Opinión | Desde la meseta

Las buenas obras

Redundando, las buenas obras son las que son buenas, porque las malas se caen solas sin que nadie las tire. Yo, desde mi esquina en la meseta, observo y, no exagero, lloro con pena lo que ocurre en mi Asturias, porque aún la siento mía y también sé que es la de ustedes.

Así, cuando leo LA NUEVA ESPAÑA a diario, periódico que también es un poco mío, observo los destrozos, desastres y otras muchas tareas sin acabar que hoy no se cómo plasmarlas en mis líneas. Pero por algún lugar debo de empezar y arranco porque me estoy entorpeciendo. Hoy vi el genial chiste sobre Perlora, pueblo precioso que atrajo a muchos veraneantes y que dio lugar a una residencia y vida a muchos empleados y refugió a una gran población laboral trabajadora. ¿Qué fue de sus residuos? Ah, claro, fue construida en la etapa de Franco.

¿Se acuerdan quién era ese señor? ¿Qué no era un señor, sino un dictador? De acuerdo, pero construyó u ordenó llevar a cabo obras que aún están en pie, lo dicho, medio rotas, pero que muchos, muchos, recuerdan, vamos, recordamos.

Hoy y ayer, algunos cuyos nombres no procede citar, con un atril con patas o en una mesa policromada, gritan ufanamente las viviendas que se van a construir y, pasado el tiempo, no solo no se llevan a cabo y no hay rastro del solar.

Otras muchas desconozco el mal que padecen. Así, como ejemplo, leo que en la ampliación del Hospital de Cabueñes, del que hay un esqueleto, se están retirando los andamios, con lo cual quedará una construcción con ventilación: muy moderno.

Y así, como si fuese una mala cuenta: suma y sigue, construyendo y destruyendo, y encima presumimos de demócratas.

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