de lo nuestro Historias Heterodoxas

El crimen de un imbécil

La defensa del acusado de cometer un crimen en La Calzada de Lena en 1927 intentó sin éxito rebajar la pena del agresor alegando su "imbecilidad"

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

En nuestra tierra siempre hemos sabido que el "aire de las castañas" altera a la gente. Sin embargo, a pesar de que es una evidencia que podemos ver cada otoño, esta circunstancia se había considerado hasta hace poco como una superstición aldeana. Ahora sabemos que el fenómeno causa cierta alteración hormonal que hace aumentar las depresiones y el mal humor, por lo que aumentan los actos violentos y suicidios, hasta el punto de que en Suiza se ha aceptado como atenuante en condenas por asesinato.

El crimen de un imbécil

El crimen de un imbécil / Ernesto BURGOS

A principios de octubre del año 1927, en la Montaña Central se vivía con intensidad esta anomalía climática encontrando terreno abonado entre los espíritus más sensibles que ya andaban soliviantados por la tensión de una larga huelga minera. Y con este fondo, en La Calzada de Lena se vivió uno de los episodios más truculentos de nuestra crónica negra.

Este topónimo se debe su nombre al paso de la vía romana que unía Memorana con Ujo, de la que todavía podían verse algunos vestigios hasta que en la segunda mitad del siglo XX los borró una obra ferroviaria. Verán que es un trazado distinto al de la vía de La Carisa, pero esa es otra cuestión. Ahora es difícil reconocer este lugar, afectado por la despoblación, aunque en aquel 1927 tampoco era un lugar muy grande: apenas tres casas que también han desaparecido, entre La Barraca y La Venta antes de llegar a La Vega de Villallana,

En una de aquellas tardes bochornosas alguien se percató del mal olor que salía de una de aquellas viviendas y cayó en la cuenta de que hacía días que no veían a quien la habitaba. Era Braulio Díaz, un minero que acababa de enviudar en el mes de junio y al que le gustaba divertirse y acudir a las ferias de los alrededores, pero actuando siempre con responsabilidad, por lo que tenía buena consideración entre sus vecinos y compañeros de trabajo. Braulio había avisado de que pensaba hacer una visita al concejo de Morcín, pero a todos les extrañó que aún no hubiese regresado, por lo que temiéndose algo malo dieron cuenta a la Guardia Civil.

Y lo peor se confirmó. No hubo necesidad de forzar la puerta, nada más entrar en la planta baja de la casa se toparon con un gran charco de sangre seca sobre el que yacía el cuerpo del infortunado minero que presentaba unas tremendas heridas y emitía un hedor insoportable. Después todo se hizo según mandaba la ley: el juez ordenó el levantamiento del cadáver que fue llevado hasta el cementerio de Pola de Lena donde dos forenses le hicieron la autopsia antes de autorizar su enterramiento y al mismo tiempo los guardias lo registraron todo buscando alguna pista que ayudase a explicar lo sucedido.

Allí estaba un hacha que probaba el homicidio, aunque el motivo del crimen era más dudoso. Braulio tenía una cuenta con cuatro mil pesetas que nadie había intentado tocar, pero nunca solía llevar dinero encima y de hecho era habitual que en la barbería dejase pendiente de pago para el día siguiente sus cortes de pelo. Sin embargo, sus familiares sí echaron en falta un reloj de pulsera de cierto valor que le gustaba lucir en las fiestas.

Desde el primer momento se sospechó de otro hombre conocido como "el Chapa" que realizaba trabajos para el fallecido y también llevaba tiempo sin ser visto. Siguiendo este hilo, el día 21 fue detenido e inmediatamente confesó su crimen, por lo que pasó a prisión en espera de juicio. Parece ser que los retrasos en las causas judiciales no son nuevos y forman parte de la cultura de este país, ya que su juicio tardó en celebrarse más de un año.

Por fin, el 22 de agosto de 1928 tuvo lugar la vista del crimen de "el Chapa", quien se llamaba realmente José Ramiro Martínez. Dada la fecha se formó la llamada Sala de vacaciones, presidida por el juez Gerardo Vázquez con los magistrados Modesto Domínguez, Víctor Covián, Bibiano Garzón y Eladio Niño; actuando como fiscal Ricardo Ibarra.

Como defensor ejerció el abogado José Loredo Aparicio, un personaje histórico de nuestra izquierda, fundador del Partido Comunista de Asturias, quien tras viajar en 1923 a la Unión Soviética había publicado sus impresiones en "El Noroeste". Loredo Aparicio iba a tener después una dilatada carrera política: formó el primer núcleo trotskista de Asturias; participó activamente en la revolución de octubre de 1934 con la Izquierda Comunista de Andreu Nin; durante la guerra civil fue secretario del Consejo de Asturias y León y murió en México en 1948.

Tras escuchar la declaración del inculpado, el fiscal pidió la pena de muerte. Por su parte el defensor rebajó su petición a catorce años, ocho meses y veintiún días basándose en la manifiesta imbecilidad del acusado que debían certificar dos de los peritos médicos cuyo informe había solicitado, pero estos no aparecieron y se pidió la suspensión del juicio ante el disgusto del numeroso público que se había desplazado para ver directamente el desarrollo de la causa.

Finalmente, el 1 de septiembre volvió a reanudarse la vista en el Palacio de Justicia y el acusado reiteró punto por punto su declaración. Dijo que había estado al servicio de Braulio Díaz quien le quería por lo mucho que para él trabajaba y que sabía que tenía dinero, pero en el banco no en su casa. El 8 de octubre de 1927, día de autos, él había hecho un viaje y al apearse en Pola de Lena siguió hasta la casa de Braulio. Ya eran las cuatro y media de la mañana y la puerta estaba cerrada, entonces ascendió al corredor, abrió la comunicación que existía allí y después de comer algo se acostó.

No llevaba propósito de robar, pero cuando llegó Braulio lo despertaron sus pasos y bajó hasta la cocina, entonces empezaron a reñir sobre el motivo de su presencia en la casa y él exigió el pago de algunos jornales que le debía. La discusión subió de tono, Braulio cogió un hacha, forcejearon, se la arrebató y sin darse cuenta le dio un golpe. A la pregunta del fiscal de si había robado algo, "el Chapa" contestó que a él le constaba que Braulio guardaba su dinero en el banco y que solo se había llevado un reloj que luego empeñó en León, sin haber cogido otras cosas de más valor que había en la casa.

Tras esto, "el Chapa" manifestó que había perdido la cabeza porque no era capaz ni de matar una mosca y que al ver a Braulio muerto, se postró de rodillas ante su cadáver rezándole un Padrenuestro; también dijo que desde entonces oía una voz que repetía: "¡Desdichado! ¿Qué has hecho?". Siguió narrando que tras salir de allí se fue primero a Ujo, luego hasta Fierros en un tren de mercancías y finalmente a León, donde su conciencia le indujo a volver a Pola de Lena. Aunque cuando iba a entregarse a las autoridades judiciales fue denunciado por un somatenista y detenido por la Guardia Civil.

El fiscal también le preguntó por qué el día del crimen a pesar de que llevaba una pistola cargada con dos cápsulas no la había disparado y en cambio mató a su víctima con el hacha que había en la cocina. Y el reo volvió a afirmar que no llevaba intención de matar, que le dio con el hacha sin darse cuenta de lo que hacía y que aún seguía oyendo la voz misteriosa en su cabeza.

Llegó entonces el turno de Loredo Aparicio y a sus preguntas contestó que él no solo trabajaba para el muerto en labores de su sexo, también se encargaba de condimentar la comida, hacer las camas, fregar los platos y hasta el suelo. Explicó que en su familia había varios locos y cuando el abogado le pidió que explicase por qué había desertado de las filas del Ejército para intentar alistarse después en el Tercio, respondió que no tenía la cabeza en condiciones y que por eso acaso no lo habían admitido.

Seguidamente, Loredo Aparicio se dirigió al juez haciendo una larga historia de los antecedentes familiares del procesado, con una abuela y una tía por parte paterna locas, un padre alcohólico incorregible y dos hermanas que no estaban en su juicio y lo presentó a él como un demente precoz de tipo paranoide, o dicho con el término de la época: un imbécil.

Ni la imbecilidad ni el aire de las castañas fueron atenuantes para José Ramiro Martínez "el Chapa" quien fue condenado a cadena perpetua y a indemnizar a los herederos de Braulio Díaz Álvarez por haberle hundido el parietal izquierdo con un hacha; robar 12 pesetas en metálico, un reloj valorado en 40 y un pantalón, y por tenencia ilícita de una pistola. Seis años más tarde una amnistía lo puso en la calle.

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