Opinión | Velando el fuego
El Mundial de fútbol femenino
El campeonato es un importante aldabón para que las mujeres deportistas consigan visibilidad y reconocimiento

El Mundial de fútbol femenino / Javier García Cellino
Según una controvertida teoría, el pasado, el presente y el futuro existen al mismo tiempo. En torno a la misma, se han hecho diferentes y variadas cábalas: que si la historia es cíclica; que si hay momentos de crecimiento, auge y decadencia que se repiten una y otra vez; que si no hay nada nuevo bajo el sol, pues todo se puede encontrar en épocas precedentes…
En todo caso, y más allá de disquisiciones filosóficas o casi metafísicas en ocasiones, escribir es ser capaz de reunir en un mismo trazo todos los surcos que nos atravesaron a lo largo de nuestra mudanza vital, incluidos, naturalmente, los que están por venir, pues el futuro comienza siempre hoy.
Cuando terminé de ver el apasionante encuentro en el que nuestra selección femenina de fútbol se proclamó campeona del mundo, un salto súbito me trasladó hasta la época en que me ganaba el pan (perdón, quise decir las iras de los espectadores), vestido de negro, bigote al uso y saliendo a los campos de fútbol con un banderín o un silbato, según demandaran las circunstancias. El primero de ellos me condujo hasta el también primer (al menos así lo recuerdo) partido de fútbol femenino en nuestra cuenca. Mi tío Munárriz, que había sido portero del Sporting en primera división –ya saben: "Cero a cero y Munárriz de portero"–, era el árbitro y yo actuaba como vigilante de una banda (el otro linier creo que era Melchor Braga), sin ser aún consciente de que estaba asistiendo al comienzo de un ciclo futbolístico nuevo (aunque después se detuvo por un tiempo).
Del banderín al silbato había apenas 10 o 20 kilómetros que me llevaron, una o dos semanas después, y ya como juez de la contienda, hasta el campo del Carbayín. Se enfrentaba el equipo del pueblo con el de las Piezas de Langreo, que formaban un conjunto muy difícil de batir (tengo siempre en el recuerdo a una jugadora menuda, morena, a quien apodaban, y con gran fundamento, Pelé).
En alguna ocasión he pensado escribir un relato breve sobre aquel partido, pues ingredientes no le faltaron. Un argumento con tintes astracanescos: señora con paraguas que insulta al árbitro y jugadora del equipo contrario, en este caso de Las Piezas, que sale en defensa del árbitro e insulta a la señora. La tensión narrativa también está asegurada: señora con paraguas que salta al campo para pegar a la jugadora y resbala y cae en un charco de agua (no había dejado de llover). Después la consiguiente confusión: alboroto, riñas entre unas y otras jugadoras y hasta algún que otro inevitable tirón de pelo. Y, por último, la perplejidad del árbitro, o sea, la mía, observando el cada vez más creciente gallinero que se iba formando a mi alrededor, y que podría poner el punto final a una crónica del desamparo (así me veía en aquellos momentos en la esquina del córner en donde sucedía la batalla).
Otra vez un brinco, en esta ocasión de más de cuarenta años, para volver a mi casa, apagar la televisión y salir a la calle a festejar el victorioso presente. Ahí es nada un campeonato del mundo femenino, un importante aldabón para que las mujeres deportistas consigan visibilidad y reconocimiento, cuando no hace mucho quienes daban patadas al balón eran menospreciadas y ridiculizadas con frecuencia.
Y si, como dije antes, el porvenir comienza siempre hoy, habrá que pensar, entre tantas otras reivindicaciones que a buen seguro faltan, en la cuestión salarial. Solo desde el reino del machismo se pueden defender las diferencias entre mujeres y hombres. Precisamente, hace unos días que se publicaron las listas de sueldos de futbolistas de uno y otro género, y la enorme disparidad debiera escandalizar a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y de sentido común. Así pues, y para que cambie la aguja que cose las relaciones sociales, se hace necesario que en el universo de las estrellas del fútbol se incluya también a las constelaciones femeninas.
Por lo que respecta al alevoso beso del presidente de la Federación de Fútbol de nuestro país a una jugadora, y al intolerable gesto llevándose las manos a los genitales en el palco, baste con acudir a esa frase metafórica según la cual "una imagen (en este caso dos) vale más que mil palabras".
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