amigos del barrio.

Sin aspirar nunca a la notoriedad y siempre con la sonrisa en los labios, Tino deja un hermoso recuerdo entre quienes le conocimos y, en consecuencia, le apreciamos. Seguro que ese recuerdo servirá en estos duros momentos de consuelo a su mujer, Covadonga, a su hijo, Faustino, al resto de su familia y, cómo no, a sus amigos y a su pueblo, que pierden la convivencia de quien desde el principio de sus días hasta el final de ellos fue, por bondad y talante, un amable ejemplo para quienes convivieron con él.

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