Líneas críticas

Las amenazas de la inteligencia artificial

La necesidad de adaptar el desarrollo tecnológico a las personas y no al revés

Francisco Palacios

Francisco Palacios

El eminente biólogo estadounidense, Edward Osborne Wilson, escribió hace unos años que los seres humanos hemos creado una civilización de la Guerra de las Galaxias con emociones de la Edad Piedra, instituciones medievales y tecnologías que parecen un invento de los dioses. Una incongruencia que, según Osborne, es terriblemente peligrosa para el futuro de la humanidad.

Recientemente, un grupo de empresarios del sector tecnológico, expertos y políticos, solicitaron en una carta de tintes apocalípticos que se suspendan durante seis meses los experimentos con la inteligencia artificial (IA), porque consideran que pueden plantear profundos riesgos sociales. Se refieren al llamado GPT-4, un modelo de lenguaje extenso, capaz de entender, resumir, traducir textos a una velocidad de vértigo, gracias a que han sido "alimentado" con millones de documentos en diferentes de idiomas. Uno de estos artilugios puede traducir en pocos segundos la Constitución americana al español. Y puede generar imágenes falsas que se pueden difundir como verdaderas. Dos ejemplos muy conocidos: el anorak blanco del papa Francisco o la ficticia detención del expresidente Donald Trump.

Asimismo, más de 11.000 guionistas de Hollywood han comenzado una huelga para reclamar mejoras laborales, destacando la exigencia de regular el uso de la IA: exigen que los guiones sean originales, que las "máquinas de plagio" no sustituyan a los escritores.

Sobre esta cuestión, el científico inglés Geoffrey Hinton, un pionero de la de la IA y Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 2022, ha declarado a este diario que las máquinas acabarán con 300 millones de empleos y causarán una inmensa confusión en la sociedad al poder crear contenidos ficticios, por lo que es urgente mitigar los riesgos de una "tecnología desbocada", comparando incluso la situación actual de la IA con los efectos de la bomba atómica. Hinton sostiene también que el cerebro humano es la mejor máquina y que la inteligencia artificial es sólo una extensión de la inteligencia humana. Y lo mejor que se puede esperar de las nuevas tecnologías es que supongan un progreso real para toda la sociedad y no sólo beneficien a una minoría privilegiada.

Históricamente, la rebelión contra las máquinas tuvo lugar en los primeros años del siglo XIX. Fue en el contexto de la revolución industrial. Artesanos ingleses, llamados luditas, destruyeron telares y máquinas de hilar no sólo porque creyeran que eran la causa de un masivo desempleo, sino también como un modo de presionar a los empresarios en sus negociaciones. Algunos líderes del movimiento ludita reconocían que el uso de las máquinas podía liberarlos de los trabajos más extenuantes.

En tal sentido, en 1883 se publicaba un famoso y polémico ensayo titulado "El derecho a la pereza" cuyo autor es Paul Lafargue, yerno de Karl Marx. Para Lafargue, la máquina era la redentora de la humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las "artes impuras", es decir, del agotador trabajo asalariado. Una diosa que le proporcionará comodidad y libertad, a pesar de que entonces las maquinas abocaban al paro y la miseria a millones de trabajadores. De todas formas, si bien Lafargue se muestra optimista ante los avances del maquinismo, advierte de que el símbolo del progreso es como el carro de aquel Dios indio que sólo avanza sobre los cadáveres de sus adoradores.

En definitiva, el grado de desarrollo que ha alcanzado la IA plantea hoy profundos dilemas éticos, sociales económicos o religiosos. Lo razonable sería promover un desarrollo de la tecnología que se adapte a las personas y no al revés. Que el ser humano no pueda ser reducido a un simple apéndice de las maquinas.

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