Lito Portofino, gran forofo de la vida
El adiós a uno de los hosteleros más populares de Mieres, antes minero y emigrante en Alemania
"Fíos de cabres pintes, chivos rayaos", solía soltar Manuel González Sánchez, "Lito", desde detrás de la barra de la cafetería Portofino de Mieres. Los "litólogos" llegaron a la conclusión de que el minero-emigrante-hostelero nacido en la aldea de Brañanoveles hace 88 años y fallecido el pasado martes utilizaba tal proverbio para referirse a los antagonismos que suelen existir entre padres e hijos en cuestiones como la política, el fútbol, los hábitos de ocio...Puede decirse que "Lito Portofino", durante décadas uno de los chigreros más populares de Mieres –primero al frente del mesón El Séneca y hasta su jubilación en el establecimiento pegado a los jardines del Ayuntamiento–, era una excepción a su propio refrán.
Hijo de una familia socialista y de una aldea (Brañanoveles) que también lo era mayoritariamente, cerraba el puño y se emocionaba hablando de las convicciones políticas y de las penurias de posguerra que había heredado aquel niño nacido el maldito 1936. Crecer en ese tiempo, y más viniendo del lado de los perdedores, fue muy exigente para una generación que también recibió de sus ancestros el legado de la laboriosidad.
Lito entró en la mina (Noriega) con 13 años, antes de tener la edad mínima legal. Lo hizo gracias a un certificado que le falsificó Vital Álvarez-Buylla, entonces médico de la empresa y tres décadas después (a partir de 1979) carismático alcalde de la Transición. Los 60 fueron años duros para la empresas mineras de tamaño modesto. Noriega cerró, Lito perdió su trabajo y puso rumbo a Alemania. Ya estaba casado con Elda Fernández y tenía a Lorena, la primera de sus dos hijas. En un primer momento, emigró solo. Y como se emigraba entonces: sin másteres universitarios, sin conocimiento del idioma y con cara de Alfredo Landa. Pasó ocho años en una zona industrial alemana, varios de ellos trabajando a la vez en un hotel y en una fábrica de cuero del coloso Benz y tomando clases nocturnas de alemán. Hablarlo, algo infrecuente entonces entre los inmigrantes, convirtió a Lito también en traductor para intermediar entre los trabajadores españoles y la empresa o los sindicatos.
Les fue bien en Alemania, pero en 1971 Lito y Elda decidieron el regreso para reagruparse con su hija, que estaba al cuidado de unos parientes en Asturias. En aquel Mieres de 65.000 habitantes y de gran dinamismo hostelero –los tiempos de "la calle del viciu"–, la familia abrió primero El Séneca y y luego cogió el traspaso del Portofino. Allí, Manuel González Sánchez servía cañas con pericia alemana, daba entre bromas alguna clase particular gratuita del idioma de Goethe ("Eins, zwei, drei, vier, fünf..."), declaraba a menudo su pasión por su prole ("les mis hijes de mi corazón", Lorena y Evelín), cogía fuerzas y ánimo con "les fabes como almuhaes" que le preparaba Elda y defendía, con la pasión que ponía en todo, los colores del Athlétic de Bilbao. Fue un gran forofo del fútbol y de la vida.
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