Opinión | Velando el fuego

Viajes por el interior

Tertulia sobre recuerdos castellanos, fusiones futbolísticas y la idea del ayuntamiento único

En esta ocasión la tertulia realizó un abundante ejercicio físico. Varias maratones por el territorio particular de cada uno de sus componentes. Todo comenzó con un comentario mío sobre la cena que días antes había tenido con mis compañeros del Ayuntamiento de Caso. Era la respuesta a esos prolegómenos acostumbrados: qué tal estos días, qué hicisteis ayer y así, con los que se saluda el comienzo de la tertulia. Así que manifesté la satisfacción de volver a encontrarme con ellos, algunas de las anécdotas que se recordaron de aquellos tiempos (fueron treinta los años que trabajé allí) y el deseo de volver a repetir charla y mantel lo más pronto posible.

Y como quiera que los recuerdos tienen una luz especial, que actúa como un puente comunicativo, uno de los tertulianos hizo referencia a un artículo mío en este diario donde hablaba de mis suelos preferidos y, además de Langreo y Caso, mencionaba siempre a Valladolid. De modo que durante unos minutos me extravié por Pucela y sus alrededores: el asma que padecí desde los cuatro años y que hizo que mis padres decidieran pasar los veranos allí, en la casa de un hermano de mi abuelo; el origen italiano de la familia materna; ese hermano de mi abuelo que era pintor, al que apodaban "El Italiano", a causa de su origen, y hasta una de mis novelas, "La escuela del Italiano", que se desarrolla en Valladolid. Sin que faltara la presentación de la misma en el Museo José Zorrilla o mis asistencias anuales a La Seminci.

Pronto los márgenes castellanos se fueron ensanchando y el resto de los tertulianos aprovechó la ocasión para contar sus veranos en Valencia de Don Juan, sobre todo, y también en Sahagún o alrededores. Hasta que finalizado el periplo por el centro del mapa, nos volvimos a juntar todos en nuestro lugar de origen. Uno tras otro se fueron sucediendo distintos episodios que, o bien formaban parte del acervo común, o bien se incorporaron al mismo mediante las oportunas referencias. A todos nos gusta el fútbol, aunque no lo gocemos en la misma medida, así que era lógico que en algún momento entrara en la conversación. Y entró a través de una noticia reciente aparecida en este diario sobre la fusión del Círculo Popular y el Langreano que abocó en un río común que, desde entonces, lleva el nombre de Unión Popular de Langreo. Desplazarnos a ese "desde entonces" fue tarea fácil, y muchos de nosotros nos vimos aquel año de 1961 (yo contaba catorce de edad) en la acera del extinto y maravilloso Teatro Pilar Duro, a la espera del resultado de la votación. El debate se desarrollaba en la parte de arriba del teatro, por los altavoces se iba anunciando el resultado de la votación, y al final del recuento la alegría se enseñoreó de nuestras mejillas. Había triunfado el sí, quedaban atrás tiempos de rencillas, peleas y numerosos resquemores entre dos aficiones a las que solo separaba un puente, una frontera que, todo hay que decirlo, en varias ocasiones había sido lugar de cita donde desahogaban su furia los más exacerbados hinchas de uno y otro bando.

Cuando dimos por finalizada la tertulia, todos comenzamos a levantarnos de la mesa. Ese fue el instante en que yo dije que la fusión necesitaba de un segundo acto, de otra votación que nos llevara a concluir en una entente necesaria para el futuro de la comarca. No necesité aclarar que me refería a la posibilidad de una ciudad lineal y de un ayuntamiento único. Hubo miradas de distinto matiz, breves comentarios más o menos proclives a esa fusión, e incluso alguien se refirió a una pérdida de identidades.

Esta última frase me acompañó durante el regreso a casa. Eso sí, me prometí, una vez más, que seguiría insistiendo en el tema. No sé cuándo, pero estoy seguro de que es necesario que no nos olvidemos de ese objetivo.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents