Opinión | Ventana indiscreta

Coraje cívico y educativo en tiempos convulsos

El papel de la escuela como baluarte de la razón

Se está haciendo demasiado presente y parece que se asume que la democracia comienza a declinar y por añadidura la vida sociopolítica se denigra y empobrece. Lo anterior, si se acepta, implica reconocer que la esfera política democrática y libre, con sus valores cívicos, está moribunda. Sin embargo, somos muchos y muchas que pensamos que no es así, o no debería ser así. El presente tiene que afrontar y enfrentar seriamente este vómito político que cabalga a lomos del caballo totalitario. ¿Cómo? Con coraje civil y educativo.

Las instituciones democráticas, incluyendo la educativa, se encuentran bajo el asedio de una vieja ola ideológica, con ropaje nuevo y pardo. Su mensaje es odio al diferente, al discrepante… El último ejemplo de este vómito a la humanidad, al ser humano, está en Estados Unidos; y no solo, también Argentina.

No es casual la alianza entre la política y las redes sociales que se gesta entre Trump y los gurús de las mismas. Un aspecto importante de esta nada nueva ideología totalitaria es la introducción en la práctica educativa en los colegios de tecnologías generadoras de currículos que convierten a los y las estudiantes en zombis al servicio de los algoritmos. Algoritmos, que obedecen al criterio de quién los programa.

El ataque de Trump a la educación crítica y democrática en su anterior mandato –y obviamente en el presente– es un ejemplo significativo de cómo se puede utilizar el sistema educativo para imponer un pensamiento único. Por eso el "coraje educativo" basado en la verdad contrastada es una de las bases que hay que establecer como "arma" en las escuelas e institutos. La democracia tiene que estar apoyada en una educación donde la práctica de la libertad, la ética y la acción cívica, sean el trípode de una sociedad más justa.

Un mañana más vivible está siendo hipotecado y negado por la imposición o el intento de imponer el pensamiento único, que conduce precisamente a "no pensar". El pensamiento reaccionario, que limita e impide acciones que cambien "lo que hay". Es este "no pensar" lo que cala en el pensamiento común de la ciudadanía y de ahí el triunfo de ideologías totalitarias, o si se quiere no democráticas. El abandono de "toda esperanza…" que Dante indicaba a la entrada del Infierno está entre nosotros. Es el infierno social que se está gestando. Es la abyección de una política que abofetea a la persona, la humilla y deshonra.

En esta época de emergencia totalitaria es imprescindible conectar la educación, como arma de defensa de la razón, con la acción crítica y política que la una a la fuerza y potencial de la resistencia colectiva. Este tiempo gris que acecha a la sociedad en su conjunto, pero a unos más que a otros, está representado por los bárbaros que como un Atila nuevo hacen sonar la trompeta de políticas de un pasado fascista.

El reino de la miseria, la violencia y de la persona desechable se está legitimando. Esta legitimación solo es posible en la llamada "guerra cultural", que merced al control de la educación, no solo académica, fabrica un pensamiento de consentimiento y así afianza el dominio cultural y económico.

En palabras del sociólogo Henry Giroux, " los medios de comunicación convencionales, las plataformas digitales, internet y la cultura impresa; todos ellos participan en el desarrollo de la violencia, el predominio de la opinión sobre los hechos y la adopción de una cultura de la ignorancia, entre otros objetivos. Alejando así la democracia a medida que el pensamiento totalitario trabaja en subvertir el lenguaje, los valores, el coraje y la conciencia crítica".

Los responsables del sistema educativo, desde la cúspide hasta la base, deben adquirir el compromiso social y ciudadano de ser vehículo para el ejercicio de la crítica, el coraje civil, la resistencia y la acción comprometida e informada. Es decir, coraje educativo, sí. Pero cívico y político, también. Ambos, son el paraguas que impide, bajo la responsabilidad social y el bien común, la deriva hacia una sociedad venenosa, como la que Trump y Milei promocionan. Y posiblemente Feijóo.

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