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Opinión

A propósito de Europa (I)

El impacto de Estados Unidos en la decadencia del Viejo Mundo

Tanta arrogancia tornó en autocomplacencia y ésta nos exige ignorar los males que siguen descomponiendo nuestra sociedad. Es decir, seguimos en un profundo sueño y este sueño es la siesta que precede a lo que será la gran noche de la extinción.

En efecto, los países de Occidente seguimos dormidos con la tranquilidad que supone el saber que alguien vela por nosotros, pero ese alguien, el Imperio de las Barras y las Estrellas, jamás nos protegió. Ese Imperio nació robando tierras, atacando países y masacrando pueblos. Solamente la alienación de los pueblos vencidos y colonizados, y varias décadas de propaganda y violación de las mentes, explican que se tome por vigilancia armada, y protección de los “viejos europeos”, lo que en realidad no significó más que una ocupación militar y una subordinación en todos los terrenos de la vida.

La turbulenta y criminal Europa de las “potencias” se fue al carajo en la larga guerra civil de 1914-45, cuando los imperios europeos malgastaron millones de vidas y arruinaron la juventud de varias generaciones en trincheras y campos de batalla, yermos y cementerios en donde el nacionalismo quedó convertido en el sustituto mortífero de la religión. El capitalismo en su fase postrera, entendido como un modo de producción que aúna el insaciable afán de beneficio de grandes monopolios y oligopolios, estrechamente vinculados a la gran banca y a grandes estados colonialistas, serían los causantes de llevar a esa juventud al matadero. Pero no fue suficiente con masacrar siglos antes a pueblos de los restantes continentes. Y no fue suficiente explotar al campesino, al obrero y al “diferente” en el propio continente, sino que el colonialismo de clásica factura, en donde el indígena no europeo podía ser tratado como esclavo, su tierra usurpada y sus recursos robados, daría paso a un nuevo orden de colonialismo altamente militarizado e imbricado con las finanzas y la alta industrialización.

Aunque el movimiento obrero iba logrando avances en la reducción de la jornada laboral en ciertos países más avanzados, donde la tasa absoluta de explotación iba cayendo en ellos y, por ende, la explotación de los trabajadores a escala mundial tomó ciclópeas proporciones, creándose las condiciones dialécticas de la oposición centro-periferia.  La mejora coyuntural y relativa de las condiciones laborales de los obreros del “centro” significaba, en realidad, un apriete de tuercas y un aumento de la explotación absoluta de la inmensa masa humana de los pueblos de la periferia, llegando a crearse lo que se conoce como aristocracia obrera que permitió a los imperios del centro expandir su dominación sobre las periferias africana, asiática, americana y oceánica. Es decir, la aristocracia obrera y el imperialismo son hijos de la misma familia.  Ambos son facetas de un idéntico prisma, y ambos fenómenos explican como los Estados Unidos, una vez asolada Europa, pudieron jerarquizar su red de neocolonias y protectorados.

España era, a la sazón, un imperio carcomido por una aristocracia muelle y devorado por los corruptos borbones, cuya corte madrileña había sido muy reacia a suprimir la esclavitud en sus posesiones caribeñas. Económicamente, el imperio hispano era impotente desde hacía mucho tiempo. Ingleses y franceses seguían hacían explotando nuestros recursos mineros, contando con el puñado de familias españolas burguesas y aristocráticas parásitas, traidoras y bandoleras, unas camarillas localizadas principalmente en la Corte y en Barcelona. La burguesía catalana, la más esclavista del país y abuela del nacionalismo separatista de hoy, jamás tuvo empacho de usar el Reino y la Corte de los madrileños “señoritos” para obtener todo tipo de rentas, privilegios y facilidades en su negocio de adquirir negros y chinos para explotarlos en los “ingenios” y plantaciones.

Cuando los Estados Unidos atacaron los restos de un putrefacto imperio como el hispano, ya subsidiado y expoliado por británicos y franceses desde tiempo atrás, el viejo mundo del imperialismo europeo no se percató de lo que iba a suceder. Cada metrópoli exportó capitales y prosiguió la extracción de plusvalías a grandísima escala ignorando al advenido yanki, de tal manera que las colonias ya no fueron solamente parques de extracción de minerales y productos agrarios, sino campos de trabajo esclavo o semiesclavo que facilitaron la existencia en las metrópolis de aristocracia obrera y capas de agentes al servicio del imperialismo, estratos imprescindibles para la gobernación de estos imperios.

Los Estados Unidos crearon el “imperialismo”, donde el poder de la marina de guerra, rápidamente desplazable en todos los océanos y mares, se completaría con la aviación y con la posibilidad de rápidos desembarcos y ocupaciones fulgurantes, de tal manera que, mientras las viejas potencias europeas parecían dinosaurios de torpe y lento desplazamiento, demasiado dependientes de una masa terrestre “plagada” de nativos cada vez más hostiles, el imperialismo norteamericano fue incorporando todo un sistema de golpes de estado, corrupción de líderes locales, asesinatos colectivos, bases estratégicas, espionaje, imposición de un modelo político y económico, entre otras lindezas.

Qué duda cabe, el aspecto de la “dominación cultural” fue clave. Así, mientras Su Graciosa Majestad Británica recibía a los reyezuelos sometidos vistiéndose estos con taparrabos, plumas o túnicas tradicionales, los yankis no entendieron nunca su dominación en términos de verdadero imperio. La dominación era la del capital mismo y para ello era eficaz la extensión de su “American Way of Life”, sustituyendo los taparrabos por “jeans”, por la Visa o por la Coca Cola.

Las gorras de beisbol y los calzones de baloncesto profesional eran una plaga en Iberoamérica antes de llegar aquí como moda para la juventud, y en Europa se veían solamente en la TV hasta no hace mucho, pero llegaron. Todo lo yanki, incluso la ideología “Woke”, desembarcaría en el Viejo Mundo junto con todas las modas fabricadas en Hollywood, primero, y los canales de cable o satélite después, lo que se da en llamar globalización, que no es otra cosa que ese “American Way of Life”. ¿Les suena? El resto para un segundo capítulo sobre el rearme de la OTAN a cuenta de Europa.

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