Opinión
La rebelión de las tizas
La movilización educativa
Los cimientos de una edificación no se discuten. Nadie se atreve a poner el solfa la importancia de los elementos fundamentales que garantizan la estabilidad y la seguridad de una estructura, aun perteneciendo al bando de los necios, especialistas en no ver los mismos árboles que los demás.
Por ello, en el consenso social, hospitales y pizarras ocupan la primera posición. O lo que es lo mismo, la sanidad y la enseñanza son los pilares imprescindibles para que no desaparezca el suelo que pisamos a diario. Pensar de otro modo, además de aproximarnos al bando de los mentecatos, nos arrojaría de inmediato a una consulta oftalmológica para que nos hicieran una revisión completa.
Distinto es el modo en el que se gestionan esos cimientos. Hay quienes prefieren para sí todos los ladrillos del edificio, sin importarles que los demás carezcan de abrigo, y quienes, por el contrario, son partidarios de que la argamasa completa se reparta entre todos, y a ser posible del modo más justo. En el argot familiar los primeros formarían parte de las filas de la derecha, especializada (ojo: siempre hay alguien que se sale de esa hilera) en recoger todos los frutos posibles, sin importarles el estado final en que quede el terreno; mientras que los segundos serían etiquetados como la columna de la izquierda (no me gusta emplear el término progresista, a pesar de los intentos cada vez mayores por hacer confluir ambos vocablos).
De ahí que cuando un ventarrón, sobre todo si lleva mucho tiempo soplando amenazadoramente, embiste nuestra armadura ciudadana, se produzca un lógico movimiento de defensa. En ese momento, hormigones, aceros y maderas, entre otros contrafuertes, tensan su escudo protector y en ocasiones salen a la calle a disputarle al vendaval su hegemonía. Ocurre con la Sanidad (sin ir más lejos, la Plataforma por la Sanidad Pública de Langreo lleva mucho tiempo movilizándose) y lo mismo sucede con las tizas cuando agotan su paciencia. Y la agotaron. Y vaya cómo, estos días pasados.
A pesar de los dardos envenenados que se lanzaron a la opinión púbica con el objetivo de presentar el aumento de los salarios como el principal objetivo de la huelga (ya se sabe: además de unos privilegiados, pues tienen pocas horas de clase, vacaciones en demasía y otras prebendas, son unos peseteros), no hacía falta arrugar mucho la frente para darse cuenta de que el catálogo de asuntos pendientes era amplio y, sobre todo, que tenía su raíz en la dilación con la que vienen comportándose desde hace tiempo las distintas administraciones.
El "Vuelva usted mañana" se sustituyó por el silencio en unos casos y la opacidad en otros. Basta con hurgar en la hemeroteca de ejercicios anteriores para comprobar que el encerado de las escuelas estaba falto de grasa y que las quejas de los docentes no formaban parte, precisamente, de ninguna ópera bufa. La comedia y el simulacro quedaban fuera de duda, salvo para quienes seguían interesados en gestionar el teatro a su manera, aplicando, sobre todo, el principio de autoridad, o el aquí mando yo, que da lo mismo.
Si algo ha resultado incuestionable después de estos días de huelgas y movilizaciones (tuve la fortuna de asistir a la mayor manifestación que se recuerda en Asturias en el ámbito docente) ha sido la confirmación de que una cadena más otra cadena ayudan a poner en pie una máquina, o que la unión hace la fuerza. El resultado final ha sido muy positivo, a pesar de que no falten las voces discrepantes (algunas de buena fe, sin duda, y otras guiadas por intereses espurios). Mas lo que ha quedado fuera de duda es que las tizas escribieron un mensaje esclarecedor: "Nos hemos cansado de estar quietas y en cualquier momento podemos volver a las calles".
No estaría de más que las diversas organizaciones –partidos políticos, sindicatos y movimientos de todo tipo– aprovecharan el ejemplo para ponerse ya a fabricar, de un modo conjunto, las piezas que se necesitan para convertirse en los verdaderos eslabones del cambio social. Si bien, antes deberían hacer un viaje a los orígenes: los partidos son herramientas al servicio de todos, nunca instrumentos en provecho propio. Y por lo visto hasta ahora, la travesía es difícil donde las haya.
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