Opinión
Spain is different
La fragil memoria sobre la auténtica realidad del país en 1968, cuando el Mayo Francés agitaba el mundo
Quizá por la cercanía geográfica o porque en España, la población más politizada que llegó –llegamos– a la mayoría de edad en los años sesenta conservamos el apego por la cultura gala, en singular por la bullente producción política y filosófica de aquellos años, lo cierto es que, aquí, cuando se hace alusión a los sucesos políticos de 1968, la referencia inmediata es el país vecino, porque desde la asfixiante dictadura franquista observábamos con curiosidad y no poca envidia la cercana explosión de juvenil rebeldía que agitó Francia durante poco más de un mes.
Por supuesto, estamos hablando de mayo del 68 como fenómeno internacional, pero con términos de un suceso típicamente francés; es más, de un fenómeno tópicamente urbano y parisino que volvía a levantar su voz y ocupar sus calles, como ya ocurriera en 1789, 1830, 1848 o 1871, ratificando su tendencia de querer cambiar el orden de las cosas irrumpiendo con prisa en el escenario, que Marx resumía como la intención de iniciar y concluir revoluciones en tres días.
En nuestro país, el año 1968 fue más modesto en sucesos de relieve internacional, lo que en absoluto quiere decir que nada importante hubiera ocurrido. Pero respecto al mundo, España era periférica y subalterna, pues, encerrada en la burbuja franquista, estaba al margen de los grandes asuntos mundiales y de las convulsiones sociales de aquel año, que llegaban matizadas por el filtro de la censura franquista, quedando acuñado el "Spain is different" con el propósito de animar a los europeos a conocer la cara amable, folklórica y soleada del franquismo pasando sus vacaciones "typical spanish" en las playas españolas, asistiendo a unas noches de zambra en un tablao flamenco o en las faenas taurinas de Manuel Benítez "El Cordobés"
La gran diferencia con las protestas antiautoritarias de otros "sesenta y ochos" es que en España había una dictadura de verdad; no una dictadura simbólica o retórica, utilizada como una metáfora o fruto del exceso de un lenguaje cargado de ideología, sino una dictadura real, ostentosamente tangible; omnipresente, perceptible por su olor a cuartel y sacristía, de color gris, caqui y púrpura con un amargo sabor.
Pero Franco, católico intransigente, aspiraba a mucho más de lo que habían sido Hitler o Mussolini: su ambición era gobernar almas inmortales en su proyecto para regenerar España mirando al pasado y buscando la legitimación remota de su Régimen en personajes de tiempos de la Reconquista y el Imperio. Su autoproclamada condición de Caudillo de España estaba amparada por una legitimidad incuestionable para los poderes terrenales, pues procedía de la gracia de Dios, pero, a pesar de los deseos del dictador, la sociedad española evolucionaba por la acción de minorías que desafiaban la cerrazón del Régimen y por la reacción de nuevas levas de estudiantes y trabajadores –principalmente los mineros–que se resistían a aceptar las difíciles condiciones en que se debían incorporar a la vida adulta rechazando la sociedad erigida sobre valores autoritarios, clericales y jerárquicos.
Aquel año del 68 fue importante en una década en la que se puso a prueba la capacidad del Régimen para adaptarse al orden internacional y para cambiar internamente bajo la presión de una oposición en ascenso. Aquí, en España, todo ofrecía un tono más gris y el talante destemplado con que la dictadura respondía a las demandas laborales, académicas o culturales en nada se parecían a los besos en las barricadas parisinas. Aquí había carreras delante de los "grises", que también eran menos románticos que los "flics" franceses. La detención, la multa, el exilio, el destierro temporal, la tortura hasta la muerte y la cárcel fueron el precio que muchos activistas de los años 60 y 70 –principalmente los pertenecientes al Partido Comunista– tuvieron que pagar por querer expresar de palabra o por escrito sus ideas o por mostrar en la calle su rechazo a la dictadura franquista.
¿Se puede ignorar un pasado tan cercano?, Teniendo en cuenta nuestra frágil memoria colectiva y el desconocimiento de la historia reciente del país –toda una laguna académicamente programada que se percibe hasta en los jóvenes más instruidos–, el recuerdo que de España se tiene del 68 es bastante tópico y se refiere, por lo general, a la repentina fortuna del acertante de una quiniela de catorce resultados y a eventos musicales resaltados por la prensa, destacando el triunfo de Massiel en Eurovisión, pero en 1968 hubo 551 conflictos colectivos frente a 1.595 en 1970, ocurridos con preferencia en Asturias y el País Vasco, y en el sector minero, el 41%, el porcentaje más alto, seguido del siderometalúrgico, con el 17%.
Aquellas luchas sociales trajeron la división del bloque dominante, escindido en dos facciones –continuistas y aperturistas – escisión que se percibía en la actuación política de inconexos manotazos de los involucionistas contra los aperturistas. Estos, sustentados por un parasitario capitalismo de recomendados, enchufados y amigotes, de negocios realizados al amparo del Estado, tomando la política como negocio familiar y al caciquismo como solución ideal para ejercer el poder a escala local y regional, y aglutinado por un consistente núcleo ideológico formado por intelectuales orgánicos del Régimen y la Curia católica, se formaría una nostálgica y retardataria legión que no desaparecería tras la muerte dl dictador, sino que actuaría sobre el país como una pesada hipoteca, que, a corto plazo, condicionaría la transición hacía el sistema democrático y, a la larga, sería la causa de su más que rápida degeneración.
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