Opinión | velando el fuego
El bosque de las letras
Esperanzas y dudas sobre el acuerdo para el alto el fuego en Gaza
Internarse en las páginas de un periódico es una aventura que guarda bastante semejanza con un paseo a través de un bosque. Uno y otro suelo están formados por capas de distinto nivel que se van distinguiendo según la altura que alcancen las noticias que nos asaltan o los árboles que se alzan a cada paso que damos. Y, como es lógico, en uno y otro ecosistema abundan especies de todo tipo. Árboles robustos o no tanto; de hoja perenne o lo contrario; frutales; coníferos… Del mismo modo, las noticias con las que tropezamos tienen tipologías diferentes, según los criterios, la temática y el tratamiento que sigan.
Por lo que respecta a esa semana pasada, mi lectura habitual por las páginas de este diario me fue mostrando un hábitat que, por lo común, no presentaba, precisamente, un aspecto muy vigoroso. A modo de ejemplo, me encontré con especies raquíticas, a la vez que preocupantes, como la necesidad cada vez más imperiosa de reforzar la plantilla de las urgencias de Riaño o la disminución del paro en las Cuencas durante 2024 en una proporción menor que en el resto de Asturias. Sin que faltara la madera siempre deleznable del racismo, esta vez puesta en boca de una representante de Vox quejándose de la presencia de inmigrantes ilegales en un hotel de El Berrón.
Sin embargo, en esta ocasión no faltó una planta vigorosa, un vegetal tan saludable como necesario –al que habrá que observar, eso sí, con el mayor detenimiento, no sea que, a fin de cuentas, se trate de un brote aislado sin consistencia ninguna–, cual es el anuncio de un alto el fuego en Gaza que abre la esperanza a un proceso de paz definitivo.
Como digo, tal noticia habrá de seguirse con la adecuada cautela (en el momento en que escribo estas líneas se está produciendo un nuevo bombardeo, que ha dejado más de 81 muertos en varios ataques, según las autoridades de Gaza), no sea que la primera y lógica celebración de alegría se acabe convirtiendo en una prolongación del horror que desde hace ya mucho tiempo sigue asolando la región.
En la travesía por este bosque tan enmarañado de intereses económicos, sobresalen dos letras. La "I" de la injusticia que desde 1947 se sigue cometiendo (la resolución de la ONU de esa fecha para la partición de Palestina, una vez que los británicos cesaron en su mandato, consistió en dividirla en dos Estados: judío y árabe, a pesar de que los judíos representaban un tercio de la población y poseían solo un 7% de las tierras); y la "P" de una paz que no acaba de conseguirse nunca.
Lo que sí parece evidente es que, aunque se llegara a producir esta tregua (el acuerdo, que se extiende ahora por seis semanas, permite la llegada de alimentos y medicinas a una población que sigue sufriendo los efectos de una devastadora acción militar por parte del ejército israelí, que cuenta con el silencio, cuando no con la complicidad de la mayoría de las potencias mundiales), son abundantes los indicadores que hacen sospechar de su fragilidad.
Una vez más, la altura (que no de miras, precisamente) de la mayoría de las ramas políticas que participan de un modo u otro en el conflicto, no deja ver el verdadero bosque de las letras. No obstante, habrá que confiar (sin cerrar mucho los ojos) en que en esta ocasión la noticia del alto el fuego se convierta en una foto fija, en un nogal poderoso que no vuelva a quebrarse nunca más. Que así sea.
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