Opinión
De la dana a la nada de la dana
Culpables y soluciones en una España de corte federalista para los sucesos de Valencia del pasado octubre
Transcurridos más de dos meses desde los trágicos sucesos ocurridos en Valencia, cumpliéndose escasamente el 6% de las ayudas prometidas –de los 16.600 millones ofrecidos por Pedro Sánchez, apenas se han entregado 949 millones y de los 339.000 solicitudes solo se han finalizado el 25% (BOE, 28 de diciembre de 2024)–, si no fuera por la gravedad de lo ocurrido, cualquier persona que hubiera presenciado la catástrofe "danesca" habría encontrado, en las andanzas, dimes, diretes y demostraciones de falta de vergüenza, repartida ésta entre la presidencia de la comunidad valenciana y del presidente del gobierno "más progresista de la historia de España", material más que suficiente para superar cualquier esperpento del mismísimo don Ramón del Valle Inclán.
En la cuenca mediterránea la "gota fría", ahora bautizada con el nombre de dana, tal y como ha quedado explicado en mi anterior artículo (LA NUEVA ESPAÑA, 15-12-1924), suele producirse por término medio cada 20 años, por lo que muchos responsables políticos del país suelen calcular, ante cada suceso de esta clase, que les quedan 20 años para tumbarse a la bartola hasta el momento de tomar medidas para prevenir el siguiente desastre.
El problema es que ni siquiera bastarían para corregir todos los errores de gestión que se vienen acumulando desde tiempo inmemorial. Como uno no es técnico en la materia, seguro que se me escapan muchos detalles, pero algunos saltan a la vista del menos entendido: el estado habitualmente descuidado de los cauces de las ramblas y torrenteras, cubiertos de maleza cuando no convertidos en vertederos improvisados; la edificación en zonas fácilmente inundables; también el estacionamiento de vehículos en lugares donde pueden ser fácilmente arrastrados por una avenida y obstaculizar la circulación del agua hasta hacer de tapón en los puntos de desagüe, provocando así la acumulación de agua y barro con el consiguiente efecto "tsunami", o gran ola de gran poder destructivo.
Es sabido que muchos de los problemas técnicos sirven como tapadera de los errores o negligencias políticas, llegando aquí a uno de los puntos que están centrando el debate sobre las responsabilidades políticas de la catástrofe "danesca": el reparto de competencias entre el gobierno central y los gobiernos autonómicos. Por si faltaba una prueba para afirmar que el Estado de las autonomías se parece cada vez a un sofisticado mecanismo bidireccional para la elusión de responsabilidades, después del caos ofrecido frente la pandemia del coronavirus, la reciente y funesta "gota fría" valenciana no ha venido sino a remachar el clavo.
Nada puede tener de extraño, por tanto, el crecimiento de las voces que achacan al actual nivel de descentralización gran parte de la mala gestión de la respuesta al reciente desastre. Algunos fervorosos defensores del federalismo tratan de exculpar a la descentralización y echan la culpa a quienes la gestionan. Quizás tengan razón. Seguramente el sistema pueda funcionar, al menos en algunos países, caso concreto de la República Federal Alemana, pero lo que parece muy claro es que en nuestro país no funciona bien. ¿Fallo del vehículo o fallo del piloto? Seguramente de ambos.
Sin necesidad de remontarnos a los reinos de taifas, el hecho de que las formas y mentalidades feudales hayan perdurado en España hasta bien entrado el siglo XIX, siquiera en su versión caciquil, reforzado todo ello por las tendencias secesionistas en Cataluña y País Vasco, constituye una rémora a la hora de construir una administración multinivel con una clara jerarquía competencial en que la clave de bóveda sea garantizar un funcionamiento armonizado de todos los niveles con arreglo al principio (perfectamente federal) de que, en caso de conflicto el nivel superior, esto es la administración central, prevalezca sobre el inferior. Lo que pasa es que en este país hay gente, empezando por un presidente del gobierno con la oreja puesta en negociaciones ginebrinas con los chicos de "Puchi", que llama federación a algo que en realidad es una confederación, en la que, en caso de conflicto, el nivel inferior prevalece sobre el superior.
Se ha dicho que la brillante idea surgida en la Transición para resolver los problemas catalán y vasco consistió en pasar de dos problemas a diecisiete. Un sistema que, como se está viendo, tiene aún algunos de los defectos propios del centralismo y ninguna de sus virtudes, lo que algunos pretenden compensar introduciendo todos los defectos del federalismo por ninguna de sus virtudes.
De modo que, sin pretender ser profeta de mal agüero, quizá ganaríamos si apostáramos a que en Valencia o cualquier otro punto de la cuenca mediterránea, esta tierra plagada de torrentes traicioneros, constructores desaprensivos y ayuntamientos corruptos, seguramente antes de veinte años volverá a haber riadas catastróficas por causas idénticas a las que ocurrieron en octubre de 2024. O sea que, a fuerza de riadas, la cohesión política de este país puede acabar en nada. Lo que ha quedado muy claro es que aquel famoso "café para todos" está dando paso a una ominosa especie de "barro real y moral" para todos.
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