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Opinión

Los pedales de la productividad

La formación de los trabajadores y la inversión de las empresas en innovación

Imaginemos por unos momentos que estamos subidos a una bicicleta. El director de la prueba, empresario, gerente, jefe de personal, da lo mismo, nos pide que pedaleemos sin parar. Antes, advirtamos que la máquina no está en buen uso: el manillar y la horquilla se tambalean, la cadena está floja, el cuadro… Añadan los desajustes que quieran. Por el altavoz nos dicen que no hay que dar descanso a los pies y obedecemos (sobre todo cuando el paro acecha en cualquier curva del pavimento). Y así un kilómetro tras otro, gotas de sudor cada vez mayores, el velocípedo que no deja de chirriar…, hasta que llegamos a la meta. Supongamos que recorrimos equis kilómetros y que tardamos el equis tiempo que les parezca.

Mientras tanto, por la misma vía marcha otro ciclista a bordo de una bicicleta en perfecto estado, recién salida de la fábrica, como acostumbramos a repetir. La rueda delantera, el cambio, el freno trasero… todo funciona a la perfección. Hace el mismo recorrido que el ciclista anterior, no suda tanto, avanza más a cada momento, las ruedas se acoplan a la perfección con el asfalto… Por ello, no es difícil imaginar que acabará cubriendo la misma distancia a un equis tiempo muy inferior.

Lo primero que se nos viene a la mente es algo así cómo: ¡faltaría más!, ¡no tiene ninguna gracia!, ¡menuda máquina que llevaba! Y expresiones parecidas.

Pues de eso mismo se trata en el debate sobre el tiempo de trabajo. ¡No tiene ninguna gracia!, es falso y artificial, pues mientras los trabajadores continúan subidos a máquinas que, en algunos casos, más se parecen a la cadena que se usaba en "Tiempos modernos"; por el contrario, los empresarios (como siempre abro un paréntesis para no incluirlos a todos, aunque sí a la gran mayoría) circulan en bicicletas perfectamente engrasadas con el aceite del dinero. Y, además, no están dispuestos a compartir ese líquido con nadie, no sea que se les agote.

La competición es muy vieja. Sobre todo, desde que el primer gobierno socialista de la democracia decidió rebajar la jornada laboral, que en la actualidad se encuentra en 40 horas semanales. Desde entonces, ya se sabe, la misma música de siempre: "Si disminuimos el tiempo de trabajo la productividad económica bajará y eso traerá la ruina para las empresas y pérdida de empleos".

Basta con acudir a datos comparativos con otros países más productivos que el nuestro y donde se contemplan jornadas laborales más reducidas, de entre 35 a 37 horas: Francia o Bélgica, entre otros. La productividad no tiene nada que ver con las horas que un trabajador se pasa atado a la cadena, sino con la formación y la cualificación que tenga, con los medios con los que trabaje y con el capital invertido en mejorar esos sistemas de producción de la empresa. Si bien, todo esto exige una inversión y, por tanto, una reducción de ganancias, a la que se resisten los empresarios (o la gran mayoría), y ahí reside la gracia del asunto.

El ruido del debate, la sordina continua que lo acompaña, está marcado por una derecha anquilosada en el pasado y por una mayoría de empresarios, también con mucha caspa antigua y muy poco propensos a la innovación.

Por cierto, al presidente de la patronal se le calcula una bicicleta salarial de 400.000 euros de sueldo. Con ese sillín limpio de polvo y paja, los trastos viejos y las antiguallas se reservan, una vez más, para los trabajadores. ¡A pedalear fuerte, que de eso se trata! n

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