Opinión | Líneas críticas

Palestina, un laboratorio perverso

Una investigación desvela cómo Israel usa Gaza como campo de pruebas para su negocio de armamento

En las tres últimas décadas, el conflicto palestino-israelí pasó de la esperanza de una paz posible a la brutalidad más repudiable en los últimos meses. Esperanzadoras fueron ciertamente algunas iniciativas de principios de los años noventa del siglo pasado.

En 1991, ideada por el Gobierno de España y apoyada por los Estados Unidos, se celebraba la Conferencia de Madrid, conversaciones previas para favorecer la paz entre Israel y la entonces Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Dos años después se firmaron los Acuerdos de Oslo, que ya buscaban "una solución permanente y segura" al largo y enconado conflicto palestino-israelí en los cinco años siguientes.

Y en 1994, para avalar simbólicamente los acuerdos, se concede el Premio Nobel de la Paz a Yasir Arafat, presidente de la OLP, Isaac Rabin y Shimon Peres, primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Irael, respectivamente, "por haber sustituido la guerra y el odio por la cooperación". Sin embargo, por diversas razones se frustraron los compromisos de paz tan solemnemente rubricados y difundidos.

El último intento serio de llegar a una solución pacífica en el avispero de Oriente Próximo fue la Cumbre de Paz de Camp David celebrada en el año 2000 bajo mediación del presidente Bill Clinton. Tampoco esta vez se cumplieron las expectativas. El fracaso quedó patente con las declaraciones de los principales protagonistas del conflicto: los representantes israelís alegaron que "no había con quien hablar por parte de los palestinos". Y estos esgrimieron que los israelís "no querían terminar de ningún modo con la ocupación".

Casi un cuarto siglo después de aquella cumbre se desató una escalada de terror iniciada por los crueles ataques de Hamás en octubre del pasado año. La respuesta israelí fue abrumadora, con un continuo y despiadado bombardeo sobre la población de Gaza: una crónica diaria de destrucciones, muertes y sufrimientos cuyo final no se vislumbra.

Sobre el tema se ha publicado este año en España "El laboratorio palestino. Cómo Israel exporta al mundo tecnología de la ocupación", un ensayo del que es autor Antony Loewenstein, periodista australiano-alemán de origen judío.

Utilizando fuentes y documentos inéditos, algunos recién desclasificados, Loewenstein revela que Israel utiliza los territorios palestinos ocupados como campo de pruebas de armas cada vez más sofisticadas. Y que se ha convertido también en un potente proveedor a todo el mundo de alta tecnología militar. Sin tener en cuenta el régimen político de los países compradores.

Asimismo, la venta de armas le ha proporcionada a Israel el apoyo de aliados reales o de conveniencia para asegurar la protección que necesita contra la censura internacional. Por ello, según Loewenstein, "Israel se precia de ser una nación indispensable".

Escribí en otra ocasión que el casi permanente conflicto palestino-israelí forma parte de un contexto histórico más amplio y complejo. Además de su propia dialéctica interna, el conflicto es una herencia inmediata de la Segunda Guerra Mundial: de la culpable tolerancia de Alemania por el Holocausto, de los intereses geopolíticos de las grandes potencias o de los recurrentes conflictos en el Próximo Oriente, entre otros factores.

Respecto a la situación actual del conflicto, una Agencia de las Naciones Unidas ha denunciado que "Gaza es hoy un infierno en la tierra". Y para Netenyahu, las agresiones son solo "un trágico percance". Lo que viene a evidenciar la asimetría de la fuerza bélica de los contendientes.

Loewenstein sostiene en su libro que las hostilidades, que duran décadas, no harán más que crecer y radicalizarse si no se involucran pronto y activamente líderes mundiales relevantes, en especial el Gobierno de los Estados Unidos.

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