Opinión
Aires nuevos
Sobre el éxito de los cambios de entrenadores

Veljko Paunovic, en su etapa como entrenador del Real Oviedo. | LUISMA MURIAS
Tal parece, a tenor de lo leído en este diario, que una de las explicaciones para el cese del técnico del Oviedo, Paunovic, era la necesidad de "aires nuevos", seguida de la búsqueda de "otra forma de trabajar".
Si algo caracteriza a estas frases no es, precisamente, su novedad, sino todo lo contrario. Al margen de circunstancias puntuales, como las que se apuntan en este caso, debidas al controvertido talante del entrenador, eso se dice, la metodología es siempre la misma, bien se trate de un equipo o de otro, y que se concreta en la repetición de los mismos aires, humos y soberbia mayúscula que exhiben casi todas las directivas cuando se trata de mostrar su poderoso músculo de mando.
En una primera visión, el cese de Paunovic invita a una mueca cercana al estupor, vista la cocina en la que se fogueó el cese. Pues cómo es posible semejante decisión en un equipo recién llegado a la categoría, con un complicado calendario al principio, que no está en descenso, y que ha ganado dos partidos (la lógica hace pensar que la derrota frente al Levante, por sorpresiva, deba compensarse con la victoria ante el Valencia, más sorpresiva aún, lo que hubiera dejado la tabla con los mismos números).
Habrá aficionados que, a partir de ahora, exhibirán un aire apesadumbrado ("aire de olvido y de dolor", reza el verso), al igual que otros no podrán evitar un "aire de enojos resentidos", ante la para ellos injusta decisión. En todo caso, y continuando con la poesía, no parece que haya mucha esperanza de que "soplen nuevos aires, proyectos que emocionen de verdad, vientos con música, risas y baile" en un estamento futbolístico que, a fin de cuentas, no hace más que perpetuar la lógica capitalista (siempre Marx presente) en la que el fútbol va dejando de ser un deporte para convertirse en una actividad económica relevante, y en la que, y sobre todo, el factor financiero prima sobre cualesquiera otro valor.
Mientras escribo este artículo, pienso en una conversación que mantuve hace unos días con un conocido que fue futbolista. Me decía él, y no se cansaba de repetirlo, que el fútbol de ahora ya no tiene nada que ver con el de antes, sustituido por una pirámide de oscuros intereses que él no entendía. Nada que ver, apuntaba (es un poco mayor que yo), con el que tú y yo conocimos, ¿no te parece? Y tras responderle que sí, que eso me parecía, que llevaba mucha razón, nos pusimos a charlar sobre tiempos pasados y gradas en donde los espectadores oficiaban una liturgia más natural. Y según iban saliendo al escenario imágenes y recuerdos de uno y de otro, en los míos volvía a reaparecer, de cuando mi época de árbitro, un partido de segunda división en el que ejercí de juez de línea, y que podría perfectamente servir de guion o casi de película completa de una cinta de suspense. Aquel día confirmé, sin ningún asomo de dudas, que lo que se denomina como "el cáncer del fútbol" no guarda ninguna relación con árbitros, entrenadores o jugadores. La metástasis, le dije, comienza y termina en las juntas directivas. Bastaría, añadí, con ver muchos de los comportamientos actuales.
Me regaló entonces un dato que guarda estrecha relación con el tema de este artículo. El porcentaje de éxito de los cambios de entrenador es bastante exiguo, pues si bien a corto plazo se produce un impacto positivo, pronto cambia la situación por una pérdida de impulso. A su vez, correspondí al regalo con un verso de Pablo Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Lo que indica bien a las claras que el mecanismo capitalista va más allá de los ámbitos económicos y financieros, hasta interactuar –y de qué modo– en el comportamiento social de las comunidades y las personas.
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