La valla de la vergüenza

El día se presentaba favorable. Antes de que sonara el despertador acerté a cambiar la emisora de radio, evitando así la tragicomedia política de cada mañana. Me incorporé con cuidado y me llevé la alegría de que el dolor en el pie izquierdo, que retorcí en una mala pisada en una de las arrugas que las raíces de los árboles produjeron en el paseo del río, había desaparecido. El menisco de la rodilla derecha parecía haber descansado tan bien como yo y se mostraba tranquilo y afable.

Los correos electrónicos consultados durante el desayuno transmitían buenas nuevas de los diferentes juzgados y, en definitiva, las primeras impresiones hacían prever una jornada con más claros que sombras. Ida al contenedor de reciclaje y escala en el Paraninfo para comprar el pan de cada día. Todo bien, amable y llevadero.

Pero de camino al despacho mi cielo se encapotó ante la visión, un año más, de la espantosa valla que defiende el belén minero instalado bajo el arbolón del parque del ayuntamiento. No puedo evitarlo, es una imagen que me enfurece, que en pleno centro de Mieres, junto a sus núcleos de poder, no sea prudente instalar un belén sin acorazarlo como si fuera el muro de Cisjordania, pues corre altísimo riesgo de robo o destrucción, es muestra de fracaso y debilidad, de derrota frente a los vándalos, de resignación y doblegamiento ante el gamberrismo y la delincuencia.

Es tristísimo que una de las mejores representaciones de la paz y el amor, el belén, deba permanecer protegido, resguardado tras un vallado horroroso, hasta pasado el día de reyes. Es una vergüenza. Y que no haya otra forma de vigilarlo y cuidarlo que cercarlo con una alambrada se me hace difícil de aceptar.

¿Qué clase de pueblo hemos acabado siendo si somos incapaces de procurar que María, José y el Niño nos acompañen sin necesidad de encerrarlos? ¿Ni siquiera eso podemos hacer?

Sí, lo se, es solo un detalle, algo anecdótico pero, a mi entender, muy significativo.

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