Opinión | tribuna

¡Ha traicionado a los obreros!

El retroceso de la izquierda ante el auge de la extrema derecha

Esta frase, contra lo que se pudiera pensar que fuera pronunciada en un mitin de un partido marxista o en una manifestación sindical de un primero de mayo, ha sido proferida por un dirigente de la extrema derecha contra el actual presidente del Gobierno, en un mitin celebrado durante la campaña para las legislativas españolas de 2019. Mitin celebrado en uno de los "cinturones rojos" de Barcelona donde, la ultraderecha resultó ser el segundo partido más votado en muchos de sus barrios más pobres. Por lo visto, muchos "obreros" –y parados– habían suscrito la idea de la traición.

Algo extraño debe de estar sucediendo en la izquierda en los últimos años que, definitivamente, parece no ser bueno. El pasmoso batacazo obtenido en las últimas elecciones madrileñas, principalmente en lo que históricamente fueron "fortalezas del movimiento obrero", como Vallecas o Carabanchel, lo confirma. Y más aún lo confirma el veredicto de tanto supuesto izquierdista al respecto: es que los madrileños son gilipollas.

Sabemos que la palabra "obrero" es, sobre todo, una categoría mítica generalmente usada para nombrar al conjunto de la población con rentas bajas, trabajos poco cualificados y mal pagados –si es que lo tienen–, y bajo nivel educativo. Muchos de estos obreros están votando a Salvini, a los Kaczynski, Trump, Abascal y muy recientemente a la ultraderecha sueca, alemana o austriaca. De hecho, la mismísima Marine Le Pen suele afirmar que su partido es el partido obrero más grande de Francia.

Recientes estudios de largo alcance sobre las tendencias de voto apuntan que en los años 50 y 60 los partidos de izquierda cosechaban los mejores resultados entre los votantes con bajos niveles de educación e ingresos, mientras los partidos conservadores los obtenían en las clases medias y altas. A partir de entonces, de manera lenta pero imparable, los votantes con más educación se han ido decantando por los partidos de izquierda, de tal manera que la izquierda se ha configurado como la representante de las élites culturales y la derecha de las élites económicas.

Sin embargo, a los partidos de izquierda todavía les gusta erigirse como defensores de los "de abajo", aunque la realidad es que ningún partido defiende una "revolución" en beneficio de los "de abajo", de tal manera que la izquierda se fue quedando sin proyecto alternativo al capitalismo, sobreviviendo tan solo algunas ideas socialdemócratas de contención y corrección de los aspectos más inicuos del propio sistema capitalista. En este sentido, el mensaje de la izquierda actual a las clases bajas es límpido: no hay otro mundo que imaginar, aunque intentaremos corregir este. La erradicación de la pobreza queda como meta utópica y lejana del capitalismo mismo. El corolario de tales concepciones es que, a los ojos de los "obreros", las ofertas políticas de la izquierda y la derecha no tienen distancias esenciales, solo prácticas. Por ejemplo, unos proponen la subida de impuestos para proporcionar una mejor protección social en un momento de crisis económica, mientras otros aseguran que eso empeoraría aún más la situación. En absoluto hay propuestas que contemplen alternativas a la sociedad que produce cíclicamente crisis económicas.

Votantes, intelectuales y trabajadores reniegan de una izquierda que no les interpela y reclaman un pensamiento, una política, que defienda los valores que caracterizaron a la mejor izquierda histórica, a la izquierda universalista, republicana, ilustrada y democrática que contribuyó decisivamente a forjar no solo un acervo ideológico poderoso y ejemplar, sino a construir gobiernos y políticas encaminadas a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de todos los ciudadanos, independientemente de su sexo, etnia o posible identidad.

Lo mejor de la tradición intelectual de la izquierda –aquella tradición de la que quisiéramos ser herederos y continuadores– se caracterizó por su perspicacia, por su voluntad incuestionable de justicia social, de libertad compartida y perdurable. Sin embargo, tras el derrumbe soviético, tras el proclamado "fin de la historia", esas virtudes que legitimaban el proyecto histórico progresista y justificaban sus luchas y que, incluso, permitían obviar errores que de otra forma serían inexcusables, han dejado de ser un emblema para tornarse una rémora. La nueva supuesta izquierda no solo no es tal, sino que se muestra aliada necesaria del peor de los populismos, de la derecha más viscosa, reaccionaria y peligrosa. Abandonado el proletariado como virtual sujeto revolucionario, comenzó una disparatada y desenfrenada carrera en busca de nuevos posibles motores de una revolución que nunca iba a ser, de un futuro que se teñía de negro a pasos agigantados. Y los nuevos protagonistas fueron elegidos entre las supuestas víctimas: víctimas del patriarcado, del racismo, de la esclavitud, del falo-hetero-logo-centrismo. Es decir, de cualquiera que se sintiera desgraciado y tuviera la capacidad, ayudado por intelectuales poco escrupulosos, por universidades timoratas, voceros mediáticos y subvenciones estatales, de imponer a los demás su criterio. Mandaba el ego herido, el narcisismo rencoroso, el anhelo siempre frustrado de un reconocimiento edípico permanentemente diferido. ¡Y los trabajadores abandonaron a los partidos de izquierda! n

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