Opinión | A contracorriente
Chus y Fernando
En memoria de dos apreciados lavianeses
La muerte ha unido a dos estupendos lavianeses: Jesús, "Chus de la Mina", y Fernando Corral Vigil, cada uno en su faceta laboral y con el entusiasmo por su terruño como nexo de unión.
Chus –ese era su apodo doméstico– fue un gran mesonero con la calidad por montera y las ideas nítidas y prácticas en el campo de los servicios. Su mesón "La Mina" sirvió de ejemplo a la buena tradición de las carnes braseadas y los finos pescados al horno, junto a las chacinas de Salamanca y los vinos de La Mancha -Manchuela, Utiel-Requena y Jumilla–, amén de los potajes ejecutados con maestría por su mujer María Victoria, fallecida recientemente.
La labor de Jesús en el universo hostelero local y regional es notoria y ejemplar. Fue el alma impulsora de las jornadas del cabrito y gran adalid para conformar una junta directiva hostelera en la zona. Su muerte deja un profundo vacío entre sus familiares y vecinos por su estilo y talante de persona de bien, con la sonrisa perenne y el abrazo solidario hacia los desfavorecidos. Con su hermano Vidal revolucionaron el mundo vinícola en Asturias renovando los viejos caldos de La Mancha, Valencia y Murcia en productos de notable nombradía en sus camiones cisterna para distribuirlos por toda la región.
Muerte sentida la de este fino empresario, al igual que la de Fernando Corral Vigil, ejecutivo durante años en la Confederación Hidrográfica del Cantábrico. Vecino de Sama pero respirando los aires cotidianos de la Peña Mea en su Pola natal siempre que podía. Entusiasta como pocos, dio aires al balneario de la Chalana con sus saltos de trampolín desde el puente icónico y su estilo natatorio que llamaba poderosamente la atención del público en aquellos veranos eternos. Fernando vivió feliz con su familia y las tertulias amistosas entre compuestas, parlamento y buenas partidas a los dados de póker que tan bien se le daban. Fino, sencillo y todo un caballero de la sociabilidad, una brutal enfermedad lo arrastró a ese confín eterno de escenas bíblicas y gloria interminable. Sus amigos lo recordaban en el tanatorio como una gran persona y con el talento de los sabios.
Dos óbitos que marcan el devenir de una vida finita y compleja en muchas ocasiones. Ambos lavianeses vivieron su tiempo con sentido del deber y las buenas acciones y esa realidad es la marca fehaciente de su paso por esta tierra, un valle de lágrimas que recuerda con nostalgia a dos personas de talla humana y universal. Y los viajes a Oviedo en aquel legendario Seat 600 de Fernando son historia de película, lo mismo que los estupendos trabajos cárnicos de Chus, son remembranza de sabor y esencia gastronómica.
Chus, Fernando: ¡hasta pronto, amigos!
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