Desde mi atalaya turonesa

Un médico turonés en la Universidad de Valencia

La historia vital de Ceferino Ildefonso, natural del valle y que de niño se fue con su familia a la ciudad del Turia

Manuel Jesús López "Lito"

Manuel Jesús López "Lito"

El charlestón, un baile nacido en el estado norteamericano de Carolina del Sur, hizo furor en Europa en los años veinte. En ese tiempo, en el valle de Turón se respiraba un ambiente fabril y febril en el que se afanaban 3.000 trabajadores. Esa era la nómina conjunta de Hulleras de Turón y Minas de Figaredo, empresas mineras que se beneficiaban del rico venero que se encerraba en las entrañas de aquel territorio. Del resplandor industrial surgió el cultural y social pues, a lo largo de la década, el Valle se fue dotando de una serie de servicios (Cruz Roja, Correos, Banco Asturiano, Farmacia, Salón cinematográfico de Froilán, etc.) solo comparables en Asturias a los que poseían Gijón y Oviedo.

Estas instituciones se concentraron alrededor de un barrio que nació y se desarrolló a partir de la inauguración, en 1905, de la nueva carretera general del Valle. Este vial atravesó la antigua "vega de Villabazal" comenzando una loca carrera de construcción de edificios en ambos márgenes y a ese conglomerado de modernos edificios se le bautizó, atendiendo a su origen, con el nombre de La Veguina. En los tiempos del charlestón, La Veguina, ya era para Turón como la Quinta Avenida para la ciudad de Nueva York. Vía rumorosa por su nutrida concurrencia y de apenas un hectómetro de longitud, La Veguina era el centro de esparcimiento del numeroso vecindario del entorno que se apiñaba a diario en las tiendas de ultramarinos instaladas en ambas orillas.

También allí estaba instalado el Ateneo Obrero que había introducido en su agenda un "ciclo de conferencias" para el mediodía de los domingos. La categoría de los oradores contratados desde un principio era tal (Valle Inclán, Leopoldo Alas, Marcelino Domingo…) que pronto le hicieron acreedor de un merecido prestigio. En esas citas dominicales, La Veguina ofrecía un aspecto de tal animación como si de una fiesta se tratara y muchos trabajadores, antes de la conferencia, aprovechaban para tomar un refrigerio en los variados establecimientos de bebidas establecidos en dicha calle. Entre aquellos negocios hosteleros destacaba el Bar Los Chicos, inaugurado por Antonio Fernández Miranda. El local, también conocido como "Casa de Antón de Grao", por la procedencia del fundador, estaba a cargo de su mujer Obdulia, consumada cocinera, y por Enriqueta, una de las hijas, que era la encargada de manejar la cafetera Express adquirida hacía escasas fechas. Esa máquina que obtenía el café de forma instantánea era una auténtica novedad para toda la comarca pues, hasta entonces, aquel invento solo se había visto en las películas de Charles Chaplin que proyectaba Froilán.

Todo iba sobre ruedas para un territorio en el que se inauguraría muy pronto un lavadero de carbones listo para lavar 900.000 toneladas de hulla al año: el más importante de España en ese momento. Sin embargo, no corrían buenos tiempos para la paz. Unamuno, el intelectual de más prestigio del país y buen conocedor del carácter hispano, había alertado del peligro cuando manifestó que "España es la tierra por la que, desgraciadamente, cruza errante la sombra de Caín". La sombra de Caín, en efecto, oscureció el cielo de la piel de toro en 1936 y concluyó, al cabo de un trienio, con cifras estremecedoras: un país puesto "patas arriba" y sobre él cientos de miles de cadáveres.

Uno de ellos, José, joven de 18 años, hijo de "Antón de Grao" y muerto en Turón en 1938. Esta trágica circunstancia unida al decaimiento del negocio en aquellos años fatídicos, hizo que aquella familia se planteara la marcha de Turón que, comenzarían a realizar escalonadamente con dirección a Valencia. Fue al final de aquella guerra cuando salieron los primeros efectivos. Se trataba del matrimonio constituido por Ildefonso Fernández y Enriqueta. Llevaban consigo a un niño de ocho años y este va a ser nuestro protagonista de hoy. En la ciudad del Turia, Ceferino Ildefonso o, Alfonso, que con ambos nombres se conocía al infante, realizaría sus estudios primarios y secundarios con gran aprovechamiento y en el curso 1948-49 se matricula en la Facultad de Medicina. En 1955, con solo 24 años, realiza la especialidad de "Patología y Clínica quirúrgica" en la cátedra del profesor Gomar, que lideraba, por entonces, el servicio más puntero de Cirugía ortopédica de España.

Muy pronto, el joven Alfonso, aparte de ser su compañero y amigo, por su talento y espíritu de servicio, se convertiría, también, en su mano derecha. Sus enormes deseos de aprender quedan patentes con la participación en diversos cursos que le van a permitir adquirir importantes conocimientos en la materia. Ese afán constante de superación le llevaría, en el verano de 1957, al sanatorio Adaro, donde, en calidad de residente becario, trabajaría tres meses bajo la dirección del doctor Vallina, toda una institución en Asturias en el campo de la Traumatología. De regreso a Valencia, en 1959, fue nombrado Ayudante del equipo quirúrgico del profesor Gomar en la Seguridad Social y, en 1960, pasa a ser miembro numerario de la SECOT (Sociedad Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología). Al año siguiente, contraería matrimonio con Rosa Gabarda de la que tuvo dos hijos, uno de los cuales, Rafael, seguiría su misma profesión. En el año 1963, el médico turonés obtuvo el título de Médico Especialista en Traumatología y Ortopedia.

Sin embargo, su vocación por la enseñanza le había llevado a contactar con la Universidad unos años atrás y el cuatro de julio de 1964 fue nombrado profesor adjunto de la Facultad de Medicina, plaza que obtendría en propiedad siete años después y que mantendría hasta su jubilación. 1965 coincide con el año en el que obtiene el grado de Doctor al presentar su tesis: "La orientación del acetábulo en la Cirugía de la displasia luxante de cadera". Pero, en 1966, alcanzaría, de nuevo por oposición, la plaza de Jefe Clínico de Traumatología de la Seguridad Social de Valencia.

En 1970, a través de una beca concedida por el CISOT, estuvo en la cátedra de Traumatología y Cirugía Ortopédica, dirigida por el profesor Oscar Scarliatti en la facultad de Medicina de Florencia. Dos años más tarde sería nombrado Jefe Clínico de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Hospital Clínico de la capital levantina. Asiduo asistente a los congresos internacionales de su especialidad celebrados en Europa (París 1966, Londres 1976…), a partir de 1962, comenzó la presentación de una serie de trabajos en diversas revistas científicas, fruto de su labor investigadora (Consideraciones sobre los tumores gigantes de la serie condral, Latirismo, éste con la colaboración de su hijo, etc. etc.).

De forma paralela, desde 1975, aparecen en revistas extranjeras los resultados de las investigaciones que llevó a cabo en compañía de otros profesionales ("Gluteal fibrosis" J. Bone and Joint Surg, etc.) Ese mismo año sería nombrado secretario de la revista de Cirugía Osteoarticular de la que ya era redactor desde 1966. Su dedicación profesional ha sido considerable al proyectarla sobre tres frentes de forma simultánea (clínica, docente y literatura científica), protagonizando multitud de seminarios y pronunciando innumerables conferencias en las distintas áreas sanitarias del país (Valencia, Madrid, Barcelona, Oviedo…).

Su principal actividad ha estado dirigida al estudio y tratamiento de los tumores óseos, destacando en el campo de la articulación de la cadera. Una prueba de su relevancia profesional queda reflejada en el libro "Médicos españoles del siglo XX" de Manuel Díaz Rubio, que lo describe como un discípulo aventajado del doctor Gomar, especialmente dotado para el diagnóstico ("ojo clínico") basado en la anamnesis y exploración física, cualidad difícilmente encontrada hoy en día. Pasando a considerar los aspectos fundamentales de su vida, resaltar que dos fueron las razones de su existencia: la medicina y la familia. Si profesionalmente llegó ser un experto ampliamente reconocido por la capacidad de trabajo y estudio en su especialidad, como persona cimentó su vida en el amor a su esposa y a sus hijos. Ceferino Ildefonso fallecido en 2004, debido a su meritoria y dilatada trayectoria profesional, pasa por ser uno de los traumatólogos más prestigiosos de España en la segunda mitad del siglo XX.

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