Opinión | Dando la lata
Responsabilidades
Ninguna dimisión pasado un mes desde la dana que asoló Valencia
Ha pasado más de un mes desde la riada de Valencia y no dimitió nadie. Algún insignificante retoque cosmético que se lleva siempre por delante los eslabones más débiles de la cadena y poco más. El presidente valenciano continúa aferrado al cargo, un insulto al principio de responsabilidad política. El tipo que en plena alerta roja no estuvo donde tenía que estar porque estaba a otras cosas difícilmente explicables, el sujeto incapaz de reaccionar, que no pulsó el botón de zafarrancho de combate para que toda la fuerza estatal acudiera al rescate, el pelele del chaleco rojo que únicamente pudo balbucear cuando le preguntaron que dónde coño se había metido, se mantiene en la presidencia de la comunidad valenciana.
Y la ministra del ramo, la encargada del tema del agua y los ríos, la que cenaba relajadamente en París mientras dos centenares de españoles se ahogaban, no solo no dimitió ni fue cesada sino que acaba de ser ascendida a la vicepresidencia de la Comisión Europea.
Y el presidente del Gobierno, que se puso de perfil durante dos días, que aprovechó para contemplar la absoluta incapacidad de la generalidad valenciana para procurar auxilio a su gente y para colar en el parlamento el nombramiento de la colección de acólitos que cumplirán sus deseos en RTVE (cuestión de prioridades), y que en un patético acto de cobardía huyó del fango de Paiporta mientras los reyes daban la cara, literalmente, continúa inamovible en su sillón y, es más, es recibido entre vítores por sus incondicionales, que son muchos.
Las alarmas no sonaron a tiempo, ni los cauces ni los barrancos estaban limpios y despejados, la salida del agua al mar quedó bloqueada por edificaciones, polígonos y centros comerciales, las obras ya necesarias hace dos décadas siguen sin hacerse, los habitantes de las poblaciones anegadas quedaron desamparados hasta que comenzaron a llegar los voluntarios, en tanto que la ayuda oficial se demoró tres largos días. Y no dimite nadie.
España, camisa blanca de mi esperanza, a veces madre y siempre madrastra.
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