Opinión

El legado de un político estoico

La muerte del expresidente de Uruguay José Mujica

El expresidente uruguayo, José Mujica, se ha ido sin alharacas. Como ha vivido. Tenía ochenta y nueve años. Y según Martín Caparrós, en su dilatada y apasionante biografía se distinguen cuatro etapas esenciales: el guerrillero tupamaro en su juventud, el preso durante casi tres lustros, el político profesional y una suerte de «predicador laico» en los últimos años de su vida.

Mujica declaró en varias ocasiones que había intentado cambiar el mundo por la fuerza y que «le molieron a palos». Reconocía que esta experiencia le había liberado de creer en quimeras, confundiendo los deseos con la realidad. Desde entonces dejó de importarle también de dónde vienen las personas, solo le interesaba lo que habían hecho.

Después de empuñar el fusil como guerrillero, y alejado ya del radicalismo revolucionario, llegó a ser presidente de su país, la democracia más estable de Sudamérica. También ha sido ministro, parlamentario y senador por el progresista Frente Amplio, una alianza de socialistas, liberales y democristianos.

En su despedida de la política institucional hizo esta confesión: «Soy un paisano muy atravesado. Tengo una buena cantidad de defectos y cometí muchos errores que asumo. Si se fracasa hay que asumirlo y cargar con las consecuencias. Hay que seguir andando y mirar hacia el porvenir».

Denunciaba que en la alta política no se debía entrar para hacer negocios o para vivir mejor, sino para conseguir dignificar la vida humana, aunque con mucha frecuencia los políticos se peleaban por gobernar y se olvidaban de los problemas acuciantes de la gente. Y desde la posición de alguien que no es creyente afirmaba que este mundo no es un paso para ningún paraíso. Que la lucha por el paraíso tenía que librarse en la tierra. En los últimos años, Mujica dedicó buena parte de su tiempo a lo que él mismo llamó «militancia popular», concediendo entrevistas, dando conferencias y acudiendo a cualquier parte del mundo donde fuera reclamado.

Y en un libro publicado en septiembre de 2023, el documentalista mejicano, Saúl Alvídrez, reproduce una larga conversación que mantienen «dos venerables ancianos» y referentes mundiales del pensamiento. El libro se titula «Chomsky y Mujica. Sobreviviendo al siglo XXI», donde ambas personalidades reflexionan sobre las cuestiones más apremiantes a las que se enfrenta la humanidad en nuestros días: el hambre, la miseria, las desigualdades sociales, la corrupción política, los populismos, la crisis del capitalismo y sus mutaciones, las nuevas tecnologías, las armas nucleares o la catástrofe ambiental.

Y frente a lo que denominan «colapso civilizatorio», proponen un conjunto de valores y medidas para avanzar hacia «una sociedad decente y un cambio sostenible». Sin embargo, reconocen que, para llevar a cabo esas reformas, de momento utópicas, se necesitan ahora otros protagonistas.

Mujica sostiene en ese libro que el «sujeto revolucionario» del siglo XXI ha cambiado radicalmente respecto a los dos siglos anteriores. Ya no se encuentra en los grandes centros industriales, sino que el eje del cambio hay que buscarlo entre los jóvenes con firmes ideales. Jóvenes que estén dispuestos a cuestionar el sentido de una civilización económica y socialmente insostenible y que no estén absorbidos por la dinámica consumista. Muchas de sus reflexiones en el libro tienen un sentido más ético, moralizador, que propiamente político.

José Mujica está considerado como el personaje más famoso de Latinoamérica de este siglo. Y es reconocido internacionalmente por su honestidad personal y su coherencia política, aunque a veces fue criticado por su contradictorio pragmatismo en algunas de sus decisiones como presidente.

En definitiva, en la larga y agitada biografía del expresidente Mujica sobresalen su gran generosidad, su modo de vida austero y estoico: «Yo vivo como la mayoría de la gente de mi país». Por eso fue apodado el presidente más pobre del mundo. Y se valora especialmente su empeño y su coraje por defender todo lo que hay de digno y decoroso en la experiencia humana. n

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