Opinión

Hágase la luz

El apagón y los entresijos de la condición humana

Y la luz se hizo.

Entretanto, durante las horas que duró el apagón, hubo tiempo para rastrear en los entresijos de la condición humana, presidida en todo momento, eso sí, por conductas amables, solidarias y alejadas —salvo las inevitables excepciones— de cualquier melodía apocalíptica.

Hubo quienes se dedicaron a emular a los más afamados detectives, poniendo la lupa en los ciberataques. Así, para los amantes de Sherlock Holmes todo habría sido ideado por la mente diabólica de los agentes israelíes; mientras que los partidarios de Agatha Christie no tardaron en internarse en la tundra rusa para hacer culpable a Putin del desaguisado. No faltó tampoco, aunque con menos insistencia, quien invocó a los servicios secretos americanos, o a la CIA, según se prefiera.

Era lógico que la política hiciera también su aparición. Dividida entre quienes culpaban a Pedro Sánchez por no apresurarse a dar explicaciones y quienes argumentaban que en caso de haberlo hecho, cuando aún se carecía de datos suficientes, se le hubiera atacado también por las dificultades para explicar lo sucedido. A día de hoy, en el saco de las especulaciones se mezclan variadas y diferentes teorías: desde el papel de las energías renovables, los fenómenos atmosféricos o la actuación de los operadores privados, entre otras, lo que no hace muy fácil, precisamente, acertar con el diagnóstico. Si bien, resulta imprescindible una pronta investigación, sobre todo por el fondo de los armarios del mercado, que es, a fin de cuentas, el lugar en que se encienden o se apagan los cables, según los intereses que maneje cada interruptor económico.

Para poner una nota de optimismo en el oscurecido paisaje, uno de mis nietos, Pelayo, pelirrojo por más señas, ejerció de vidente y, además, con total éxito. "Nos os preocupéis", nos dijo a la hora de la comida, "pues a las ocho llegará la luz". Y fiel a su pronóstico, la luz aterrizó con exacta puntualidad. Los cabellos han desempeñado un papel significativo en numerosas culturas a lo largo de la historia y, por lo mismo, la magia de los pelirrojos se ha mostrado como un viaje inolvidable hacia la sabiduría y el conocimiento, de lo que Pelayo dio buena fe en esta ocasión, pues a las ocho se encendieron los focos y un deje de satisfacción se escapó de todas las gargantas.

No faltaron tampoco pinceladas de humor: "Por si no te vuelvo a ver, quiero que sepas que te quiero mucho"; colas apresuradas para proveerse de utensilios que ya habíamos aparcado: pilas, linternas, hornillos de gas; transistores, cerillas…; o algún que otro viaje comparativo a los tiempos de la pandemia: "Decían que iba a ser cosa de pocos días y ya veis la que se armó".

En todo caso, si tuviera que quedarme con alguna de las viñetas de esa narrativa, no dudaría en destacar la conversación que al día siguiente mantuve con una buena amiga, antigua compañera en el Ayuntamiento de Caso y, sobre todo, persona de iluminado entendimiento y no menos probada lealtad. Era inevitable charlar sobre lo sucedido el día anterior, tras lo cual, Isaura deslizó, una vez más, un atinado comentario: "No vendría mal que una o dos veces al mes volviera a repetirse una situación similar". No se refería, naturalmente, a la privación de energía en determinadas situaciones importantes: hospitales, sector de los cuidados; ascensores y demás, sino a una desconexión de tantos artilugios digitales que forman una red espesa y creciente que nos roba muchas horas al día.

Sin wifis; facebook; wasath; instagram; tik tok y otros apéndices similares, habría más tiempo para pasear, disfrutar de estar en una terraza sin necesidad de girar la vista de continuo al móvil, de entablar conversaciones que no quedaran interrumpidas por el pitido de turno…. En definitiva, tras escucharla, pienso que seríamos un poco más libres. O un poco menos esclavos de esta sociedad consumista, según se mire.

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