Opinión
Ruedas quietas
De chavalete, viajar en tren tenía el componente emocionante de la incertidumbre porque los horarios eran orientativos y en poquísimas ocasiones salías y llegabas a la hora. Fueron muchas esperas en las estaciones, entre nubes de rumores: "dicen que está parado en La Carolina", "que atropelló un burro en Puerto Lápice", "ue partió de Alicante y no se sabe más"... Y el trote discontinuo del expreso de Algeciras, que se detenía cada vez que iba a cruzarse con otro tren. Era habitual que el trayecto de tres horas se duplicara y triplicara. Y por fin te apeabas en el andén con la sensación de haber cruzado medio hemisferio.
A raíz de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona la cosa evolucionó a ritmo constante hasta hacer del transporte ferroviario el medio más sostenible, cómodo y fiable. Salías de Madrid como un galgo viendo los atascos en las autovías y llegabas puntual, descansado, libre del barullo y los líos continuos de los aeropuertos, donde se trata a los pasajeros como semovientes y a la menor complicación desata el caos.
El servicio de cercanías era frecuente y ágil, los recorridos de media distancia, razonablemente confortables y a velocidad de automóvil, y los ave eran preferibles a los aviones. Entonces el tren se convirtió en un serio competidor del coche, con argumentos consistentes para demostrar a los españoles que el transporte público ganaba al privado en casi todos los parámetros.
Pero por motivos inexplicados una mano poderosa decidió quebrar la buena dinámica y devolver a los viajeros a la carretera y los aeropuertos, para lo que se viene situando en los puestos políticos de responsabilidad a unos sujetos con altas capacidades para la demolición. Y lo están logrando.
Hoy, hacer el recorrido entre Madrid y Asturias en ferrocarril supone asumir un riesgo notable de llegar muy tarde. Y en autobús. Si viajar en tren vuelve a ser una incógnita, como las faenas de Curro Romero o esos restaurantes que dan más arena que cal, quedará como transporte residual y para los incondicionales.
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