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Opinión | DANDO LA LATA

Café

Hace un año, un tipo que anduviera por la calle con una garrafa de aceite de oliva y sin protección era candidato principal al atraco. Pero la caída del consumo fue tal -no era para menos dado el descomunal incremento de precios- que a productores y distribuidores no les quedó otra que desandar parte de la escalada. El resultado ha sido que hoy el aceite es más barato que el año pasado pero más caro que hace dos. Porque tras las inflaciones provocadas los precios nunca retornan a los niveles iniciales. Eso sucede sistemáticamente con la gasolina -hay muchas chistorras y lechugas que pagar, ya saben- y ahora le tocó al café. Y es que le echas un vistazo a la estantería del supermercado y te tienes que frotar los ojos para volver a mirar -y asimilar- los precios, que en cuestión de meses prácticamente se duplicaron.

Si hoy ves a alguien comprando unos paquetes de café, deduces que solo puede tratarse de un banquero o un funcionario de clase A. El resto recurre a la achicoria y la mayoría de autónomos está estrujando los posos hasta que el agua deja de oscurecerse. Ya verán cómo llega el momento en que la subida se detenga e incluso haya cierto descenso, sobre todo si hacemos uso de nuestro poder como consumidores y dejamos de tomar café. Pero olviden toda esperanza de que los precios vuelvan al nivel de hace poco tiempo. Lo que ayer estaba a tres y hoy está a cinco y pico, se quedará, como mucho, a cuatro. Y gracias.

Por ejemplo, hemos tenido el barril de petróleo al mismo precio de cuando el litro de gasolina estaba a un euro, pero en el surtidor no hay manera de pagarlo a menos de euro y medio. Y sumando medios y medios, la cantidad resultante es de impresión, que se va, principalmente, en impuestos.

Juan Luis Guerra cantaba que “ojalá que llueva café”, una letra que estos días cobra todo su sentido. Les dejo; voy a estrujar unas capsulitas.

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