Opinión | de lo nuestro Historias heterodoxas
El espíritu de Tarna
Las reuniones políticas de los socialistas en el puerto asturiano desde el franquismo para reorganizar el PSOE con dirigentes como Felipe González
Hace pocos meses, el escritor lavianés Francisco Trinidad publicó la biografía de uno de los alcaldes que han dejado más huella en su concejo: Pablo García Fernández, a quien los militantes más antiguos de la Federación Socialista Asturiana conocen todavía como Paulino, el nombre que empleó en la clandestinidad para eludir la persecución policial.
Hoy no quiero hacer aquí una reseña sobre este libro titulado Pablo García, el ejemplo discreto, sobre todo porque no soy crítico literario, pero puedo decir que he encontrado un trabajo bien documentado y después de leerlo con gusto ya conozco a uno de los personajes de nuestra historia reciente en el que nunca había reparado. Lo que sí quiero traer a esta página son algunos datos y opiniones que el autor resume en uno de sus capítulos bajo el atractivo epígrafe de El "espíritu" de Tarna, que me parece muy acertado, aunque yo prefiero quitarle las comillas.
Con esta denominación, Paco Trinidad se refiere al ánimo que se fue forjando en las reuniones políticas que se mantuvieron hace décadas en este puerto de montaña del Alto Nalón, impulsando desde allí unas consignas que –salvando breves paréntesis– les permiten seguir gobernando esta región desde las primeras elecciones posfranquistas.
No sé si se habrán dado cuenta de que el calendario particular de los socialistas asturianos está repleto de citas, homenajes, recuerdos en lugares de memoria, o simplemente encuentros festivos, que los líderes aprovechan para expresar su opinión sobre la política del momento y, cuando se trata de cargos públicos, anunciar sus decisiones. Esta siempre ha sido una característica que los diferencia del resto de fuerzas, tanto a su derecha como a su izquierda, donde se prefieren los comunicados cerrados y escritos que evitan el riesgo de que las bases puedan expresar algún rechazo públicamente.
Las convocatorias de Tarna fueron fundamentales en los últimos años del franquismo y los primeros de la restauración monárquica no solo para Asturias, ya que desde aquí influyeron en la construcción del nuevo partido socialista que iba a dirigir este proceso y en el libro se recogen algunos recuerdos de Pablo García que ayudan a comprenderlo. Por ejemplo, lo ocurrido en el del verano de 1970, cuando el escenario que debía albergar a la concentración, preparado cerca del cruce de carretera, en la línea entre Asturias y León, tuvo que trasladarse casi un kilómetro debido a la gran afluencia de militantes y familias hasta otra zona más resguardada en dirección a Riaño.
Hasta allí se dirigió aquella mañana una especie de procesión laica en la que Emilio Barbón, debido a sus dificultades para caminar, fue llevado a hombros por compañeros que se iban turnando. Aquella misma tarde los asturianos pudieron oír hablar por primera vez a Felipe González, un joven que los convenció por su facilidad en el uso de la palabra y al que decidieron apoyar.
Sobre el origen de estas concentraciones en el puerto de Tarna, fue precisamente Emilio Barbón quien contradijo en 1983 la versión que había dado en un diario el entonces diputado por Canarias, Manuel Fernández Escandón, identificándola como una herencia de la llamada "romería del minero" que venía celebrando en el mismo lugar el Sindicato Vertical del franquismo.
Según Barbón, los socialistas ya se reunían en este lugar con anterioridad en fiestas que no eran solo motivo de encuentro y de esparcimiento para todos los militantes y simpatizantes que asistían a ellas, sino que también servían para la reivindicación de libertades. Así, el abogado dejó escrito como en el último domingo de julio de 1957, él, que estaba recién afiliado al PSOE, fue testigo de que un autocar procedente de la Güeria de Carrocera, donde el partido había mantenido su estructura durante la clandestinidad, recogía en Barredos a otros compañeros para pasar juntos la jornada, igual que se venía haciendo desde años anteriores en una vaguada cercana al parador, en la carretera de Riaño, o bien por la zona del pantano del Porma, lejos de miradas indiscretas.
En cambio, las convocatorias de los sindicatos verticales de Sotrondio, según la propia manifestación de sus organizadores habían comenzado en 1966 y no eran políticas, sino que se limitaban a enmarcar una comida campestre con charangas o coros y danzas, para concluir colocando bandas y lacitos patrióticos a ciertos asistentes. Lo que ocurrió fue que mientras las concentraciones socialistas fueron creciendo hasta convertirse en multitudinarias, las otras perdieron todo su interés y decayeron hasta desaparecer.
Otro histórico socialista, Marcelo García, nacido en Sotrondio y fallecido en Gijón ya hace casi una década, contó la importancia que uno de los encuentros de Tarna tuvo en el proceso que llevó a Felipe González a coger las riendas de la renovación del PSOE iniciando así un camino que lo llevó a ocupar la presidencia del Gobierno. Marcelo resultó fundamental, tanto para convencer a sus compañeros asturianos de que estaban ante un candidato ideal, como para transmitírselo después a él.
Fue el día de la convocatoria que se celebró en el verano de 1974, cuando lo fue a recibir junto a otro compañero a la estación de Mieres antes de llevarlo hasta el puerto en el que esperaban unas dos mil personas. El andaluz llegó en aquella ocasión cansado por un mal viaje en el expreso nocturno procedente de Madrid, pero tuvo que soportar la insistencia de sus acompañantes que le expusieron el apoyo sin fisuras de la Federación de Asturias, primero mientras lo conducían a la concentración y luego en varias reuniones a última hora de la tarde, que se remataron con una cena en Gijón donde la conversación siguió teniendo el mismo tema.
Finalmente, en el congreso que el PSOE celebró entre el 11 y el 13 de octubre de aquel 1974 en el municipio parisino de Suresnes, Felipe González, con el apoyo de la delegación asturiana, logró aventajar a Nicolás Redondo, propuesto por los compañeros vascos, y volvió a España siendo secretario general del PSOE.
Tarna fue también un termómetro en el que se midieron las libertades de la transición. Todavía en 1976, la Guardia Civil vigiló de cerca los autobuses y los coches particulares que se dirigieron hacia allí con sus ocupantes viviendo esta sensación de incertidumbre; pero al año siguiente todo había cambiado y los mismos uniformados ya pudieron verse regulando el tráfico con normalidad para facilitar los accesos a la fiesta.
En los primeros años de la transición fueron frecuentes las visitas de los líderes sindicales y políticos del socialismo, que aprovecharon esta tribuna para hacer importantes declaraciones. El mismo Nicolás Redondo, secretario general de la UGT, se convirtió en uno de los habituales. En julio de 1977 pasó primero por Oviedo para dar una rueda de prensa posicionándose a favor del ingreso en el Mercado Común porque en aquel momento consideraba que España era la sociedad más injusta de Europa y manifestó que la clase obrera no tenía ninguna culpa de la crisis económica que se estaba viviendo entonces.
Pero la verdadera razón de su visita fue comprobar la complicada situación que vivía su sindicato en esta región, inmerso en las lógicas contradicciones que se estaban produciendo entre los militantes más veteranos y el aluvión de afiliados que habían pasado de ser cuatro mil antes de la libertad sindical a más de cincuenta mil. En aquella ocasión, también estuvieron en la tribuna, Avelino Pérez, Francisco Villaverde, Miguel Ángel Pino, Luis Gómez Llorente y el presidente del Gobierno regional, Rafael Fernández. Aunque quien más brilló fue el comandante guerrillero José Mata, ya convertido en un mito para sus compañeros.
Dos años más tarde, Nicolás Redondo volvió al puerto de Tarna, acompañado de nuevo por Luis Gómez Llorente y con ellos, Manuel Fernández López "Lito"; el presidente del PSOE, Ramón Rubial; José Prat; Eduardo López Albizu y el secretario general del PSOE asturiano, Jesús Sanjurjo. Todos hicieron los honores a tres dirigentes del partido socialdemócrata alemán SPD encabezados por Rolf Pillekat, responsable de dicho partido en Leverkusen. En 1980, prácticamente con el mismo séquito, la estrella fue Alfonso Guerra, el vicesecretario general del partido, siempre mordaz y ocurrente y cuyas intervenciones en aquellos años eran siempre las más celebradas por el público.
Aquellas concentraciones, que en un principio se limitaban a ser asambleas antifranquistas, se fueron convirtiendo en la década de los setenta en fechas señaladas para la sociabilidad de los militantes y de sus familias. Como señala acertadamente Francisco Trinidad, estos encuentros recuerdan a aquellas excursiones que organizaba la Institución Libre de Enseñanza para instruir deleitando y en la práctica colocaron a los socialistas asturianos en la vanguardia que impulsó la transición política tras la muerte del dictador.
El 28 de julio de 1985, ya con Felipe González asentado en el poder, las intervenciones políticas perdieron su interés y a la mayor parte de los asistentes les interesó más el sabor de las tortillas que lo que se estaba diciendo en la tribuna. Aquel día, el espíritu de Tarna pasó a la historia.
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