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Opinión

Olvidados

Palestina está en manos de asesinos despiadados. Israel dejó de ser aquel gato listo, ágil, quirúrgico para convertirse, en imitación del primo de zumosol, en un rinoceronte furioso, destructivo e irracional.

A un lado, los envenenados por un credo tiránico y disparatado que impone prioritariamente la aniquilación de los del otro lado, además de un montón de salvajadas. Por su parte, los otros, ciegos por el ansia de venganza, paranoicos como resultado de siete décadas bajo la permanente amenaza de muerte. Al Este, el mundo árabe, que sólo quiere a los palestinos como ariete contra el enemigo judío. Al Oeste, los europeos, enloquecidos, divididos y en pleno proceso de autodestrucción. Más allá, Estados Unidos, un mostrenco enorme de cerebro enfermo, la potencia incapaz de razonar que camufla sus debilidades tras las bravuconadas. Al Norte, la siniestra Rusia, que se siente más cómoda en los clásicos modos soviéticos, divertida provocando y jugueteando con unas democracias occidentales cada día más endebles mientras araña terreno más allá de sus fronteras. En Oriente, el gigantón chino, discreto, implacable, uniformador, paciente e inmensamente poderoso, sabedor de que el futuro le pertenece porque la civilización hasta ahora dominante se desmorona. Y en medio, las víctimas inocentes, secuestradas, asesinadas, desterradas, perseguidas, torturadas, despojadas, sin casilla en el diabólico tablero de los intereses internacionales. Y, para colmo, utilizadas como munición en nuestras patéticas e interesadas batallitas políticas.

Hoy lloramos el sufrimiento del pueblo palestino y dejamos de lado el del ucraniano. Parece que aún no nos apetece liberar una lágrima en memoria del exterminio de las minorías africanas, únicamente culpables de creer en otro dios. Cientos de miles de muertos olvidados, para los que no hay pancartas ni manifestaciones. Nos cansaremos de los niños gazatíes, como de los ucranianos, de los espaldas mojadas, de los saharauis, de los tibetanos, de los tutsis, de las disidencias cubana y venezolana, de los encerrados en la distopía norcoreana, de los haitianos, de los distintos que se saben condenados a muerte por su color, creencia, orientación sexual o, simplemente, por querer ser libres.

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