Opinión
Defender lo nuestro
Apoyar a la sanidad y a los servicios públicos
Hace unos días fui al Hospital Valle del Nalón a realizar una de esas ITV a las que, de cuando en cuando, tenernos que someternos. Y más aún, a medida que vamos cumpliendo años. Algo inevitable, pero que, a un tiempo, nos puede prestar una luz positiva, a poco que lo intentemos. Desde siempre, he pensado que ser mayor consiste, precisamente, en darle la vuelta a una cita, a mi juicio aderezada con una salsa engañosa: "los años no cuentan". Y, en su lugar, colocar otra que podría resumirse en "los años sí cuentan, pero funcionan a modo de peldaños desde donde podemos obtener una mejor visión de nuestro entorno". Una señal de que crecer es desprenderse de tantos prejuicios y telarañas, sobre todo sociales, como se van acumulando a nuestro alrededor.
Como digo, y dejando a un lado divagaciones más o menos íntimas, entré en el Hospital para una inspección rutinaria. Y de nuevo volví a comprobar, cuando salí, que los elogios que alguna vez he vertido en mis colaboraciones en este diario, hacia la atención que siempre he recibido en el centro, se ajustaban a la realidad. Pues, cuando puntualidad y buen trato profesional se dan la mano, no queda más remedio que hacerlo resaltar. Otra cosa sean las deficiencias que atañen a servicios y demás, pero que, en su caso, no guardan relación con quienes ejercen su labor con una dignidad encomiable. A la Administración queda poner remedio a las fallas que provienen, entre otros agujeros, de la falta de sanitarios, con todos los inconvenientes que ello acarrea.
Del mismo modo, tras comprobar con satisfacción que disponemos de una eficiente red sanitaria pública, no pude evitar deslizarme sobre el pantanoso suelo por donde transita la realidad. Una y otra joya, la sanidad y la educación pública, están siendo atacadas de continuo por quienes pretenden sustituir las ventajas de lo público, de lo nuestro –enfatizo, lo de todos– por un sistema privado en el que el negocio se impone a la salud y a la educación.
Los frentes de guerra contra lo público exhiben distintos modelos. En unos casos se bombardea de una forma cruel e indiscriminada a la población. Así, la motosierra de Milei: desfinanciamiento salvaje y destrucción masiva de lo público o la no menos bárbara oratoria de Trump desmantelando programas sociales y realizando despidos masivos. Otras veces se utilizan tácticas más sutiles, modelos más refinados, como el empleo de eufemismos para controlar mejor la narrativa en tiempos de crisis. Baste, a este respecto, con fijarse en términos como "externalización de servicios"; "colaboración público- privada" o "libertad de elección" entre otros trampantojos.
En todo caso, y al margen de la munición que se use en cada circunstancia, el objetivo es siempre el mismo: políticas de privatización progresiva que están deteriorando el acceso, la calidad y la igualdad en una atención sanitaria cada vez más debilitada.
Es cierto que no son buenos tiempos para la lírica, pero no es menos verdad que si hacemos nuestros algunos versos de la canción de "Golpes Bajos" –"El azul del mar inunda mis ojos/ el aroma de las flores me envuelve"–, podremos revertir el clima. La privatización de la sanidad no es solo una amenaza al sistema público, sino también una amenaza directa a nuestras vidas. Defender lo nuestro, lo de todos, a ser posible de una forma unitaria, debiera ser la consigna. Impedir que quienes pretenden derribar nuestro templo público lleguen al poder, se convierte en la tarea inmediata.
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