Gardel, no habría compuesto lo primero, pero sí lo segundo, sin lugar a dudas.

Veinte años es la tira para la relación de imagen entre profe y alumno. Treinta o cuarenta, no te digo. Aviso a todos los futuros docentes: menos atención al temario de oposiciones y más cultivo exhaustivo de la resiliencia, forma actual de denominar que lo que no mata engorda. Ayer, por ejemplo, en un momento de flojera expositiva, se me ocurrió soltar en clase que una vez había tenido una novia. «¿Cómo una novia?», se sorprendió Paula. «Pero, ¿novia novia, una novia?», insistió Braïs, incrédulo. En efecto, ¿cómo iba a haber tenido una novia novia este ancianete, medio calvo, hombroscaídos, arrugoso, panzón y bigotudo? En todo caso, ¿cuándo? ¿En el Paleolítico Inferior? Inimaginable. Ya puedo yo sentirme vivo, ágil, agudo, célebre y mocetón, que para los adolescentes discentes soy mi abuelo.

Sin embargo, no tarda en llegar el subidón de autoestima. Un señor entrado en los 40 se me acerca e interroga: «¿No se acuerda de mí? Soy David, usted me dio clase en el N.º 1. Hay que ver: no ha cambiado nada». Aunque siempre da un poco de miedo ese encuentro con el pasado («¿lo habré suspendido?, ¿lo habré expulsado alguna vez?»), uno apenas reconoce al tipo medio calvo, hombroscaídos, arrugoso, panzón y no siempre bien afeitado, mientras que él me ve a mí congelado en el tiempo. En apariencia, nunca mejor dicho, a él ya le ha dado el hachazo la edad y, sin embargo, yo no he envejecido mucho porque ya me lo había dado cuando me tuvo de profe. Sabe el lector maduro a qué hachazo me refiero, a esa línea de sombra que se traspasa sin darse cuenta, una mañana, una tarde, cuando, de pronto, la gente comienza a tratarte de usted y la mirada de los otros te trastoca de Pichi en don Manuel.

La alumna de camiseta ombliguera y hueso sacro manifiesto me ve hoy como su abuelo. En veinte años, me verá como un abuelo resiliente que se conserva de miedo, «está usted igual», no como ella, que ya lucirá caderonas y sufrirá en sus carnes la inexorable ley de la gravedad. Lo cual todo ello me lleva a la conclusión de que, a cierta edad, por muchos esfuerzos que uno haga, siempre dependerá su imagen de la mirada que el otro haya construido en un momento dado. Porque dejar la mirada libre y comprobar sin espanto los estragos de la vida en los alumnos que fueron es sólo privilegio de los años y un alivio con el encuentro de veinte años atrás.