Opinión

El control de las universidades privadas

Para que la floración de centros no se extienda por doquier y de cualquier manera

No hace mucho, en una de mis colaboraciones en este diario, hacía referencia al posible desembarco de la Universidad Nebrija en nuestra región. Más en concreto en Avilés. La muda de los tiempos, escribía yo en aquella ocasión, había alterado la autopista educativa, y ponía el ejemplo de un tren de ruedas afiladas que va triturando a su paso todos aquellos obstáculos que no sirven, precisamente, a sus intereses, o, por decirlo de otro modo, que resultan contrarios a los mismos. Y, como es natural, sin necesidad de echar mano de ningún diccionario de antónimos, es bien sabido que lo contrario a lo público, a lo que nos beneficia a todos, ese bien común que iguala linajes, dinero y coyunturas sociales diversas colocando a todos los ciudadanos en la misma escala, es el nervio de lo privado. Una singladura en la que se recorta un círculo relativamente pequeño de personas. Los acaudalados, poderosos, privilegiados… quédense con los términos que prefieran.

Quienes estén siguiendo este tema observarán que las trincheras de guerra echan humo por todos lados, y que son constantes los ataques que se lanzan contra el gobierno de este país, que no niega la implantación de universidades privadas, sino que intenta impedir que crezcan como algunas plantas que pueden resultar deslumbrantes en primavera por su color y los nutrientes que entregan a la hierba para después tornarse oscuras e incapaces de resistir la llegada del invierno.

De ahí algunas medidas que se están tomando para impedir que tamaña floración de universidades privadas se extienda por doquier y de cualquier manera. El juicio del ejecutivo ("los centros privados creados en los últimos años son de dudosa calidad") sirve de guía para la adopción de criterios que impidan que dichas universidades se conviertan en fábricas de títulos sin ninguna garantía. A modo de algunos ejemplos: informes de evaluación preceptivos y vinculantes; destino de un 5% del presupuesto a programas de investigación; un mínimo de estudiantes; capacidad de alojamiento o Grados, Máster y Doctorado en las grandes ramas del conocimiento. Todo lo cual parece responder a criterios razonables y sensatos, si bien sabemos que en última instancia es la mirada de cada cual (y, sobre todo, los intereses que se defiendan) los que conceden la patente de inteligencia o de justicia a cualquier proyecto.

Al mismo tiempo que no dejan de consumirse municiones, van apareciendo campos y zonas sombrías que esclarecen con más precisión el fondo de la batalla. Y en este caso, por mucho que se pretenda ocultar por uno de los bandos, el fuego principal, la artillería más pesada, procede de distintos fondos de capital privado que han irrumpido en un mercado que genera muy altas cifras de negocio y que está conformado por instituciones (se calcula en más de cuarenta) controladas en su mayoría por fundaciones o asociaciones vinculadas a la iglesia católica y a algunas de sus ramificaciones (no resultaría extraño que los Jesuitas o el Opus Dei formaran parte de este entramado bursátil).

No cabe duda de que el mercado de las universidades privadas resulta muy atractivo, con gran capacidad de crecimiento y, del mismo modo, resulta congruente, según su óptica capitalista, que los fondos de capital privado hayan visto una gran oportunidad en esta coyuntura. Quizás podría resultar de interés interrogarse sobre el azar y sus variadas capas de cebolla, mas en todo caso (la frase ya la he repetido en alguna ocasión), prefiero quedarme con la cita que se le atribuye a Anaxágoras: "Todo tiene que ver con todo".

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