Opinión | Velando el fuego

Eufemismos y cañonazos

El aumento de la temperatura bélica

Durante las guerras, las trincheras van cambiando de un sitio a otro, se proyectan corredores más o menos largos, según las circunstancias, o en otros casos se emplean materiales de distinta resistencia. Lo mismo sucede en el campo de la política: las batallas van cambiando de lugar, se incorporan nuevos contendientes o desaparecen otros, sobre todo en función de los proyectiles que más interesen en cada momento.

El debate de estos días sobre la necesidad de invertir en armamento, pone de relieve, una vez más, que la temperatura bélica sigue creciendo. Solo que, en esta ocasión, el hormigón y el acero que se usaban antes, se sustituyen ahora por insistentes fogonazos de eufemismos, a los que hay que reconocer su probada eficacia: mejor emplear frases como «invertir en seguridad», que reconocer a las claras que «cuanto más se gaste en armas, menos se podrá destinar a otras necesidades prioritarias». Salvo que, de pronto, se produzca el milagro de los panes y los peces y el dinero surja de algún océano desconocido, lo que está por descubrir.

El tablero en el que se juega esta batalla, una vez más a cañonazos, presenta dos flancos de combate. De una parte, quienes apuestan sin ningún rubor por el aumento en gastos de defensa, que son los que no acostumbran a usar ningún cargamento eufemístico (la derecha, y sobre todo la más recalcitrante, está especializada en disparar de frente, eso sí, afinando bien a puntería.) De otra, los que se esmeran cada día más en la esgrima verbal, capaces de emplear argumentos un día y al siguiente darle la vuelta al mismo calcetín. En definitiva, los adoradores de los eufemismos que, como se sabe, son apenas una tirita para los oídos.

Tal parece que de pronto se hubiera inventado el mundo. Así de súbito, así de repentino, ahora hay guerras, ¡qué gran novedad!. Ucrania, Trump, Putin, la OTAN… (el conflicto palestino queda un poco más apartado, ya se sabe, así que mejor no emplear ninguna derrama en Gaza). Elevar el gasto en la compra de herramientas marciales parece ser lo más conveniente, vista la insistencia de la OTAN y de la nueva Administración estadounidense, procurando a un tiempo medir bien la textura del PIB, no sea que en una de estas el peine se nos quede sin púas para desenredar el cabello bélico. (Por cierto, la estadística que conocimos estos días señala que solo el 55% de los ciudadanos está a favor de incrementar el gasto en defensa).

Entre los últimos fogonazos eufemísticos, sobresale el duelo de las etiquetas. Quienes no hace mucho enarbolaban, sin ningún reparo, el sello de «izquierdas» (una parte de ellos están hoy al frente de distintos gobiernos), prefieren ahora colgarse el distintivo de «progresistas», que asusta menos. Son los mismos que en otros tiempos, no tan distantes, reiteraban que solo aquellos a quienes se tildaba de trasnochados, o por mejor decir, utópicos, y en cuya lana les gustaba abrigarse, podrían llegar a cambiar el rumbo de la historia.

Da espanto el listado de conflictos bélicos que ensangrentaron el suelo del siglo XX y del actual, pero, ¿acaso el «No a la Guerra» de entonces, no era sinónimo de la negativa a invertir cualquier recurso económico en la compra de armamento? ¿Qué es lo que ha cambiado para dejar de enarbolar un discurso pacifista?

Esta muda de jerséis no tendría mucha importancia si con ello se consiguiera airear el vestuario, mas sucede todo lo contrario. Dedicarse a ejercicios estilísticos solo sirve para aumentar más la saliva de los bárbaros, de la que es buena muestra el avance de la ultraderecha o el fascismo (en todo caso, uno y otro término tienen muchos puntos de encuentro).

Cambian los tiempos, sí, pero balas y cañones siguen apuntando en la misma dirección. Así que mejor que, de cuando en cuando, las izquierdas tomen aire, salgan afuera y dejen de dedicarse solo a defender las puertas de su castillo. n

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