Opinión | Pasado imperfecto

Langreo, el último escenario de una insurrección fallida

Los episodios finales de la Revolución de octubre de 1934 y la posterior represión

Sama de Langreo se convierte desde el 13 de octubre en la capital revolucionaria de Asturias y sede del tercer Comité presidido por Belarmino Tomás. Mieres y Langreo eran entonces los únicos baluartes revolucionarios de toda España, aunque será por poco tiempo: el avance de las fuerzas gubernamentales era imparable.

El día 18 por la mañana, Belarmino Tomás, Gabriel Torrens Llompart, teniente de la Guardia Civil y colaborador de los revolucionarios, y Pedro Laine, ingeniero de Duro Felguera y personaje muy popular por haber sido presidente del Racing, se reúnen en la fonda Orejas de Sama. Torrens es elegido para entrevistarse con el general López Ochoa en Oviedo y conocer en qué condiciones estaba dispuesto a pactar con los insurrectos.

El general republicano, que mandaba las tropas que habían ocupado la capital, exige la entrega de la cuarta parte de los miembros del Comité Revolucionario, las armas disponibles, y que no se disparara un solo tiro contra las tropas. El Comité no está conforme con estas condiciones.

A media tarde, Belarmino Tomás, acompañado de Torrens, se desplaza de nuevo a Oviedo para negociar personalmente con López Ochoa en el cuartel Pelayo. Tras mutuas concesiones, se llegó al acuerdo de cesar definitivamente la lucha: los revolucionarios se comprometen a abandonar las armas y a liberar a todos los prisioneros. Y el general accede a que las tropas africanas vayan en retaguardia para evitar violencias y desmanes.

Ya en Sama, el líder socialista redacta junto a sus compañeros de Comité el escrito que iba a leer desde el balcón del Ayuntamiento de Langreo, en cuya plaza y calles próximas se había concentrado una gran multitud, ansiosa de recibir información sobre lo estipulado en Oviedo.

En un ambiente de exaltado dramatismo, Belarmino Tomás anuncia a los concentrados que había llegado la hora de capitular. Que sólo les quedaba "organizar la paz". Que ninguna ayuda se podía esperar del proletariado del resto de España. En esa situación no se podía seguir luchando por más tiempo.

Una vez leídas las condiciones del general López Ochoa, se produce un considerable tumulto. Algunos obreros, al considerarse traicionados, amenazaron de muerte a los miembros del Comité y al propio Belarmino Tomás, que, una vez calmados los ánimos, esgrime que no era de cobardes deponer las armas, teniendo en cuenta los poderosos medios de que disponía el enemigo para combatir la rebelión.

De todos modos, la potencialidad del enemigo era ya un hecho evidente antes de comenzar la lucha. Sobre la cuestión, el historiador y sociólogo, Santos Juliá ha escrito que "frente a un Estado que mantenía intacta su capacidad de respuesta, la insurrección del 34 no tenía ninguna posibilidad de triunfar".

En aquellas convulsas circunstancias, Belarmino Tomás quiso dejar un mensaje épico y esperanzador a sus compañeros de lucha. Resaltó que nadie podría borrar de la Historia el significado de aquella insurrección. Que la lucha entre el capital y el trabajo no podía terminar hasta que los obreros y los campesinos no fueran dueños absolutos del poder.

La última iniciativa del tercer Comité fue redactar un manifiesto en el que se daba cuenta de la rendición y se ordenaba volver al trabajo y deponer las armas.

El 19 de octubre entran en Langreo las fuerzas gubernamentales al mando del general López Ochoa. Ese mismo día empiezan las detenciones en masa. Tras el control del municipio por el ejército y las fuerzas del orden, los centros culturales y societarios se convierten, significativamente, en cárceles o cuarteles.

Cuenta Narcís Molins i Fabrega que, a las pocas horas de entrar en Sama, las tropas gubernamentales saquean el Ateneo Obrero, instalado en el edificio de La Montera, siendo públicamente quemados más de medio millar de libros en el parque Dorado.

En los días siguientes se llevaron minuciosos registros, indiscriminados arrestos de obreros y empleados. Así como frecuentes requisas de armas y dinero. Y de las acciones represivas practicadas en la cuenca minera sobresalen los trágicos sucesos de Carbayín: veinticuatro vecinos de Langreo y San Martín del Rey Aurelio, la mayoría sin ninguna vinculación con los sucesos revolucionarios, fueron detenidos y asesinados a finales de octubre. En su informe sobre la represión en Asturias, el diputado republicano, Félix Gordon Ordás, denuncia que ninguno de ellos "había prestado declaración ante juez alguno, y que "los llevaron a la cárcel sin decirles, ni entonces ni después, el motivo de su detención".

A principios de noviembre llega a Langreo el comandante de la Guardia Civil y delegado de Orden Público, Lisardo Doval Bravo, encargado de la "operación limpieza" de las cuencas mineras. Y Franco, entonces jefe de la Comandancia Militar de Baleares, fue nombrado asesor del Ministerio de Guerra para dirigir la represión desde Madrid. Como atestigua Enrique González Duro, uno de sus biógrafos, Franco ha tenido total libertad "para pacificar el territorio vencido de manera organizada y sistemática, con los mismos métodos empleados antes en la guerra de África".

Gordón Ordás ha denunciado también "métodos brutales" y "torturas sádicas" infligidas a los obreros por el comandante Doval. Una denuncia con la que coinciden un grupo de parlamentarios británicos que vinieron a Asturias para averiguar el alcance de la represión. Su informe, a pesar de las protestas del Gobierno español, "desató una ola internacional de simpatía hacia los mineros asturianos".

Durante la breve y agitada etapa del gobierno del Frente Popular se aprobaron distintas medias en favor de los represaliados por los sucesos del 34. Fueron seis meses truncados por la guerra civil. Pero esa ya es otra historia.

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