Opinión

En el sitio justo y en el momento preciso

Manuel Mejido, hijo de alleranos, fue el único periodista extranjero que logró informar en directo del golpe de Pinochet en Chile en 1973

En el sitio justo y en el momento preciso

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Manuel Mejido Tejón fue uno de los periodistas más acreditados de Sudamérica. Nació en 1932 en Tierra Blanca, un municipio de Veracruz, y falleció en el mismo México en 2021, pero sus padres –primos y casados por poderes- eran de Felechosa. Él nunca renegó de sus raíces en esta tierra; por eso les conté su vida hace unos años después de que mi amigo Zoilo González Miyares, quien lo conoció a fondo, me facilitase su contacto.

En aquella historia les señalé la enorme lista de personajes que había entrevistado: desde Picasso, Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, hasta el papa Pablo VI o el presidente Reagan. Y lo definí como un cronista de acontecimientos fundamentales en la historia contemporánea: la Revolución cubana, la liberación de Argelia o la Guerra de los Seis Días

Pero Manuel Mejido es conocido sobre todo porque fue el primero en narrar al mundo el golpe de Estado del general Pinochet en septiembre de 1973. Lo hizo arriesgando su vida al burlar el control militar para enviar desde Santiago de Chile las informaciones que luego recogían las Agencias Télam y Associated Press y se divulgaban por todo el mundo.

En enero de 1974 la editorial Extemporáneos publicó el libro "Esto pasó en Chile", con el resumen que hizo después sobre lo sucedido. Se trata de un documento que sigue siendo fundamental para entender este episodio y partir de él y de lo que escribió en sus memorias "Con la máquina al hombro" –que conservo con mucho cariño- les voy a resumir como fue esta aventura periodística.

En junio de 1973, Mejido había recibido la invitación de un alto funcionario de las Naciones Unidas en México para que acudiese como acreditado en Santiago de Chile a un congreso organizado por la CEPAL sobre los problemas del hambre. La fecha se fijó para el 11 de septiembre; sin embargo, el acto no parecía interesante, así que el redactor solicitó al diario "Excélsior" que lo sustituyesen por otro compañero y se despreocupó del asunto.

Pero el día 8, cuando se encontraba escribiendo otro reportaje en Sinaloa, recibió una llamada del director, quien tras disculparse le dijo que se le había olvidado hacer el cambio y todo estaba preparado a su nombre por lo que finalmente sí debía ir a Chile. De manera que después de arreglar un vuelo para la tarde del 10, Manuel y su esposa Estela viajaron hasta Santiago, casualmente en el mismo avión que llevaba a Hortensia Bussi de Allende, a la que el presidente chileno recibió en el aeropuerto.

Después de pasar la noche en el hotel San Cristóbal Sheraton, la pareja desayunaba a las siete y media de la mañana cuando la radio dio la noticia de que los militares se habían alzado en armas. A falta de taxis, el periodista logró que un vehículo particular lo llevase a varias agencias de prensa, y se encontró con que los télex y los teléfonos estaban cortados en todas las oficinas y era imposible comunicar con el exterior.

A pesar del riesgo, Manuel Mejido decidió cubrir la noticia y no abandonó la calle. Mientras se multiplicaban los tiroteos siguió a una columna de tanques que se dirigía hacia La Moneda hasta que unos soldados le impidieron el paso. Entonces buscó la cancillería de México, en la calle Pérez Valenzuela, donde ya estaban otros refugiados. Allí, mientras escuchaban los motores de los dos aviones Hawker Hunter que iban a bombardear el palacio presidencial, el periodista comenzó a escribir todo lo que estaba pasando para hacerlo público cuando fuera posible. A la vez, llamó al español Ricardo Liaño, quien estaba muy próximo a los militares golpistas, para que le consiguiese un salvoconducto con el que poder transitar salvando el toque de queda.

Aquella noche, cuando estaba durmiendo en la misma cancillería, sonó un teléfono. Se trataba de otro periodista de la agencia gubernamental argentina Télam, que llamaba desde Mendoza para saber lo que estaba ocurriendo en Chile. Mejido vio entonces su oportunidad y consiguió que el interlocutor mantuviese abierta la línea permanentemente sin preocuparse del coste que asumía el "Excelsior". De esta forma él pudo mandar sus crónicas seis veces cada día.

La Junta golpista había publicado un bando explícito: "Todo aquel que transmita al extranjero informaciones tendenciosas sobre lo que ocurre en el país, será severamente castigado por la justicia militar". A pesar de ello, Manuel Mejido arriesgó su vida ocultando este teléfono para convertirse en el único corresponsal que pudo informar al resto del mundo de los ataques a las fábricas de Cerillos y Maipú, los enfrentamientos en el Estadio Nacional y en la Universidad Católica, la resistencia en la Universidad Técnica del Estado, donde fueron capturadas 600 personas que serían encarceladas o fusiladas y los detalles de la muerte heroica de Salvador Allande.

En la mañana del 13 de septiembre, tras levantarse el toque de queda diurno, la cancillería se llenó de asilados que trataban de salvar su vida. Nuestro periodista estaba con ellos cuando le informaron de que la viuda del presidente, Hortensia Bussi de Allande, había logrado entrar en el edificio principal de la embajada mexicana, en la avenida Américo Vespucio. No tardó en llegar hasta allí y conseguir una entrevista con ella en la que también estuvo presente su hija Isabel, aunque para no comprometer a la representación mexicana, se dijo que había sido realizada en un coche y no en la embajada. A continuación, sumando otros testimonios, elaboró su famoso reportaje sobre las últimas horas del presidente. Después, se aventuró a volver hasta a la cancillería para dictar la entrevista por aquel teléfono que llevaba dos días sin colgarse.

El día 14, los soldados disolvieron una manifestación favorable al golpe de Estado que se congregó frente a la cancillería insultando a quienes estaban en su interior; sin embargo, impidieron durante 24 horas la entrada de víveres. El 15, la Junta Militar ya autorizó la salida del país de los refugiados en aviones enviados desde México. Manuel Mejido y Estela renunciaron a marchar en el primer vuelo y esperaron hasta el 19 de septiembre para hacerlo con salvoconductos de Naciones Unidas rumbo a Buenos Aires en un avión especial junto a otros reporteros que estaban destacados en Chile.

A su llegada al aeropuerto, Mejido fue recibido por un revuelo de periodistas de todos los medios que le hicieron decenas de preguntas y fotografías durante más de una hora; después, el matrimonio se dirigió hasta un hotel para asearse, y sin abrir las maletas decidieron ir a quitarse el hambre de los últimos días en un buen restaurante. En el taxi iban comentando algunas cosas de lo que habían vivido, cuando el conductor les interrumpió: "Disculpen ustedes la intromisión. Por lo que he escuchado me parece que acaban de llegar de Chile…Díganme ¿Qué pasó con Mejido, lo mataron?".

En aquel momento, comprendió el interés que habían despertado sus noticias e incluso su propia persona. Aunque una llamada del director del "Excélsior" le dejó claro que el trabajo seguía siendo lo primero, ya que después de transmitirle la felicitación de sus compañeros, le recordó que Argentina estaba en proceso electoral: "Entrevista a los candidatos a la presidencia. Buena suerte". Manuel Mejido cumplió su misión y se sentó por separado con cada uno de ellos, pero desde Juan Domingo Perón hasta el que tenía menos posibilidades, todos aprovecharon para preguntarle primero a él por lo que había vivido en Santiago.

Aunque esto pasó en Chile tuvo una tirada reducida, se convirtió en los años 70 en una fuente fundamental para dar a conocer la asonada del Ejército chileno y los excesos de Augusto Pinochet. De una de sus páginas recogemos las últimas palabras del presidente Salvador Allende:

"Trabajadores de mi patria. Tengo fe en Chile y su destino. Otros hombres superarán este momento gris y amargo donde pretende imponerse la traición. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. Estas son mis últimas palabras en la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la seguridad de que por lo menos habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición".

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