Opinión | Desde mi atalaya turonesa

El gran arcano de Turón

El "turullu" sonaba para que todos supieran a qué atenerse cada día, al igual que en el ejército lo hacía la corneta

En algún momento de nuestras vidas, abriendo de par en par los portones de la memoria, no podremos eludir la evocación de aquellos seres de férrea fortaleza que en el valle de Turón, durante decenios que se antojaron siglos, arrancaron del seno de la diosa Gea un tesoro que glorificó sus vidas y los hizo inmortales. Haciendo una brevísima recapitulación, se puede decir que, desde su aparición sobre la Tierra, el hombre ha buscado siempre la forma de aprovecharse de la energía que a su alcance ha puesto la Naturaleza en periodos históricos que van desde el descubrimiento del fuego, utilizando como fuente de calor la leña, hasta la actual utilización de la energía nuclear, pasando por la fuerza animal, el uso del agua (los antiguos molinos y las modernas centrales hidroeléctricas, geotérmicas y mareomotrices), del viento (eólicas), del sol (heliotérmicas), del petróleo y del gas natural.

La mayor parte de la historia humana es coincidente, pues, con el desarrollo de la técnica que no solo ha tenido como objetivo el dominio de las fuentes de energía; además ha permitido descubrir novedosos procedimientos para poder domeñarla y darle una utilidad. Gracias a la facultad de convertir las diversas formas de energía en otras de mas fácil uso y transporte –en particular la electricidad– la especie humana se puede permitir en el momento presente habitar viviendas dotadas de toda clase de comodidades, desplazarse en automóvil, avión o ferrocarril, horadar montañas, tender gigantescos puentes, construir atrevidos rascacielos y lanzar cohetes a otros planetas desafiando todas la leyes físicas conocidas. Existe, también, otra importante fuente de energía de 1a que el hombre comienza a hacer uso a partir del año 287 a. C., y, solamente desde el principio del segundo milenio de nuestra era, se aprovechó, además de los yacimientos superficiales, de los estratos subterráneos mediante las técnicas mineras.

Casualmente los ricos filones hulleros tan abundantes en el valle de Turón son el origen de la notoriedad que con el tiempo ha adquirido esta tierra. Se formaron a partir de las plantas del Carbonífero, período que se inició hace ahora la friolera de 345 millones de años. Las células vegetales, cumpliendo un proceso inmutable, pues se sigue manifestando en las plantas actuales, realizaron la escisión del anhídrido carbónico, un compuesto formado por oxígeno y carbono, que está presente en el aire. Como consecuencia de ello, el oxígeno era devuelto a la atmósfera mientras que el carbono, elemento fundamental de todos los organismos vivientes, se asimilaba para originar por combinación diversos compuestos complejos que intervenían en el crecimiento de la planta. Empero, la separación de aquellas dos clases de átomos, precisaba del aporte de una energía y esta la proporcionaba el sol, desempeñando en esta transformación una función capital la clorofila, que, por otra parte, es la sustancia que adjudica a las hojas su color verde. En el transcurso de millones de años aquellas plantas permanecieron sumergidas en medios pantanosos para ser luego recubiertas por otros estratos en eras geológicas sucesivas. En tan dilatado período de tiempo y en tales condiciones, se fueron liberando algunos componentes, en general volátiles, de tal suerte que, al final, solo quedó, prácticamente, el carbono. Y, hete aquí, que llegó el Cuaternario y el hombre apareció en escena sobre la faz de la Tierra. Para entonces, las plantas del Carbonífero se habían convertido en carbón fósil.

Hasta aquí, las enseñanzas que nos ha legado la ciencia. Más adelante, este ser inteligente al que nos referíamos, lo iría extrayendo del interior de nuestro planeta. La minería, es decir, la extracción selectiva por medio de diversas técnicas de las sustancias y minerales que forman parte de la corteza terrestre, ya se desarrolló en España con especial importancia desde la época de la dominación romana. Comenzaron así a explotarse los filones de cinabrio de Almadén (Ciudad Real) y de cobre en Riotinto (Huelva). También los romanos extrajeron oro de los yacimientos de Las Médulas en la comarca leonesa de El Bierzo, donde se removieron más de doscientos millones de toneladas de tierra, valiéndose para ello de esclavos muy prácticos y rigurosamente reglamentados. El transporte del mineral se hacía en capachos de esparto o redes tupidas, colocándose los obreros alineados y pasándose la carga de uno al siguiente hasta el correspondiente depósito. La Alta Edad Media es una etapa en la que el trabajo minero sufre un cierto aletargamiento. En el siglo XIV tiene lugar una recuperación de las labores extractivas y se excavan galerías consolidando con armazones de madera los hastiales de las mismas, lo que supone el antecedente de la entibación moderna.

La creación del motor de vapor por parte del inglés James Watt en 1769 supone un hecho transcendental, pues fue el paso previo a la industrialización; el vapor se obtenía por calentamiento del agua a partir de la combustión del carbón. Esto hizo cambiar la situación económico-social de forma espectacular a comienzos del siglo XIX, ya que al explotar masivamente las minas de hulla se pudieron emplear desorbitadas cantidades de energía en el transporte tanto marítimo como terrestre, aparte de la industria y la agricultura, lo cual preparó el camino para un aumento sostenido de la producción. Estamos en plena vorágine de la transformación industrial de la Humanidad, cuando el carbón se convierte en la principal fuente de energía que va a mover el mundo en los años siguientes. Es un hecho suficientemente conocido que cuando se quema el carbón, su principal y mayoritario componente, que es el carbono, se combina con el oxígeno del aire produciendo dióxido de carbono en una reacción exotérmica, vale decir, con gran desprendimiento de calor. Después, por diferentes medios, este calor es utilizado para la producción energética. Se reconstituye de este modo la energía que más de trescientos millones de años atrás, las plantas necesitaron para la separación de carbono y oxígeno, en un proceso netamente endotérmico, pues para que se produjera precisó del aporte de energía que captaron del astro rey, cómo quedó expresado más atrás. De esta forma se cumplía una de las leyes fundamentales de la Termodinámica. Nos estamos refiriendo al Principio de conservación de la energía ("La energía del Universo permanece constante"), es decir, que la energía es indestructible, pues no se puede crear ni aniquilar, pero sí aprovechar mediante su transformación.

El capitalismo liberal y burgués iniciado en la centuria decimoctava y culminado por la Revolución Industrial manchesteriana en el siglo XIX, trajo nuevos métodos laborales a las minas. El trabajo minero se convirtió en un esfuerzo brutal y agotador. Era la explotación más inicua del hombre por el hombre: sueldos de miseria y jornadas de trabajo interminables. No es de extrañar que ello ocasionara con el tiempo importantes movimientos huelguísticos de los obreros que se prolongarían hasta el siglo XX como medio de lucha para conseguir mejoras en uno y otro sentido. Pero vamos a situarnos en la mitad de la centuria decimonónica porque esta es la época en que ingresan en la sala de la Historia las minas de Turón. Al llegar a este punto, recordamos que nunca cejaremos de exaltar a los mineros que operaron en este territorio, como ejemplo de la minería en general. Sencillamente porque este colectivo turonés ensanchó para siempre el nombre de nuestro valle. ¡Y de qué manera! Arrancar a Turón del anonimato, de la falta de protagonismo propio de una zona rural, como era hasta entonces, no fue tarea fácil. El minero turonés lograría esta hazaña en una lucha terrible y desigual.

Esta epopeya comenzó a escribirse con la implantación de algunas empresas en los primeros tiempos (Sociedad Hullera y Metalúrgica Belga, El Coto Paz de Figaredo que fundó el vecino de esta feligresía Vicente Fernández Blanco, la mina Riquela que pertenecía a "Fábrica de Mieres", La Fortuna, de Bernardo Aza, la "Clavelina explotada por el langreano Mauricio Ortiz y, finalmente, Hulleras de Turón, la más importante de todas, constituida en 1890 con capital procedente de la aristocracia vasca).

Generalmente, la jornada laboral del minero solía iniciarse a las seis de la mañana. Cuando se construyó la Central Eléctrica de La Cuadriella, desde allí funcionó una sirena (el popular "turullu") cuyos ecos llegaban a casi todos los rincones del Valle. Sonaba para que todo el mundo supiera a qué atenerse cada día, al igual que en el Ejército se hacía a golpe de corneta. Tocaba diana para levantarse a las cinco de la madrugada, a las seis para entrar al trabajo, a las ocho para el desayuno, a la una para la comida y a las cinco de la tarde para la salida de los obreros del interior. En total, aquellos hombres trabajaban diez horas cada jornada y los empleados en el exterior una hora más. Ese era el programa de todos los días entre lunes y el sábado. Solo los domingos y "fiestas de guardar" tenían un respiro en aquella dura pugna con la Naturaleza, desposeyéndola, en beneficio de otros, de lo que durante muchos siglos había sido el gran arcano de Turón.

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