Opinión | Pasado imperfecto

Valoraciones de la Revolución del 34

Los 90 años del acontecimiento, contado por sus líderes y por los periodistas y escritores que lo cubrieron para prensa

Se cumplen ahora noventa años de la insurrección de octubre de 1934. Un movimiento que se ha calificado como uno de los acontecimientos más relevantes y polémicos del siglo XX español. Y en el que las cuencas mineras asturianas fueron el último y más resistente bastión.

La idea motriz era que triunfara en España la revolución socialista, siguiendo el modelo de la revolución rusa de 1917. Un sistema político que desbancara la "República burguesa". Sin embargo, el movimiento revolucionario del 34 tuvo una gran variedad de manifestaciones regionales y locales. Nunca llegó a ser revolución unitaria. Y se distinguió por su carácter marcadamente urbano. Su escasa incidencia en el campo se explica por el desgaste de las organizaciones sindicales campesinas tras la huelga general de junio de aquel año.

La revolución se desencadena el 4 de octubre (aunque sus preparativos eran muy anteriores) cuando el presidente Alejandro Lerroux decide incorporar a su Gobierno a tres ministros de la Confederación de las Derechas Autónomas (CEDA) tildados de profascistas.

Esa misma noche llegaba a Oviedo la orden de revolución oculta en la cinta del sombrero del significado socialista asturiano Teodomiro Menéndez. La orden recorrió las cuencas mineras como un reguero de pólvora, siendo el principal foco de irradiación del movimiento insurreccional de Asturias: los trabajadores llegaron a controlar territorialmente casi un tercio de la provincia. Y un 80 por ciento de la población.

Obviando por razones de espacio los diversos avatares que se sucedieron durante los quince días la llamada Comuna asturiana, si quiero destacar ahora que buena parte de las valoraciones de aquel proceso revolucionario se han hecho en función de la lucha que mantuvieron los obreros de las Cuencas.

Las valoraciones más laudatorias magnifican en tal grado aquella insurrección fallida que la convierten en una suerte de símbolo épico de la lucha obrera. Mientras que las críticas –o autocríticas– paradójicamente proceden casi siempre de los que estuvieron implicados en los acontecimientos revolucionarios.

Así, el escritor y Premio Nobel francés, Romain Rolland ha escrito que desde la Comuna de París de 1871 "no se había visto nada tan hermoso como el movimiento revolucionario de Asturias". Y para el historiador Antonio Ramos Oliveira, la revolución de 1934 superaba como gesta a todas las que habían conmovido el mundo en siglo XX.

De otra naturaleza es, por ejemplo, la opinión, del socialista y maestro langreano, José Barreiro, que participó activamente en los episodios de octubre. Barreiro manifestaba años después que, "a fuerza de sinceros, es menester declarar que el PSOE se equivocó, que no supo crear las condiciones materiales y espirituales de la revolución. Que no supo esperar a que los acontecimientos políticos fueran más seguros y eficaces".

Y otro destacado líder socialista, Indalecio Prieto, confesaba desde México en 1952: "Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera de aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria. Estoy exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento, pero la tengo plena en su preparación y desarrollo".

Y años más tarde, el mismo Prieto revelaba que "en octubre del 34 sabíamos –cómo no íbamos a saberlo– que rompíamos los cordones que circundan la legalidad". Sabíamos que jurídicamente "la acción de los tribunales podía descargar sobre nosotros implacablemente si nos acompañaba el fracaso".

Por otra parte, en 2017 se publicaba una recopilación de crónicas y reflexiones sobre el movimiento revolucionario titulada "Tres periodistas en la revolución de Asturias", cuyos autores son Manuel Chaves Nogales, Josep Pla y José Díaz, prestigiosos e influyentes profesionales que recorrieron las principales poblaciones en las que se desarrollaron los episodios revolucionarios.

Chaves Nogales sostiene que, una vez asaltados e incendiados los cuarteles de la Guardia Civil, los dirigentes del movimiento revolucionario parecía como si esperasen "una especie de benéfico maná que habría de caer sobre los pueblos mineros, pues en los documentos de los comités no hay un solo indicio de la gestación de esa nueva sociedad por la que luchaban".

Asimismo, a pesar de sus diferencias ideológicas, Chaves y Pla coinciden en que la frágil y precaria estabilidad de la Segunda República se vino abajo con el proceso revolucionario del 34. Y que se había perdido entonces una gran ocasión de haber fortalecido entonces el régimen republicano al margen del ideario de sus gobernantes.

Hay también referencias a la muy precaria situación social de las familias obreras. Por ejemplo, se destaca que, en la zona comprendida entre Sama y Sotrondio, los obreros vivían hacinados en misérrimos cuchitriles que los expulsaban del hogar. Y que, gracias a las tabernas y las Casas del Pueblo, donde encontraban el mundo civilizado (cine, teatro, bibliotecas, radio, prensa), los mineros aprendían los rudimentos de la solidaridad social.

Y en una de sus crónicas, Josep Pla escribe que "tanto como me duele la injusticia que pudo haber hecho posible la revolución, me conmueve el heroísmo de esos mineros que, sin pensar si van a ser secundados, se lanzan a pelear por una idea, y sin pensar tampoco si son bien o mal dirigidos, ofrecen a la revolución su vida porque es lo único que tienen".

En definitiva, para Pla, los obreros asturianos demostraron mayor capacidad combativa que sus jefes, siendo los únicos que lucharon con cierta coherencia y con auténtico arrojo entre todos los obreros de España.

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