Opinión | dando la lata

De invierno

Mi médico personal, que no es otro que un querido primo al que toda la familia no cesa de dar la tabarra con cada dolor y alifafe -haber estudiado otra cosa-, me anuncia que lo que se lleva este año es un estupendo cóctel de virus compuesto por medio abecedario de gripes, el covid y un aderezo de impulsores de la diarrea que promete emociones fuertes durante una semana. Cada invierno llega con una carga viral más sugerente. ¿Y vacunarse? Las referencias que vamos teniendo indican que una proporción considerable de vacunados tuvieron que encamarse, hechos fosfatina, al poco de recibir la banderilla. Y dos o tres días de baja, algo inasumible para un autónomo de reglamento. O sea, que ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Todo son desgracias, que decía el yayo.

Preventivamente, me he puesto a cocinar caldos como si no hubiera un mañana. Si advierten que escasean las piezas de gallina, los huesos de jamón y el brandy, culpa mía, que me dio el subidón caldoso y estoy revolviendo la marmita para preparar el cuerpo contra los microbios. Limones de la huerta del suegro, miel de Villorquite del Páramo, la bufanda siempre a mano para proteger el gargüelo, los calcetos gordos y la esencia de eucalipto para cuidar el respiradero. Mañana preguntaré por los pañales, por si viene la cagalera. Porque, como los camiones viejos subiendo una rampa empinada, como me quede frenado en plena cuesta de enero y febrero (y marzo, abril, mayo…) no tengo claro que sea capaz de reanudar la marcha y continuar trepando.

De niño había pocos días más agradables que aquellos en que amanecías con unas décimas de fiebre, que llevaban a cambiar el cole por la cama y los mimos de mamá. En el cole no se estaba mal, pero haciendo el zángano en el catre entre los tebeos, la fruta troceada, la reconfortante sopa de fideos y los besos en la frente, el crudo invierno se toleraba mejor.

¡Qué tiempos! Continuaré dándole vueltas a la pota.

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