Opinión | Dando la lata

Equipo de supervivencia

Una caja de verdejo, una morcilla de Cornón de la Peña, un kilo de jamón ibérico, una lata de aceite de oliva de Priego de Córdoba, dos fabiolas de Palencia, el cocido de garbanzos de mi suegra, un par de raciones de croquetas del TC28, otras tantas de oreja guisada de la Bodeguina, calamares frescos fritos del Consistorial, mejillones a la marinera de La Peppa y que no falten los berberechos a la sartén del Azul. De postre, el gusto dulce de las tejas de Saldaña y unos bombones de chocolate negro. Creo que así podría aguantar los tres días que dice la Unión Europea, la bolsa de supervivencia inicial por si Putin nos lanza sus pepinos metálicos. Las velas, las pilas, los medicamentos y toda esa equipación la dejo para otros.

Si hay que encerrarse con lo imprescindible, lo haré rodeado de buenas viandas. Y si el misil entra por la ventana del baño, me pillará con una copa de vino, un pan tumaca y un helado de canela. No moriré aferrado a una linterna y un paquete de rollos de papel higiénico sino con unas gambas a la gabardina. No abandonaré este mundo escondido como un ratón; si la bomba explota prefiero decir adiós con un plato de albóndigas en salsa verde. Si he de morir, que sea con un buen regusto en la boca. No daré al agresor la satisfacción de ser un cadáver con gesto contrariado. Y si finalmente la amenaza queda en nada, la espera se me habrá hecho muy agradable.

Lo único que pediría es que avisen del ataque con un poquito de antelación, porque, de producirse en verano, sería una pena refugiarse sin unos hermosos tomates de huerta y una buena lechuga. Digamos que lo suyo sería componer un equipo de supervivencia de temporada. Que si el bombardeo llega en pleno agosto, es poco apropiado recibirlo con una lata de fabada. Aquí te espero, Vladimir, con una ración de pulpo a feira y una copa de Godello. Estoy preparado.

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