Opinión
La corrupción, un tema recurrente
El perverso escenario que ha convertido el Congreso de los Diputados en un espacio de ruido y furia
En la España contemporánea, la corrupción, entendida sobre todo como el uso ilegal del oficio público para beneficio personal o de un determinado grupo, se ha convertido en una recurrente y obscena letanía.
En el siglo XIX, algunos insignes regeneracionistas denunciaban que no había quien superase a los españoles "en el arte diabólico de explotar el erario público". Y por lo visto hay tradiciones que no se pierden. Que resisten muy bien el paso del tiempo.
Asimismo, todos los partidos coinciden en la necesidad de atajar drásticamente la corrupción, pero la siguen utilizando como una arrojadiza para la lucha política. Se suele pedir transparencia, juego limpio, al adversario político, mientras se mantiene la opacidad en el propio. Un ritual que se repite indefectiblemente sin poder llegar a ningún acuerdo razonable y definitivo para combatir con firmeza una corrupción tan endémica como onerosa.
La historia tendría que servir al menos para conocer las momias que arrastramos, aunque se trate de hechos recientes. En la primavera de 2008, José Luis Ábalos fue causalmente el encargado de defender la moción de censura en el pleno del Congreso contra Mariano Rajoy. Ábalos, que era entonces secretario de Organización del PSOE, proclamó con énfasis en su discurso que "los españoles no podíamos tolerar la corrupción como si fuera algo normal". Y dijo también que la "ejemplaridad y la ética pública" deberían ser el norte en la conducta de los políticos.
Y hace poco más de un año, el presidente Sánchez, después de cinco días de retiro y reflexión sobre su futuro político, anunció que había llegado la hora de poner en práctica un amplio programa de regeneración democrática: un nuevo tiempo que "abra el paso a la regeneración y el juego limpio".
Y hasta que se conoció el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre el caso Koldo, en el que se ven implicados sus dos últimos ex secretarios de Organización, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, el presidente Sánchez no había propuesto ningún tipo de medida específica para llevar a cabo su plan regenerador. Sus prometidas reformas institucionales.
En sus dos comparecencias televisivas, un atribulado Sánchez ha demostrado tener un nivel de desinformación impensable para un presidente del Gobierno sobre las andanzas de sus dos más próximos colaboradores, con un gran poder de decisión en la orientación del partido.
A propósito, un alto cargo socialista escribía hace unos años en un diario nacional que una de las principales causas de la corrupción en el funcionamiento de las organizaciones políticas es su estructura oligárquica. Y lo explicaba así: "Sin ideas o con ideas, tan prestadas como cambiantes, se pude manejar un partido colocándose en el centro del aparato, y para ello no se necesitan ideas, ni inteligencia, ni grandeza de miras, ni liderazgo moral; basta con tener bien agarrada la cesta del pan para repartirla dentro del partido".
En la última sesión de control al Gobierno, las divergencias sobre el tema de la corrupción volvieron a ser abismales entre PSOE y PP.
Y por encima de cualquier responsabilidad personal, el presidente Sánchez tiene previsto (por ahora) agotar la legislatura y no someterse a una cuestión de confianza. Ni Feijóo está dispuesto (también por ahora) a plantear una moción de censura, porque "le faltan cuatro votos".
Por otra parte, más allá de su repercusión ética y política, la magnitud económica de la corrupción en España es realmente preocupante. Un estudio realizado hace algunos años por el grupo de los Verdes en el Parlamento Europeo revela que nuestro país pierde más de 90.00 millones de euros al año por la corrupción, una cantidad equivalente a casi el 8% del Producto Interior Bruto (PIB). Asimismo, esos millones de euros que le cuesta la corrupción a la Administración pública española suponen cuatro veces las ayudas destinadas a los parados, más del 90% del presupuesto anual de salud y el 88% del destinado a pensiones. Esa cifra supone también tres veces más de lo que se asigna anualmente al presupuesto de la dependencia y a las ayudas por la enfermedad.
En definitiva, creo que a estas alturas no tiene ningún sentido continuar con la dialéctica de mutuas acusaciones entre el PSOE y el PP sobre cuál es más corrupto que el otro. Un perverso ejercicio que desde hace tiempo ha convertido el Congreso en un escenario de ruido y furia. Y no en un foro de control, propuestas y debates.
Un alto funcionario ha declarado estos días que los actos de corrupción los cometen personas, pero que se ven favorecidas por controles débiles, falta de coordinación entre instituciones y una escasa rendición de cuentas.
Y en circunstancias de gran incertidumbre no parece que tal situación tenga trazas de modificarse a corto plazo. Sobre todo tras el encarcelamiento de Santos Cerdán.
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