de lo nuestro Historias Heterodoxas
La sombra de Wenceslao Roces
La participación del comunista de Soto de Agues en la desaparición de Andreu Nin, fundador del POUM y contrario a la política de Stalin
En plena guerra civil, siguiendo una tradición que aún no hemos perdido, las izquierdas españolas se enfrentaron entre ellas, aunque entonces lo hicieron a tiros. Fue en mayo de 1937 y en las calles de Barcelona. No puedo detenerme ahora en los pormenores de aquellas jornadas, pero sí debo recordarles que en uno de los dos bandos combatieron codo con codo los anarcosindicalistas de la CNT y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización de oposición comunista que compartía muchas cosas con el trotskismo y estaba en contra de la deriva que había tenido la URSS bajo el poder absoluto de Stalin. Frente a ellos tuvieron a otro bloque de fuerzas diversas controlado por el Partido Comunista que en aquellos momentos no era más que un apéndice de Moscú.

La sombra de Wenceslao Roces / Ernesto BURGOS
Desde el momento de su fundación el POUM había sido un estorbo para los comunistas "ortodoxos", no tanto porque les restaba una parte de sus posibles militantes, sino porque sus dirigentes no se callaban las críticas contra Stalin y este como es sabido vivía obsesionando por eliminar cualquier disidencia contra su autoridad. Así que siguiendo sus órdenes los prosoviéticos españoles persiguieron al POUM e intentaron desprestigiar a sus militantes con toda clase de mentiras.
El mismo secretario del PCE, José Díaz, los calificó como una banda de espías y de provocadores al servicio del fascismo internacional y dijo que "era necesario acabar con los bichos trotskistas en todos los países civilizados". Y dicho y hecho: con el acuerdo de los comunistas rusos y sus seguidores españoles se decidió secuestrar a Andreu Nin, el líder del POUM, para lograr que se retractase de su postura y acatase la disciplina de Stalin.
En todo este sucio proceso tuvo que ver –ahora veremos si mucho o poco– Wenceslao Roces, un estalinista nacido en Soto de Agues. en 1897, que falleció en México en 1992 dejando para la historia una biografía polémica.
Roces fue un prestigioso jurista y traductor de los principales teóricos marxistas, pero protagonizó a lo largo de su vida algunas anécdotas curiosas. Así, sin consultar a nadie, durante la revolución de 1934 pidió por su cuenta al ex ministro Ángel Ossorio Gallardo que convenciese a los insurrectos para que se rindiesen. Ossorio escribió en sus memorias como le dijo que "aquello está irremisiblemente perdido, pero los mineros no lo saben porque están incomunicados y piensan que toda España está ardiendo. Hay que sacarles de su error y convencerles de que se rindan entregándose a la justicia".
Cuando Ángel Ossorio le preguntó si era consciente de que si se rendían la justicia iba a fusilar a muchos de ellos, Wenceslao Roces le contestó que sí, pero que era peor que entrase la soldadesca en las cuencas y causase una matanza mayor.
Don Wenceslao también fue responsable durante la guerra civil del traslado de los cuadros del Museo del Prado hasta Francia y del expolio de la colección de monedas del Museo Arqueológico Nacional que embarcaron rumbo a México en el Vita, porque era en aquel momento subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Los cuadros acabaron retornando sin problemas, pero las monedas que él sacó personalmente del Museo se perdieron para siempre y su destino final aún es motivo de discusión entre los historiadores.
En época más reciente, Roces volvió a protagonizar uno de los episodios más pintorescos de la transición democrática. Fue en 1977 cuando ya tenía 80 años y poca salud, pero esto no fue obstáculo para que aceptase encabezar la candidatura unitaria al Senado que le propuso la izquierda asturiana. Vino de México, salió elegido en junio y en noviembre dio la espantada para volver a cruzar el charco sin avisar ni despedirse de quienes lo habían hecho senador.
Entrando ya en el caso que hoy nos ocupa, Andreu Nin fue detenido por agentes soviéticos el 16 de junio de 1937 en un edificio de las Ramblas de Barcelona tras haber celebrado una reunión de su partido y nunca más se le volvió a ver. Los investigadores han reconstruido lo que ocurrió desde entonces a partir de la escasa documentación y la confesión de algunos de los testigos de aquellos días. Así, está claro que fue trasladado primero a un calabozo de Madrid, luego a un hotel habilitado como centro de detención en Alcalá de Henares y finalmente a un chalet donde lo torturaron horriblemente para que confesase que era un espía de Franco, pero Nin prefirió morir desollado antes de dar aquella satisfacción a sus verdugos.
Entonces vino el problema para sus asesinos que no habían previsto esta resistencia y debían deshacerse del cadáver y a la vez justificar su desaparición de tal forma que su heroicidad se convirtiese en una traición. Con ese fin difundieron el rumor de que un comando de agentes españoles y alemanes de la Gestapo lo había rescatado de la prisión y Nin seguía vivo en el Berlín de Hitler o en la Salamanca franquista.
Para el poumista langreano Ignacio Iglesias, buen conocedor de estos acontecimientos, todo esto fue planeado por los servicios policiacos de Stalin, pero no se habría podido realizar sin la colaboración directa, incondicional y entusiasta que les prestaron en todo instante los comunistas españoles
Lo cierto es que hasta Dolores Ibárruri en un mitin celebrado en Valencia asumió la tarea y se refirió al proceso contra el POUM en estos términos: "Es mejor condenar a cien inocentes, que absolver a un culpable" y los intelectuales más fieles al partido intervinieron directamente en esta campaña de difamación. En este contexto jugó un papel fundamental la publicación del libro "El espionaje en España", que fue clave para la elaboración de un gran montaje basado en la difusión de datos falsos, pruebas manipuladas y confesiones inexistentes.
Apareció en 1938 prologado por José Bergamín, firmado por Max Rieger y traducido por Lucienne y Arturo Perucho. Bergamín es de sobra conocido, sin embargo está claro que los otros tres nombres son falsos, como también es inventada la supuesta traducción desde una lengua que no se indica.
En 2003, el escritor leonés Andrés Trapiello aseguró en "LA NUEVA ESPAÑA" que este libro fue escrito por Wenceslao Roces y más tarde Javier Marías también coincidió en señalar al estalinista de Sobrescobio como el autor del libelo que pretendía justificar el aniquilamiento del trotskismo español en 1937, aunque no existe ninguna prueba concluyente y hay quien prefiere pensar que él solo presentó un primer borrador que luego fue corregido y ampliado por otros dirigentes del Partido Comunista.
Wenceslao Roces conocía a Andreu Nin porque los dos habían trabajado juntos en el proyecto de la llamada "Biblioteca Carlos Marx" que hizo la Editorial Cenit traduciendo a los clásicos revolucionarios, donde curiosamente al asturiano le tocó ocuparse en 1930 de versionar al español "Mi vida", las memorias del propio León Trostky; pero la posición de ambos ante la revolución rusa era opuesta. Roces la defendía con una disciplina absoluta y Nin después de una larga estancia en Moscú había regresado mucho más crítico con la deriva autoritaria que había tomado la revolución proletaria.
Queda saber si esta diferencia ideológica fue suficiente para empujarlo a actuar de ese modo, aunque los testimonios de quienes conocieron a Roces nos pueden dar una pista sobre su comportamiento. Por ejemplo, el ex presidente del Principado, Juan Luis Rodríguez-Vigil, quien lo trató durante su estancia en la Asturias de la democracia dijo de él que "era un hombre retraído, de relación no fácil. Una persona interesante a la que teníamos respeto, pero yo creo que tenía un fanatismo del que no se puede hacer uno idea".
Aunque esto no le impidió tener su pequeño momento de duda, como le puede suceder a cualquier mortal. En el número 19 de la revista digital "El Catoblepas" de septiembre de 2023 se explica que cuando en febrero de 1956 el presidente del Consejo de ministros de la Unión Soviética Nikita Jrushchov criticó en el XX Congreso del PCUS los crímenes del estalinismo, Wenceslao Roces se unió a esta denuncia, hasta que Dolores Ibárruri lo hizo rectificar. De modo que al año siguiente se vio obligado a reconocer su equivocación y prometió a sus camaradas que no iba a volver a suceder, con las mismas palabras que iba a emplear más tarde el rey Juan Carlos para salir de otra situación delicada ante los españoles.
Wenceslao Roces fue conocedor de estas acusaciones sobre su participación en el montaje para manchar la memoria de Andréu Nin, pero nunca se preocupó por desmentirlas. Tampoco lo hicieron sus camaradas asturianos en la transición posfranquista y se mantuvieron ajenos a esta polémica, tal vez porque la desconocían. Para ellos, Roces solo fue un buen traductor y profesor en la Universidad Autónoma de México, militante ejemplar y sobre todo siempre fiel al Partido. Por estos méritos una Asociación Cultural con sede en Gijón lleva su nombre.
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